Como muchos otros telespectadores, he seguido regularmente la Copa del Mundo de fútbol que acaba de transcurrir en Rusia. Y, como ellos, he pasado por los millones de altibajos emocionales que experimentamos cada cuatro años en tales circunstancias. Al principio, apoyé en conjunto a todos nuestros equipos africanos- Marruecos, Egipto, Túnez, Nigeria y Senegal. Qué agonía a medida que eran derrotados, a menudo por resultados muy justos, algún que otro gol concedido en el último minuto después de tanta resistencia y, al final de todo, la eliminación -y la esperanza, que casi siempre decepciona, de un mejor desempeño en la próxima ocasión.
Una vez todos los equipos de África eliminados, trasladé mi apoyo de inmediato a nuestros hermanos del Sur global: Colombia (hoy en día, el equipo más africano de Latinoamérica), Brasil (donde la Negritud vuelve a hacer un esfuerzo por alzarse), Argentina (que se deshizo de todos sus negros a lo largo del siglo XIX) o Uruguay (y ello, pese al gesto canalla de Luis Suárez en perjuicio de Ghana en Sudáfrica, en 2010).
Una elección con trasfondo político, por lo tanto. La verdad, sin embargo, es que a pesar de nuestros esfuerzos y de todas nuestras bonitas intenciones, nunca conseguiremos deshacernos de Europa. Y Europa nunca nos dejará partir a algunos de nosotros mientras le sigamos prestando tantos valiosos servicios, que rara vez son reconocidos, por otra parte.
Francia y Bélgica tuvieron mi voto, por consiguiente.
Pero mi destino para esta Copa del mundo, así como en las anteriores por cierto, lo ligué a Francia, por razones tanto sentimentales como prácticas.
No sin encontrarme ante el dilema.
Francia tuvo que enfrentarse a Argentina, a Uruguay y después a Bélgica. En los juegos contra Argentina y Uruguay, tuve que elegir entre mi atadura a la antigua (¿eterna?) potencia tutora y o mi lealtad fraternal hacia otros dos países del Sur global.
Mi tutora se la acabó llevando.
En el partido contra Bélgica, me reafirmé en mi elección a pesar del juego directo, potente y atractivo de «los Diablos rojos».
Me hubiera gustado que Romelu [Lukaku] y Vincent [Kompany], figuras atrayentes donde las haya, llegasen hasta el final. Pero pensé que Francia estaría en mejores condiciones y que tenía más bazas para acabar el trabajo; para dejar huella, tanto por la fuerza del número como por la frialdad de expresión; para ser la manifestación visible y brillante de otro modo de presencia en el mundo en estos tiempos de protofascismo, islamofobia, de tendencia al aumento de sentimientos antiinmigración- resumiendo, de anti-Ilustración.
Muchos lo saben, estoy en profundo desacuerdo con Francia cuando se trata de su política africana o de la Francofonía, aunque las dos no se puedan separar.
He sido, desde hace muchos años, uno de los críticos más acérrimos del mercantilismo, el militarismo y el paternalismo que caracterizan su presencia en África. Y en diversas ocasiones he llegado a intervenir en el ámbito público francés sobre este tema y muchos otros, como el racismo y las cuestiones relacionadas con la inmigración, o cuando ha sido necesario plantar cara a la especie de «tropismo-provincialismo« que sufren las élites culturales e intelectuales francesas, en un momento en el que precisamente nuestro planeta nos lanza una llamada.
A pesar de esta enorme desavenencia, no he sido capaz de dar simplemente la espalda a esta selección.
Es más, no he percibido ninguna contradicción importante entre mi apoyo a este equipo y mi crítica a los malos tratos institucionales que Francia inflige a los africanos en África o los que reserva en la metrópolis a los ciudadanos franceses de origen africano.
De todas formas, en esta selección siempre ha habido, tanto en el pasado como en la actualidad, varios de entre «nosotros», gente que, a simple vista, da la impresión de parecérsenos.
Repitámoslo: están ahí debido a la Historia.
Hoy como ayer, no podía de repente pretender que «nuestra« presencia en esta selección no significa nada, que no tiene absolutamente ningún impacto en las grandes luchas simbólicas y políticas actuales – las luchas en torno a la ciudadanía y la identidad, pertenencias, reconocimiento y relación hacia los otros, en un momento en que la ideología del supremacismo blanco (que fue el origen de la esclavitud del colonialismo y del racismo) remonta la pendiente por todo el mundo.
Resulta además que conozco personalmente a algunos jugadores de este equipo, como en el caso en la selección actual, jóvenes negros con los que estoy en contacto, jóvenes (no todos, por supuesto) que se preocupan por la cuestión de África o que se interrogan sobre su futuro, que manifiestan una curiosidad intelectual y hasta un interés cultural y político activo por nuestra condición común en el mundo en general, y no solo en Francia o Europa. Franceses de nacimiento o de adopción, la mayoría de ellos son concientes de la contradicción de la que son una manifestación viva en el seno de una sociedad de consumo que envidia su enriquecimiento repentino pero no duda en estigmatizarlos, a ellos o a cualquiera que se les parezca, que no duda en burlarse del refinamiento de estos negros-guasones-eternos-niños y del encanto que ejercen sobre ellos todo tipo de juguetes, todo lo que brilla pero que no tiene ningún valor, reflejo -se deduce- de su absencia de educación, si no es de sus orígenes mugrientos que llevan puestos a modo de atuendo, de estandarte permanente.
Saben que cada vez que visten la camiseta de la selección, por mucho que canten La Marsellesa hasta desgañitarse, una buena franja de la opinión -y no necesariamente francesa- se hará siempre la pregunta sobre dónde vienen y qué es lo que hacen ahí; se seguirá preguntando cómo una nación tan civilizada puede hacerse representar sobre el escenario mundial por tantos vagabundos disfrazados.
Repitámoslo: están ahí debido a la Historia.
En el caso concreto que nos interesa, habría que hacer memoria de un aspecto más. La Francia moderna, en su búsqueda de «grandeza» y para su mismísima supervivencia como potencia mundial, ha necesitado siempre «subsidios negros«.
¿Evocamos las dos guerras contra Alemania y, en particular, contra el hitlerismo y el fascismo? ¿Dónde estaríamos sin Félix Éboué, Blaise Diagne y «la force noire«? ¿Que hay que salvar el Imperio colonial o llevar a cabo guerras de contrainsurrección en Madagascar, Indochina y Argelia? Pues se aplica, más o menos, la misma receta. A quién se coloca si no en primera línea, frente a los cañones, en los campos de batalla en Europa o cuando se organizan “enfumades“(1) e incursiones en Cabilia o cuando hay que decapitar a los miembros del maquis en las selvas del Sur y las mesetas del Oeste de Camerún.
¿Y qué decir del Franco CFA, de los yacimientos en subsuelo africano más o menos cautivos, al ejemplo del uranio, del propio territorio africano, de las bases militares en Dakar, Abiyán, Ndjamena oYibuti, verdaderas acaparaciones, o de la presencia militar en Malí y en el desierto del Sáhara, nuevo epicentro de la nueva carrera por África en la era del Antropoceno ?
Toda esta sangría, todos estos territorios, todos estos yacimientos, todos estos cuerpos y todos estos músculos que se tensan – todo eso constituye la “subvención negra“ de Francia.
Todo ello forma parte del magnífico tributo que África no ha dejado de pagar a Francia desde hace varios siglos: tributo en sangre, tributo en hombres, tributo en bienes, tributo en riquezas de todo tipo que el Africano no ha parado de sacrificar ante el altar de esta historia de la que esta selección es producto, para la mayor gloria de una potencia diferente a la potencia africana, potencia y gloria en la que nosotros estamos condenados a participar únicamente por delegación.
Gracias al fútbol podemos disfrutar por delegación, por lo tanto, sin ningún tipo de amargura, de forma casi vicaria, aunque es necesario ser conciente de ello.
Por lo demás, ¿cómo, razonablemente, exigir de un deporte, aún en el caso del fútbol, que salde solo todas las cuentas de una historia aceptablemente sucia?
¿Cómo, razonablemente, poner sobre hombros tan jóvenes la carga del prolongamiento de esta sucia historia en el presente? El racismo antinegro, la islamofobia creciente, la brutalidad policial en las calles y en las comisarías y otros espacios públicos, los interminables controles por identificación racial, de vez en cuando una vida arrebatada o electrocutada por nada en absoluto o por tan poco, una ambulancia que no llega, una respiración asfixiada, la caza a los migrantes, su detención en innumerables campos, su deportación en condiciones inhumanas, la sobrepoblación negra en las cárceles, la vida negra bajo asedio un poco en todos sitios, incluyendo África, así como otras vidas subalternas.
Hará falta mucho más que una victoria en un campo de fútbol una noche de verano en Moscú para que se limpien las basuras de la Historia
Quizás estemos colocando demasiada esperanza en el fútbol, este puro opio del capitalismo contemporáneo, narcótico por excelencia de la «sociedad del espectáculo», en estos tiempos de neoliberalismo triunfante y de resacralización de las desigualdades, incluidas las raciales.
Quizás, después de todo, para eso sirven los megaeventos como la Copa del Mundo de fútbol: para adormecernos, para acunarnos con ilusiones, para hacernos vivir por delegación, para hacernos olvidar todo, empezando por lo esencial, la subida del nivel de los océanos, la destrucción de la Tierra, territorios enteros que se han vuelto inhabitables y que son envenenados con pesticidas, el agua y el aire hechos tóxicos, millones de personas que huyen transformadas en residuos, otros que se ahogan ante los ojos de todos y, poco a poco, un nuevo ciclo de brutalidad, de encarcelamiento y de expulsiones a una escala planetaria.
Y, sin embargo…
Y, sin embargo, cada vez que veía a Kylian Mbappé corriendo tan rápido como Husain Bolt, cada vez que veía a Pogba, Umtiti o Varane marcando un gol decisivo, cada vez que veía a N’Golo Kanté o Matuidi hostigando incansablemente al oponente, como si estuvieran dotados de tres pulmones cada uno, yo me dejaba transportar como para acompañarlos hasta el final, hasta el júbilo.
Al hacerlo, estaba muy lejos de celebrar el nacionalchovinismo, el que ha causado tantos perjuicios, tantas humillaciones y tanto sufrimiento, tanto en África como entre los ciudadanos franceses de origen africano en la metrópolis.
Me gustaría creer que cada vez que Mbappé, Umtiti, Pogba, Matuidi o Varane hacían eso que tan bien saben hacer con sus músculos, sus cerebros, su inteligencia y un balón de fútbol, transportándome así con ellos, empujándome a querer donarles mi cuerpo para que llegasen a la portería sin problemas, no me estaba prosternando ante el becerro de oro que se ha vuelto, para muchos de nosotros, nuestra eterna potencia tutora.
Sin ser en absoluto un esclavo feliz, embargado de hilaridad y totalemente inconsciente de su condición, estaba simplemente recordando una cosa: cuánto costará si, efectivamente, debemos poner fin con todo a lo que África y su gente han estado sometidas durante siglos, por todos los rincones del mundo, a menudo como consecuencia de una doble sangría interna y externa, una sangría que nos habrá costado mucho, tanto en fuerza física como moral.
Estaba simplemente acordándome de que si, efectivamente, el curso de nuestra historia en el mundo moderno debe cambiar, cuánto costará para que nuestro mundo cure del racismo antinegro, antiárabe, anti género humano, a secas, en esta era de anti- Ilustración.
Por lo demás, hoy como en 1998, esta victoria, sacramento por excelencia de lo efímero, no cambiará en absoluto los fundamentos.
Hará falta mucho más que una victoria en un campo de fútbol una noche de verano en Moscú para que se limpien las basuras de la Historia y para que a todos, incluidos los jóvenes jugadores, les sea restituida su plena humanidad.
Pero, aunque en el fondo no se anuncie nada realmente nuevo, al menos el espectáculo feliz del que hemos sido testigos periféricos nos cambia el escenario.
Al menos nos permite tomar aliento, por un instante, y retomar consciencia -esa consciencia que también nosotros podemos, junto con los otros, ganar.
Pues, en realidad, para un pueblo que se ha acostumbrado a perder, a perder demasiado a menudo y a perder de manera tan lamentable, reconectar con la idea de que somos capaces de ganar por nosotros mismos y junto a otros no tiene precio.
1 Las “enfumades” fue una técnica utilizada por los franceses en Argelia en el s.XIX para asfixiar por medio de humo a las personas que se refugiaban en cuevas (N. de la T.)
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* Achille Mbembe es un filósofo, politólogo, historiador y profesor de universidad camerunés. Entre sus obras más recientes traducidas al español se encuentran Necropolítica (2006), Salir de la Gran Noche (2010) o Crítica de la Razón Negra (2013).
* Este artículo fue publicado originalmente en la revista AOC y ha sido reproducido en Afribuku con permiso de su autor. Para leer la versión original en francés, clic aquí. Traducción: Ángela Rodríguez Perea.
* Foto de portada : ”Victoria é certa football club”, Yonamine (2009). Cortesía del artista y de la galería Cristina Guerra Contemporary Art. Más sobre el trabajo de Yonamine haciendo clic aquí.
* Mahmoud Alrifai es un dibujante, animador y director artístico jordano. Ha colaborado como caricaturista con periódicos como Al-Dustour , The Star o Al-Rai. Para conocer más sobre el trabajo de Alrifai, clic aquí.