ESPECIAL FCAT 2020
En sus cortometrajes, Lemohang Jeremiah Mosese, abordaba a menudo el peso del cristianismo de modo experimental: For Those Whose God is Dead (2013) donde tres personajes distintos se sienten decepcionados por sus creencias, Behemoth: Or the Game of God (2016), donde un predicador lleva sin éxito un féretro por las calles para encontrar adeptos. Y en su ensayo audiovisual de 2019, Mother I am Suffocating. This is my last film on you, una mujer arrastra una cruz gigante y entra en penitencia… En esta película vuelve al mismo tiene con un enfoque metafórico en un largometraje grabado en Lesoto en sesotho, tan hipnotizador como molesto, que se ha sido la película de apertura del festival Afrikamera en noviembre de 2020 en Berlín, después de hacer sido presentado en Venecia y en Sudance.
En la «llanura de las lágrimas», también conocida como «Nazareth», están acostumbrados al dolor. En Lesoto, al igual que en otros enclaves sudafricanos, las mujeres esperan el retorno de los hombres que partieron a trabajar en las minas. [1] Las minas de oro se llevaron la vida de todos los hijos de Mantoa (Mary Twala Mhlongo) debido a diferentes accidentes. El más pequeño también acaba de fallecer. «¿Dónde está mi hijo?». La música, contemporánea, se hace disonante. Con 80 años, viuda y ahora sola, se aísla. «Como a Dios, la realidad le parecía cada vez más lejana, hasta hacerse muy pequeña», dice el narrador» (Jerry Mofokeng Wa Makhetha) resoplando ritmos con su lesiva, instrumento tradicional basotho. La tormenta se suma a la consternación. La música se vuelve sinfonía. La religión católica, que fue un pilar en su vida, se convierte en una piedra que arrastrar. Es el principio de una larga noche.
Y entonces la construcción de un embalse debe inundar la aldea. Las autoridades proponen relajar a la población. «¿Qué va a ser de mis tumbas?, pregunta Mantoa, pronto secundada por otros habitantes, mientras las excavadoras ya están en funcionamiento. Pero ¿a quién pertenece esta tierra que antiguamente había sido prestada por el rey? ¿Quién salvaguardará el pasado? ¿Qué será delos muertos de la peste o de los guerreros legendarios que yacen ahí, en la “llanura de las lágrimas?».
Mientras que al cura le gustaría que se acepte el destino, Mantoa se aferra a lo que no se ve. Quiere compartir el descanso eterno con su familia. Prepara su tumba, pero la muerte la ha olvidado. «Escuchen esta noche peligrosa, aconseja el narrador sin nombre, si no nadie continuará». Lo que más importa es la resurrección, no de los muertos sino de los vivos: en su último suspiro, Mantoa propone a su pueblo una revuelta, una revolución.
La que podría ser la abuela del propio cineasta, es originaria de una aldea amenazada por un embalse y cuya lucha acaba perdiendo el aliento. Para aprovechar su emulación artística, Lemohang Jeremiah Mosese vive en Berlín desde 2012, pero Lesoto le habita. Conoce la relación de los ciudadanos con su tierra, que no solo es vital en cuanto a los ingresos económicos sino espiritual. Nacieron allí, es la tierra de sus ancestros.
Un cuento como este, impregnado de una estética expresionista desenfrenada, se sumerge en el lirismo para poner de relieve lo que altera a esta aldea condenada. Más allá de la muerte del hijo y de la inundación programada, hay una urgencia que preocupa a Mantoa y a los ciudadanos: definir un futuro posible en un mundo imposible, un futuro que no reniega del pasado, un futuro que desafía la muerte hacia la cual nos conducen las contradicciones económicas y las autoridades.
Lemohan Jeremiah Mosese opta por un decálogo permanente: música electrónica contemporánea, claroscuros, vestidos significativos, juego con los encuadres y los planos más que con los diálogos. El riesgo subyace en alejar al espectador del sentido. La virtud está en fascinarlo sin decir demasiado para avivar su reflexión. ¿Nos perdonamos en la mirada fija de Mantoa o quizá nos guía hacia la resistencia? Ustedes deciden. El Premio del Jurado en Sundance aplaudía «una cinematografía visionaria».
En efecto la película suspende el tiempo para mejor aprehenderlo. Desarrolla el imaginario para anclarse mejor en la realidad. Desarrolla lo simbólico para ampliar más el discurso. En una época en la que tenemos poco a poco la certeza de que todos tenemos un pie en la tumba, resulta de extrema actualidad.
«Esto no es un entierro, es una revolución»: en el título resuena su llamada, y nos ayuda a comprender el final. El objetivo es que no sea un eslogan sino un lenguaje de los cuerpos, mientras los habitantes son zarandeados por lo que les cae encima y que la película se centra en la preocupación de Mantoa.
La necesidad de este mosaico de imágenes se desvela únicamente si se escucha la fuerza de los elementos, si sentimos la armonía natural al igual que la desconexión entre la belleza de los paisajes y la pobreza de los humanos, que se mire el cielo omnipresente y que se ponga de lado lo racional para acogerla.
Aquí no se convoca lo fantástico, y menos aún lo maravilloso: solo la poesía puede poner de lado al racionalismo Mantoa pelea, ¡hasta el punto de tratar de ver al ministro! Es fiel a su cultura (hábitos, culto de los muertos, espiritual) y a sus valores (cuida a un anciano). En su nombre trasgrede las expectativas, hasta el punto que se le toma por loca. El exilio no es aquí la promesa de un más allá sino un viaje identitario que le pide desnudarse.
A través de Mantoa, Ce n’est pas un enterrement, c’est une révolution comunica a la vez el sentimiento trágico del desmoronamiento de un mundo y la confianza obstinada en la renovación.
[1] Cf. Amours zoulous (Emmanuelle Bidou, France, 2002), film-témoignage sur les femmes d’un village qui restent seules onze mois de l’année pendant que leur mari travaille sur les chantiers ou les mines.
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Traducción: Alejandro de los Santos
Artículo original publicado en Africultures: http://africultures.com/ce-nest-pas-un-enterrement-cest-une-revolution-this-is-not-a-burial-its-a-revolution-de-lemohang-jeremiah-mosese-15026/