Estos días se celebra en Burkina Faso la 11ª edición de Les Récréâtrales, el festival de teatro más importante de África occidental. Aunque el evento es algo mucho más que un evento, pues transforman un barrio de Uagadugu, capital del país, en un estudio de formación y de ensayo. Aristide Tarnagda, director de escena, dramaturgo y director del festival, transmite estas palabras de resistencia ante la importancia de la celebración de eventos culturales a día de hoy.
Autor: Aristide Tarnagda*
Levantarnos
Queridas hermanas,
Queridos hermanos
Queridos/as festivaleros/as:
Henos aquí juntos de nuevo. Reunidos/as en Bougsemtenga, tierra hospitalaria, tierra de resiliencia, tierra donde la belleza sigue en gestación.
Desde el mes de febrero, mientras el harmatán nos enrojecía el cabello y nos secaba los labios, nosotros, procedentes de Mali, Níger, Togo, Burundi, Guinea, Congo, República Democrática del Congo, Camerún, Costa de Marfil, Mozambique, Francia o Canadá, sentíamos una alegría inmortal que inundaba nuestros corazones, por encontrarnos tomando impulso hacia la 11ª edición de Les Récréâtrales. Y, de súbito, el mundo entero dio un vuelco por un pánico inaudito. La televisión y la radio se desgañitaban informándonos de los récords de muertos por país y por continente. Pero no se molestaron en absoluto en mostrarnos nuestra muy cercana hecatombe. Desde entonces cada país se ha lanzado en una carrera desenfrenada por cerrar sus puertas a los demás y a sí mismo. Desde entonces, tenemos que circular y vivir enmascarados/as; quedarnos solos/as; encerrados/as. Se acabaron los calurosos apretones de manos. Se acabaron los besos amistosos o fraternos. Se acabó el cine. Se acabó el teatro. Se acabó cantar. Se acabó bailar. Se acabó la vida. La vida está en peligro y debe guardar distancia consigo misma. En adelante la vida debe protegerse de la vida. En adelante debemos alejarnos los unos de los otros. Estar aislados/as. Llevar la cruz, el virus, a cuestas. Y si el virus venía a acabar con nuestro aliento, nuestros seres queridos debían desconfiar de nosotros mismos. Está prohibido reunirse para cuidarnos los unos a los otros, para dar el último adiós, para gratificar con una última sonrisa, de recogimiento: estas vituallas de nuestro último viaje hacia los nuestros y hacia nuestros dioses. Desde entonces, somos peligrosos/as vivos/as o muertos/as. Desde entonces, es imposible hacer comunidad. Desde entonces, hay que vivir solo/a, morir solo/a, llorar solo/a.
Pues como todo el mundo, hemos arrinconado nuestros miedos, nuestras dudas, nuestro desánimo, nuestras incomprensiones, nuestro desconcierto, nuestros enfados, nuestra decepciones. ¿Qué hacer frente a esta nueva conminación? ¿Cómo hacer teatro si hacer comunidad se vuelve ilegal? ¿De qué servimos nosotros si no podemos encontrarnos para vivificar y celebrar la vida? ¿Debemos ceder a la noche? ¿Al pánico? ¿Al miedo y a la desconfianza del otro? ¿No es esto morir, pues nos replegamos sobre nosotros/as mismos/as? ¿No es esto morir, pues nos enterramos en el miedo del otro? ¿No es esto morir, pues ya no estamos en contacto con los demás para fecundar el pensamiento, la imaginación, ambas savia de la vida? ¿No es esto morir, pues está prohibido compartir la risa, el pan, las inquietudes, los miedos, las caricias, el aliento, el corazón, la muerte con un padre, con un hijo, con una hermana, con una madre, con un vecino, con un compañero, con un colega? ¿La prohibición del riesgo no sofoca la vida misma?
Queridos hermanos,
Queridos/as festivaleros/as,
Queridos artistas,
¿Qué hacemos?
¿Nosotros los artistas, los poetas, no deberíamos tener otros roles, otros sacerdocios, y alzar la humanidad hacia el pináculo de la Esperanza? ¿No tenemos otras tareas sino las de sembrar, escardar, regar con nuestros cuidados, con nuestra sangre, con nuestras locuras, con nuestras imprudencias, con nuestra terquedad, con nuestros imaginarios fecundos, la convivencia? ¿No tenemos otro deseo sino el de expandir en los corazones y en los espíritus la alegría de vivir? ¿No tenemos nosotros otra sed inextinguible sino la de embellecer más aún los corazones y los rostros? ¿No tenemos otras obsesiones sino las de elevar la risa caída de nuestras madres, de nuestros padres, de nuestras hermanas y de nuestros hermanos? ¿No tenemos otras responsabilidades sino la de plantarle cara al asilvestramiento del mundo?
Queridas hermanas,
Queridos hermanos,
Queridos/as festivaleros/as,
Frente a todos estos interrogantes, nos hemos tomado el tiempo de reflexionar, de preguntar a los vecinos de este barrio, que sin conocernos, nos ofrecieron con toda confianza su generosidad, su hospitalidad. Hemos intercambiado con compañeros/as poetas, directores/as de escena, escenógrafos/as, técnicos, actores/trices, intelectuales.
De estas conversaciones hemos vuelto convencidos/das de que teníamos que permanecer lúcidos/as y afirmar a la faz del mundo nuestro rechazo a abandonar la vida justo en el momento en que tiene una sed atroz de nuestros cuidados, de nuestra atención, de nuestro cariño, de nuestras manos, de nuestras palabras. Así que nos hemos dicho: hay que resistir.
Creer en nosotros. Creer en nuestra capacidad de trascender nuestros límites y nuestros miedos frente a la bulimia de la muerte. Levantémonos y resistamos. Resistir. Sí, eso es lo que es necesario: resistir. Resistir cabeza. Resistir mano. Resistir risa. Resistir canto. Resistir danza. Resistir teatro. Resistir cine. Resistir belleza. Resistir trenzando la valentía para que nuestros poros trasvasen la noche y nuestras almas engullan la belleza. Levantarse y resistir. Levantarse y hacer frente a las sombras y a los virus de toda índole. El de la Covid19, así como el del racismo que estruja cada día y desde hace siglos el cuerpo, el alma y el espíritu de los negros. El de la explotación desvergonzada e inhumana de los pueblos. El de las madres y de los/as niños/as consumidos/as por el paludismo, el sarampión, el hambre. El de las jóvenes y el de la mujeres excluidas, violadas, cosificadas. El de la avaricia de una cierta élite que sumerge a millones de jóvenes en la miseria y en la desesperanza. El de la exclusión. El de los repliegues comunitarios. El de las masacres. La lista de virus más virulentos que el Covid19 está lejos de ser exhaustiva.
Entonces, queridas hermanas,
Queridos hermanos,
Queridos/as festivaleros/as,
Leguémosle los miedos a la noche, entreguemos nuestros cabellos al viento y la suavidad de la lluvia y levantémonos. Levantémonos como un majestuoso baobab de nuestras tierras antracitas y dirijamos nuestras cara al sol como ha recomendado Felwine Sarr, padrino de esta 11ª edición. Levantémonos y riamos a carcajada limpia de los apóstoles de las noches densas e infinitas. Levantémonos y exijamos a nosotros mismos lucidez y luz.
Levantémonos y exijamos a nosotros mismos y a nuestros dioses que permanezcan incandescentes los hogares donde se despliegan los relatos de nuestros soles y de nuestras noches. Levantémonos y exijamos a nosotros mismos y a nuestros dioses que permanezcan para siempre incandescentes los hogares donde se activan nuestras utopías. Levantémonos y exijamos a nosotros mismos y a nuestros dioses que permanezcan para siempre incandescentes los hogares donde fecundamos nuestros imaginarios. Levantémonos y exijamos a nosotros mismos y a nuestros dioses que permanezcan para siempre incandescentes los hogares de nuestro nacimiento incondicional.
Queridas hermanas,
Queridos hermanos,
Queridos/as festivaleros,
Bienvenidos/as,
Bienvenidos/as por partida triple a este hogar incandescente donde juntos vamos a levantarnos hacia horizontes luminosos.
Os deseo a todos y a todos una hermosa y fraterna 11ª edición.
Levantarnos. Para siempre.
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Traducción: Alejandro De los Santos.