Autor: Olivier Barlet (Africultures) *
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Etalon de oro al mejor documental en Fespaco 2019, El lobo de oro de Balolé habría podido ser un documental honesto sobre la condición de al menos 2.500 mineros, hombres y mujeres (a menudo viudas o repudiadas) y niños que queman, rompen o cargan piedras a lo largo del día en una cantera de granito abandonada y desconocida en pleno corazón de Uagadugú. Pero la obra va bastante más allá.
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Va mucho más allá porque Aïcha Boro la relaciona con la revolución en Burkina, en ese contexto donde los que no cuentan para nada comprendieron que podían organizarse para existir: explotados desde hace lustros por traficantes de piedras preciosas, los que se encuentran en el agujero se organizan asociativamente para vender a los clientes directamente y aprenden a tomar decisiones colectivas.
Porque Aïcha Boro pasó el tiempo necesario para localizar a las personas clave en este universo cuyas reglas están más que establecidas: Ablassé, el instruido, a quien llaman el intelectual y que organiza a los demás, Adama, que da cuenta de su trabajo desde los 26 años en los que se ha dejado la espalda y la vida sexual, las mujeres que rompen los guijarros según complejas relaciones de familia, y Hassan y Sény, dos gemelos de 13 años que tan solo sueñan con salir adelante y prosperar.
Porque Aïcha Boro diseñó este cuadro en el relato del tiempo, sin pathos,sin apoyarse en conflictos o dramas, prefiriendo retratar las relaciones de fuerza económica, patriarcales y relacionales pero sin dejar fuera la profunda dignidad de las personas.
Porque Aïcha Boro ha sabido captar los pasajes en los que los protagonistas cuestionan su gesto cinematográfico, su presencia junto a “Blancos frágiles” [1], su insistencia en distanciarse una vez más de un simple reportaje, su posicionamiento como interlocutora en lugar de entrevistadora, ella, periodista trasmutada en cineasta.
¿Quién puede aún afirmar después de haber visto esta película que la gente que sobrevive marginada con salarios miserables [2] no tiene el mismo talento, la misma consciencia y, al menos, la misma lucidez de aquellos a los que la vida ha sabido favorecer? Lo que dicen es de una pertinencia impresionante y de una gran profundidad humana, sin queja y con la esperanza de aspirar a días mejores, al menos para sus hijos, si algún día llegan a escolarizarlos.
“¿Mis palabras?”, dice Adama al inicio del film, sorprendido por ser entrevistado. “¡Entonces oirás también lo que no tienes ganas de oír!”. Y lo que no tenemos ganas de ver es que el trabajo es agotador, las herramientas son rudimentarias, el riesgo de accidente es permanente. “Aquí no existe nadie”: este agujero se ha eliminado del mapa, incluso es ignorado por algunos lugareños. Sin embargo, está cerca de las bellas mansiones de Ouaga 2000.
“¿Dónde se ha visto que se incite a que la gente hable para vigilarles?”, pregunta uno de los gemelos al otro. “¡Lo único que tienen que hacer es hablar y grabarse ellos mismos!”. Por supuesto, cada uno de ellos se pone en escena: puesto que la película está dirigida por una mujer rodeada de un medio muy patriarcal, la cámara cambia la actitud y dirige la palabra. Es importante que todos puedan hacerlo, puesto que la realidad es más bien lo que la gente quiere mostrar de ellos mismos que las elecciones de un cineasta. Pues lo que realmente importa es grabarles en todo su esplendor.
Aïcha Boro no nos ha hecho ver solo un resquicio de Burkina sino una franja del mundo, se trata de una interrogación sobre su futuro mientras que un sector importante de la población huyó a agujeros semejantes a esta cantera sin poder salir.
No se trata solo de la abnegación de las mujeres en el trabajo, se trata más bien de su alucinante resiliencia a pesar del escándalo de la explotación y de las relaciones de dominación que viven.
No se trata solo de un agujero sórdido en medio de África, es un sentimiento humano que nos atañe puesto que el hecho de no verla interroga nuestra propia pertenencia a la humanidad.
Por ello, es importante escuchar a la gente, pararse a estudiar su condición, situar en su porvenir nuestro propio futuro.
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[1] Sólo había dos en el rodaje: fotografía, Nathan Guillaumey, y encargado de producción, Gérald Leroux – el resto del equipo era africano, como por ejemplo, el sonido fue tarea de Sandra Ndayizamba.
[2] El salario diario de un hombre es de alrededor de 600 Francos CFA (aproximadamente un euro), el de una mujer o un anciano sobre los 300 Francos CFA. Un niño trabaja por apenas 200 Francos CFA al día.
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*Traducción Alejandro de los Santos
*Artículo publicado originalmente en Africultures