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Un habitual del prestigioso festival de los Cinémas du réel (Atalaku, Examen d’État), Dieudo Hamadi vuelve este año (del 24 de marzo al 2 de abril en París), el único subsahariano seleccionado en competición internacional, con una película sobre la jefa de brigada de la lucha contra las violencias sexuales cometidas a las mujeres, que forma parte parte de la Policía Nacional del Congo, en la región del sur de Kivu y también en Kisangani. Y con razón.
En cada una de sus películas Dieudo Hamadi logra lo imposible, a la vez exterioriza un pedazo de su país y se compromete para que sus compatriotas se conozcan y se aprecien mejor, y reaccionen. Esto se sostiene gracias a la justeza de su mirada documentalista. La película está dedicada al fotógrafo Kiripi Katembo Siku, “compañero de lucha”, muerto en 2015 a los 36 años como consecuencia de una crisis de paludismo, que participa en la producción de la película (Mutotu Productions). Sus fotografías mostraban Kinshasa reflejada en charcos de agua. Una de ellas había sido utilizada como cartel oficial del Festival de Avignon en 2013. En el trabajo de Dieudo Hamadi hay algo de espejo: no aborda frontalmente lo real sino a partir de su propia relación con lo real. Obviamente, la elección de las secuencias dejan que la realidad hable por sí misma, pero se trata también y sobre todo de un tipo de relación. Aunque no aparezca en la imagen, el director está presiente en el lazo que mantiene con los personajes, no al dirigirlos sino al hacer que se sientan cómodos, convencerles de que las tomas en directo tendrán sentido dándoles la palabra y que así tal vez contribuirán a que las cosas evolucionen. Por la propia disposición de la película percibimos la presencia de una cámara atenta y amable en la retaguardia, que Honorine Munyole (a quien la población llama cariñosamente Maman Colonelle, retomando la costumbre de llamar mamá o papá como signo de complicidad) acepta los principios del rodaje y se los expone a sus interlocutoras, mujeres víctimas de abusos sexuales durante los conflictos.
Esta empatía no impide una cierta distancia crítica, como cuando esta agente de policía tan comprometida organiza una investigación para reunir fondos en beneficio de las mujeres de las cuales se hace cargo. Los habitantes afectados realizan las preguntas pertinentes: ¿Qué hace el gobierno? ¿Por qué ellas mientras el resto tiene que apañárselas? Se desarrolla un relato que desprende al mismo tiempo la fuerza humana del proyecto en sí y su dimensión política, la ausencia del Estado frente al sufrimiento de su población: estos dos niveles se enfrentan y se alimentan recíprocamente sin que haya necesidad de pie de foto que nos diga lo que hay que pensar. Para que estos dos niveles aumenten su importancia a lo largo del tiempo, el relato se instala en la Historia. Maman Colonelle descubre tras su traslado a Kisangani las secuelas de la “guerra de los seis días”, que había enfrentado a Ruanda y Uganda en el año 2000, una guerra olvidada que provocó numerosas víctimas: muertes, mutilaciones, violaciones. Los testimonios de las mujeres son terribles, no solo por su crueldad sino también y sobre todo por haber quedado abandonadas a su suerte. De su desamparo se ocupa la coronel Honorine Munyole, que quiere compensarlas con una acción que podría parecer irrisoria en medio de un océano de sufrimiento, si ella no reaccionara con esa fuerza humana. Munyole solicita un colectivo de abogados que no sabe cómo obligar a Uganda y a Ruanda a respetar las decisiones de la Corte Internacional de Justicia, que les condenó a indemnizar a las víctimas. Desde entonces, al igual que la viuda que mantiene a siete hijos, de los cuales tres adoptados, se pone manos a la obra, ofreciendo refugio a esas mujeres y apoyando su reparación.
No nos sorprende que Dieudo Hamadi haya participado en el rodaje de las escenas de las calles de Kinshasa en Félicité. Comparte el mismo interés por la gente sincera con Alain Gomis, en su búsqueda de la dignidad en lugares sin visibilidad. Honorine Munyole nos recuerda en otro contexto la obstinación metódica e incomprensible de la obra Trois femmes puissantes de Marie Ndiaye (Premio Goncourt en 2009): su singularidad hace la excepción, hasta el punto de que ella parece misteriosa en relación a su entorno. La coronel queda muy lejos de las actuaciones noveleras de los actores de Polisse (Maïwen, 2011), película dedicada a una brigada de protección de menores en Francia, y claramente más cercana, guardando las distancias, al combate del Dr. Mukwege a quien Angèle Diabang y Thierry Michel respectivamente dedicaron una película. (1) Al movilizar a sus hombres, Maman Colonelle actúa con autoridad contra los padres que maltratan a unos hijos de los que sospechan de supuesta brujería, pero lo hace con una determinación serena, una corporalidad asumida que la película pone de relieve mostrando el entrenamiento físico que realiza junto a sus hombres. Uniéndose a ellos, ella es al mismo tiempo, como se debería ser al pertenecer a la policía, cuerpo protector y cuerpo defensor.
Orgullosa de su camisa azul, lucha para que se garanticen los derechos, pero su solución es más humana que institucional, ya que no hay instituciones y ella cree en lo colectivo. Las “mamás caducadas”, como ellas se definen cuando prevalece el sentido del humor, cuando incluso toman la iniciativa, podrán encontrar su lugar en la sociedad y provocar que la emoción nos desborde, pues en todo caso cuando todo se desmorona predomina una advertencia: una madre siempre es una madre, una mujer siempre es una mujer y eso es lo que se trata de reavivar, contra toda fatalidad, en cualquier sociedad.
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(1) Congo, un médecin pour sauver les femmes, de Angèle Diabang. L’Homme qui répare les femmes, de Thierry Michel.
Artículo originamente publicado en Africultures: http://africultures.com/maman-colonelle-de-dieudo-hamadi-14031/
Traducción: Alejandro de los Santos Pérez