Viajar fue para Manuel Zapata Olivella una forma de descubrir el mundo, pero también de encontrarse a sí mismo, en el espejo de la conciencia colectiva y de los antepasados. El viaje y la escritura se afianzaron –gracias a su temperamento curioso y luchador– en una suerte de exploración continua sobre el origen y la esencia humana. Manuel fue, quizás, el mejor ejemplo de lo que llegó a decir Víctor Hugo: “Un escritor es un mundo atrapado en una persona”.
En sus grandes viajes, destaca inevitablemente ese gran impulso que le llevó a conocer la realidad centroamericana y la mítica Nueva York, donde termina encontrándose con el escritor peruano Ciro Alegría, quien, a posteriori, escribió un prólogo para la obra “Tierra mojada” de Zapata Olivella. En ese texto, refulge la fuerza de voluntad y la humildad de un hombre dispuesto a derrumbar los muros más altos: “No tenía más capital que su voluntad ni más elementos de viaje que sus pies”[i].
Comprometido políticamente con los ideales liberales y el proyecto de una sociedad que rompa con los prejuicios y las ataduras del pasado, Manuel Zapata fue testigo de algunos de los episodios más relevantes de la historia colombiana del siglo XX. Los disturbios que asolaron la ciudad de Bogotá en 1949 lo obligaron, de hecho, a temer por su vida y escapar de la gran ola represiva conservadora que, en adelante, zarandaría el país entero.
Empieza en ese momento uno de sus viajes más importantes: un viaje a la provincia de Padilla, en el Valle de Upar, donde lo acoge un familiar de La Paz, Pedro Olivella Araújo, quien le ofrece un hospedaje seguro y lejano de las turbulencias. A pesar de tratarse de una huida, el médico y escritor nunca se encierra ante los temores, sino que opta, por lo contrario, en convertir esta nueva etapa en un espacio de interacción social y aprendizaje cultural.
Este periodo elemental en la vida de Manuel Zapata queda reflejado fielmente en las páginas del ensayo “Tras los pasos de un médico rural” de Luis Mario Araújo Becerra (Ediciones Café Literario, 2020), quien describe la llegada del médico y su estadía con lujo de detalles. Manuel Zapata recordaría ese viaje a La Paz (Cesar) como una forma de evitar el destierro y afirmar su compromiso: “Elegí los límites de la patria porque me permitía rechazar la idea del autoexilio y seguir asumiendo un puesto de lucha junto a mi pueblo”, explica en “Levántate mulato”.
En su obra, Luis Mario Araújo destaca la función redentora que tuvo el viaje para el médico rural. “Zapata percibía el viaje como una liberación”[ii], explica, y, efectivamente, en esos años el autor de “Changó, el gran putas” supo abrir un nuevo capítulo existencial que se traduciría en una inmensa exploración cultural y la revelación del amor en la figura de María Pérez Mieles. Zapata Olivella pudo liberarse de la opresión ejercida por el poder central en Bogotá, del miedo y la violencia en su forma más cruenta, para construir lugares de esperanza en la Colombia fronteriza (y el colorido Valle de Upar).
En La Paz, se dedicó a su profesión de médico de la manera más humana. A cambio de “un chinchorro, un buen sancocho y el sonido celestial que sólo el acordeón podía brindar”[iii], el escritor atendía a muchos de los casos que se le presentaba y así también conocía y exploraba una región de una inmensa riqueza.
Este tesoro folclórico –todavía rechazado por las élites locales– y la gran diversidad étnica, le llevaron a grandes gestiones e iniciativas que contribuyeron a la visibilización de una zona remota e infravalorada. Zapata Olivella contactó con poblaciones indígenas y motilonas sentadas en la Sierra Nevada de Santa Marta, se esforzó en documentar sus condiciones de vida, y, no obstante, se le recuerda especialmente por haber facilitado la llegada del escritor Gabriel García Márquez y del fotógrafo Nereo López a La Paz a estos lares. De esos pasos nacieron, además, algunas crónicas memorables como “Vida y pasión de los acordeoneros de Valledupar”, elementales en la construcción del gran mapa musical del Caribe colombiano.
En el municipio de La Paz, Manuel Zapata conoce, gracias al acordeonero Dagoberto López, a su primera esposa María Pérez Mieles. Del galanteo surge un interés renovado del médico por los acordeoneros y compositores de música vallenata –pues, como bien lo resalta Luis Mario Araujo, “su intuición le decía que su alianza con los músicos (Escalona, Cotes u los López), sería una contribución definitiva a su causa, en una tierra eminentemente musical”–, pero sobre todo la prueba de un amor firme y apasionado.
Junto a María Pérez, Manuel Zapata se iría bruscamente en 1952, escapando de la ola de violencia que se desataba en La Paz y que amenazaba a todo su entorno familiar (comprometido con el liberalismo político). En sus manos estaba Harlem, su primera hija, que murió poco después, antes de cumplir su primer aniversario, a causa de una gastroenteritis. En ese entonces, la realidad de la intolerancia había vuelto a abatirse sobre Manuel Zapata que, con los mismos apuros que motivaron su llegada, tuvo que irse del Valle de Upar.
La africanidad de un colombiano completo
En 1974, Manuel Zapata Olivella fue invitado por el presidente senegalés Léopold Sédar Senghor al Diálogo de la Negritud con América Latina[iv]. En ese evento, en el que también participaron el premio Nobel Miguel Ángel Asturias, el historiador colombiano Germán Arciniegas, y otros grandes escritores latinoamericanos como Leopoldo Zea o Clovis Moura, brillaron el mestizaje y el deseo de rescatar la memoria perdida.
En medio de ese interés renovado por restablecer los lazos afectivos con una África negra frescamente independizada, Manuel Zapata expuso la misma curiosidad y el mismo afán de entender su lugar en el mundo que el que había mostrado dos décadas atrás en La Paz (Cesar, Colombia), pero esta vez sin el miedo de la violencia inmediata y persecutora.
Llamado por el clamor de sus raíces, y deseoso de sentir en primera persona lo que vivieron muchos de los esclavos que fueron trasladados forzosamente al continente americano, Manuel Zapata emprendió en compañía del profesor y amigo Francisco Bogliolo, un viaje existencial que le llevó a lugares destacados de Senegal y Gambia. Entre ellos, el paso por las tierras de los pueblos Serere y Dyola, donde el escritor colombiano, observó ciertas tradiciones y habló con personajes de distintas aldeas, aunque, por su valor simbólico, destaca la isla de Gorée, en donde el autor quiso dormir desnudo, como en una cueva ancestral, para aproximarse al dolor y el frío de quienes tuvieron que abandonar su continente por culpa de la trata negrera.
Como bien lo resalta el periodista Gustavo Tatis[v], “el encuentro de Dakar dejó en Manuel Zapata Olivella muchas resonancias en su vida de narrador y pensador de los orígenes”. Gracias a esta experiencia, vinieron más tarde la novela “Changó, el gran putas” (1983) y el ensayo “La rebelión de los genes” (1997). Revelaciones nacidas tras un gran esfuerzo de conciencia.
Sin embargo, el acercamiento de Manuel Zapata al África de los ancestros ya había empezado mucho antes –en su revista Letras Nacionales (que fundó en 1965) ya despuntaba un grandísimo compromiso por poner de relieve el valor de las culturas minoritarias– y seguiría más adelante.
En 1984, Manuel Zapata Olivella volvió a África, más precisamente a Guinea Ecuatorial, donde fue invitado por el ministro Leandro Mbomio al Congreso Internacional Hispánico-Africano de Cultura, que tuvo lugar en Bata. La antigua colonia española experimentaba un corto periodo de apertura y esperanza, la ilusión causada por el derrocamiento del presidente Francisco Macías abría nuevos espacios para el pensamiento y, en ese contexto de reciprocidad y solidaridad, llegó un Manuel Zapata Olivella pletórico y orgulloso.
El escritor Donato Ndongo recordó ese evento –que compartió con el escritor colombiano– como un momento de grandísima conciencia y de compenetración transatlántica. Zapata Olivella se mostraba exultante en “un país hispánico de estirpe bantú”, dos esencias que caracterizaban y siguen caracterizando a la joven nación, tal vez porque encontró el espejo más parecido a su Colombia y Latinoamérica negra, ésa que quedó plasmada unos años antes en su obra “Changó el gran putas”.
“Zapata Olivella reconoció, en su emotiva, brillante y vibrante intervención, haber encontrado la esencia de su «africanidad» y sus «raíces». Recuerdo que fue el orador más aplaudido, con toda la sala puesta en pie. Por desgracia, las autoridades guineoecuatorianas no supieron valorar el potencial encerrado en aquella proclama, y se perdió la oportunidad de honrar a Zapata Olivella como hubiese merecido”, explicó Donato Ndongo[vi].
De todos estos encuentros, de todas esas grandes emociones colectivas, lamentablemente queda muy poco, pues las décadas de dictadura que siguieron en Guinea Ecuatorial asfixiaron esos vientos ilusorios. El país volvió a encerrarse en las tinieblas de la tiranía, a desconectarse del mundo pensante, pero regresó a las Américas un Manuel Zapata Olivella renovado, más consciente, más sabio, y quizás más libre. Su panafricanismo se vio inevitablemente reforzado y, de ahí también, surgió esa correspondencia que mantuvo durante años con el escritor Donato Ndongo.
Con estas etapas elementales (aunque poco conocidas) que marcaron el eterno viaje existencial de Manuel Zapata, se consolidaron su carácter de “vagabundo universal” –que el escritor hizo suyo al interesarse naturalmente por sus orígenes (tanto europeos como africanos)–, y ese lema tan peculiar que le acompañó hasta sus últimos días: “el vagabundaje no es un oficio, sino una carrera”.
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Johari Gautier Carmona
Twitter: @JohariGautier
[i] Prólogo firmado por Ciro Alegría en la obra Tierra Mojada, de Manuel Zapata Olivella (1980, Editorial Bedout).
[ii] Tras los pasos de un médico rural, Ediciones Café Literario, 2020, página 41.
[iii] Levántate mulato, de Zapata Olivella, Editorial Rei Andes, 1990.
[iv] Manuel Zapata Olivella, peregrino en África. Gustavo Tatis Guerra. El Universal. 22 de marzo del 2020.
[v] ídem
[vi] De novela africana y voces afrodescendientes: un diálogo literario con Donato Ndongo. PanoramaCultural.com.co. 25 de noviembre del 2020.