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cultura africana contemporánea

Lingui (Los lazos sagrados), de Mahamat-Saleh Haroun

Por tercera vez, el realizador Mahamat-Saleh Haroun participa en la competición oficial por la Palma de Cannes. Tras Un homme qui crie, que ganó el Premio del Jurado en 2010, y Gris-gris en 2013, la edición de 2021 ha elegido Lingui, una palabra chadiana que designa la ayuda mutua, los lazos sagrados que unen en el nombre de una cierta ética de la convivencia y la tradición.

Es la primera vez que Mahamat-Saleh Haroun toma como tema principal de su película la problemática de la mujer, en este caso la prohibición legal y religiosa del aborto en Chad. Para ello, tanto en el guión como en la elección de las actrices, se necesitaban mujeres poderosas, por utilizar el título de la famosa novela de Marie Ndiaye. Con Achouackh Abakar Souleymane, encontró tanto la fuerza de la presencia como la delicadeza de la expresión interior para encarnar a Amina, la madre rechazada por su familia por estar embarazada fuera del matrimonio. En el papel de su hija María, que se queda embarazada a los 15 años, Rihane Khalil Alio interpreta maravillosamente su silencio y la mezcla de inocencia y determinación que evoca su nombre.

Haroun les pidió que vivieran juntas durante un tiempo, para así acercarse e interpretar mejor su relación madre-hija. Amina tritura neumáticos para fabricar anillos de metal que sirven para hacer las cestas para las brasas que las jóvenes venden. Al principio la vemos sudar con este arduoa trabajo. Se las arregla sola para criar a su hija. Esta valiente madre es el centro de una historia que es a la vez un homenaje y una advertencia.

Youssouf Djaoro suele tener papeles ingratos en las películas de Haroun. En esta película interpreta a su vecino Brahim, que es muy tierno en su propuesta de matrimonio con Amina. Es él quien se ofrece espontáneamente a Amina para encontrar a María cuando esta desaparece, o para encontrar el millón necesario para un aborto ilegal, ya que ni María ni Amina quieren el niño. Él y Amina se han acercado a través de su práctica religiosa, bajo los buenos auspicios de un imán que vigila el comportamiento de su rebaño.

Pero la religión no es de ninguna ayuda en este caso. Bien al contrario, regula y prohíbe, y sigue siendo la voz de los hombres. A nivel político, el proyecto de código de la familia, que habría relajado la situación de las mujeres, nunca se votó. Frente a su problema, Amina y María se encuentran solas. Sin embargo, gracias a la solidaridad femenina podrán resolverlo, con la ayuda de una comadrona (Hadjé Fatima Ngoua, ella misma enfermera en la realidad). Son estos lazos sagrados los que ayudarán a la tía Fanta a no dejar que su hija sea escindida. Como en el resto del mundo, las mujeres sortean la violencia del patriarcado gracias a la astucia, allí donde el diálogo es imposible.

Son trucos no violentos. Además, el cine de Mahamat-Saleh Haroun está impregnado de la cuestión de la violencia. En la que sigue siendo su mejor película, Daratt, inventó un subterfugio para salir del ciclo de la venganza. Por eso sorprende que Amina haga caso a su rabia hasta el punto de coger un machete y usarlo como garrote para castigar al culpable, sin que esto se cuestione más adelante en el guión. Es comprensible que la lleven al límite y que esto forme parte de su lucha para que su destino no sea el de su hija, pero sigue siendo un programa muy triste.

Como siempre ocurre con Haroun, que odia el didactismo, las elipsis y las preguntas sin respuesta permiten al espectador completar la historia a su manera. En Lingui encontramos su ciencia del encuadre. Con su director de fotografía Mathieu Giombini, inserta a los personajes en su entorno en formato cinemascope, magnificando los colores de las telas y la belleza de los rostros en la luz dorada de N’djaména. También le gusta limitar o sombrear la vista con cortinas o tabiques, o jugar con la geografía de las vías rápidas o callejones donde uno se pierde fácilmente. La atención prestada al sonido y la hermosa música de Wasis Diop acompañan y apoyan el ritmo que se instala, gracias al montaje de otro fiel miembro del equipo, Marie-Hélène Dozo.

Estas apuestas estéticas contrastan con el realismo crudo y miserable con el que a menudo se nos muestra África. Es evidente el deseo de celebrar la dignidad de unos personajes voluntariosos, que luchan por existir y merecen ser mostrados en todo su esplendor. Esta brillantez no es sólo física y pictórica, también está en los gestos de ayuda mutua y solidaridad, y en definitiva en la positividad que emerge al final de una historia tan dramática.

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Este artículo se publicó en Africultures. Para leer el original, clic aquí.

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