Debo
Al margen de quienes siguen anclados en la cavernícola era de la «penita por los africanos», mucho me temo que no hemos evolucionado tanto y que, a fuerza de citar a Wainaina o la alerta contra la «historia única» de la nigeriana Adichie y de criticar repetitivamente los clichés sobre África, hemos caído en lo que llamo, con permiso de Unamuno, «metaclichés». Lo han adivinado, se trata básicamente del tópico de atacar los tópicos sobre África hasta lo hartible. Cuando algo se vuelve norma, el análisis se desinfla, por no decir que desaparece; una manía de nuestra condición humana, por otra parte. Hemos acabado siendo reaccionarios. Pienso concretamente en los que escribimos sobre cultura. En lugar de profundizar en la crítica, nos hemos instalado en una especie de hedonismo condescendiente. Para lavar nuestra conciencia, insultamos los prejuicios de otros; para neutralizar esos estereotipos, golpeamos con el otro extremo de la lanza, el suave, el del «afropositivismo» que denunciaba Alejandro de los Santos en afribuku, o el de un pretendido «afrocentrismo» que recuerda mucho a la germanísima epistemología positivista; para este ejemplo sería la falacia de creer en la posibilidad de un enfoque objetivo, como si pudiéramos un día despertarnos y hablar con la piel y la voz de un ciudadano africano, obviando de dónde venimos. Mejor aún, como si de repente el «centro del mundo» fuera África para todos los que escribimos y para nuestros potenciales lectores.
Evelyne Pieiller escribe en su editorial del último especial de Le Monde Diplomatique, dedicado precisamente a los artistas y la cultura: «(…) la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud». ¿Somos hipócritas? ¿Nos estamos engañando con nuestros lindos titulares? Es cierto que el mundo sigue mirando a África como el continente sin esperanza y, a los africanos, como una población subdesarrollada tanto en el ámbito material como en el intelectual. Un panorama que da ganas de reír y de llorar a partes iguales a ritmo de un ataque nervioso. Pero eso no puede impedirnos hacer el ejercicio de mirarnos frente al espejo y darnos cuenta de que es necesario remar hacia adelante, con honestidad y también con humildad. He visto mi propio reflejo y me he sonrojado; venía con unas instrucciones de cómo escribir sobre cultura y África al más puro estilo Wainaina. Decían así:
«Empiece su artículo con un tono rebelde-moderno-instruido, quejándose de lo cansado/a que está de que la gente asocie a África con las guerras y el hambre, con lo guay que es la life allí. Utilice términos como “incubadora de ideas”, “TIC’s”, “contemporánea”, “romper estereotipos”. También puede utilizar el prefijo ‘afro-’ delante de cualquier palabra, si le faltan recursos. Lo que pega es hablar sobre revolución tecnológica; no cometa el error de mencionar que un 60% de los africanos del continente son población rural y que el acceso a nuevas tecnologías es limitado en el mundo urbano. Básicamente, cualquier iniciativa es sinónimo de revolución, poco importa que se trate de ponerse un turbante, diseñar un ladrillo o versionar una vieja canción. Para las fotos, asegúrese de que aparecen jovenzuelos y jovenzuelas muy trendy, que parezca que podrían estar tomándose un gintonic en cualquier festival hipster de Europa. Si es con un fondo decadente y/o folklórico, mejor. Meta un poco de tejido wax. Recuerde siempre el leitmotiv: África mola mucho».
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Artículo publicado originalmente en el blog África Vive de Casa África con motivo del I Encuentro de Periodistas África-España celebrado en Madrid el 4 de octubre de 2016: http://bit.ly/2dpFmI0
Fotografía de portada: Hassan Hajjaj
Benjamin de Asis Sánchez Perez
Excelente artículo , la coletilla ‘afro» es manipulada y se abusa de ella