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Katembo no era precisamente un fotógrafo que se limitaba a captar buenos encuadres y la luz más precisa. La ética profesional estaba por encima de cualquier buen disparo. Se cuestionaba como pocos el derecho del fotógrafo a enfocar y lanzar un fogonazo de flash a los ojos de un desconocido. En algunos países de África, como en el suyo propio, la República Democrática del Congo, se piensa que se roba el alma de quien es fotografiado. También hay quien se niega a exponerse a un fotógrafo que quiera retratar una actividad o situación que despierte exotismo, admiración o curiosidad en otro contexto. Supersticiones o no, los fotógrafos no siempre son bienvenidos. Ante tal dilema Katembo, cámara en mano, observó la presencia de barrizales en casi cada rincón de Kinshasa después de la lluvia. Desvió el objetivo hacia los charcos y al sacar la foto se dio cuenta del resultado del tal experimento. El efecto que producía el reflejo de la ciudad en el agua formaban unas estampas surrealistas, que más tarde se agruparon en la serie “Un regard” (Una mirada, 2009). El puro azar dio lugar a una de las obras más celebradas del arte contemporáneo africano de los últimos años, que a día de hoy se exponen en la Fundación Cartier de París.
Esas aguas estancadas son puntos activos de emisión de enfermedades como la malaria, que fue su sentencia de muerte prematura. Katembo se dio de bruces con una enfermedad que causa estragos en toda África. Con todo, nunca pretendió servirse de la fotografía como denuncia de la falta de un sistema decente de canalización en su ciudad natal. Para el artista la ciudad y la cámara eran dos elementos que permitían escribir y pintar su propio entorno: “Soy un escritor que escribe con la cámara, soy un pintor que pinta con la cámara”. Y con la imagen dibujaba la belleza allá donde aparentemente no la había, reescribía las escenas cotidianas entre aguas inmundas repletas de basura o convertía en poesía instantes sin apenas relevancia.
Katembo, en su breve trayectoria artística, destacó por la búsqueda incansable de miradas oblicuas sobre la ciudad y sobre quienes la habitan. En el cortometraje Voiture en carton (Coche de cartón, 2008), presentado en el Centro Pompidou de París, el congoleño coloca una cámara en un coche de juguete que dirige un niño a lo largo de las calles. Camina, se detiene a jugar al fútbol, continúa y la cámara entre bache y montones de arena va recogiendo desde el suelo impresiones de un pedazo de Kinshasa. “Intento contar historias con la imagen”, dijo en más de una ocasión. Y eso mismo hizo con sus dos siguientes cortometrajes, Après Mine y Symphony Kinshasa, que fueron seleccionados en la Berlinale, uno de los festivales de cine más importantes del planeta. Dentro de la imagen en movimiento, el artista congoleño fue productor del documental de su compatriora Dieudo Hamadi, que llevaba por título Atalaku.
En su deseo de explorar perspectivas inéditas, Katembo presentó la serie Mutations (Mutaciones) en el año 2012, una perspectiva cenital de las ciudades de Kinshasa, Brazzaville y Ostende, en Bélgica. Las fotografías muestran con todo detalles escenas urbanas corrientes en tonos saturados, en los que predominan unos colores u otros dependiendo de la ciudad retratada. Objetos del día a día como una sombrilla, puestos de fruta, techos de zinc o una terraza alcanzan proporciones casi monumentales en retratos que toman el cariz de mosaicos abstractos vistos desde la altura. Es una exposición menos estética y eficaz que Un regard, aunque dotada de una extraordinaria originalidad.
Nos queda por conocer su último trabajo Transmissions, en el cual Katembo trata de establecer una comparación entre un ritual milenario en peligro de extinción como son las escarificaciones en África y la moda pasajera de los tatuajes y los piercings en el mundo occidental. A la espera de que llegue el momento de descrubrirla, contemplemos una y otra vez su fantástico legado. Descanse en paz.
olga
Intensas, intensas fotos, todo emoción.
Dak'ART 2016: La Ciudad en el Día Azul | afribuku.com
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