Autora invitada: Sarah Ardite*
Hace unos días finalizó la vigésima edición del Festival de Músicas do Mundo de Sines, en el Alentejo portugués. Después de los primeros conciertos en Porto Covo, continuamos el viaje por las diferentes sonoridades de este mundo en Sines. Durante seis días, desde el atardecer hasta la salida del sol, se dieron cita cuarenta y tres grupos musicales en cuatro escenarios magníficos del casco antiguo de este pueblo histórico. Por Sines han pasado multitud de culturas a lo largo de los siglos: romanos, visigodos, árabes…, y todos dejaron huella e historias. Este festival de músicas de todo el globo es, en palabras de Carlos Seixas, su director, “ejemplo de libertad, tolerancia y alegría”. Aquí pudimos escuchar historias del mundo a través de la música.
La primera banda en tocar fue Tootard (fresas en árabe); lo hizo en el escenario al aire libre en el Largo Poeta Bocage de Sines. Presentaron su último trabajo, Laissez Passer, un encuentro entre el reggae, las músicas de raíz árabes y el hip hop actual, que gustó mucho. Los tres integrantes del grupo se entregaron, estaban entusiasmados de estar en el festival. “Hacemos música para divertirnos, para conectar, y para liberarnos. Vivimos un poco aislados, en un rincón del mundo desde donde no podemos cruzar ninguna de las fronteras que nos rodean (Jordania, Líbano y Siria)”. Nos cuenta el vocalista de la banda Nasan Nakhleh, original de un pueblecito llamado Majdal Shams, en los Altos del Golán sirios, actualmente territorio israelí desde que se los anexionara en 1967. “Vivimos en el territorio de Israel, pero no tenemos pasaporte israelí. Sólo disponemos de un salvo conducto llamado Laissez Passer, que le da nombre a nuestro último disco. En ese documento donde dice “Nacionalidad”, pone “Indefinida”. Somos apátridas. Este papel es lo único que nos permite viajar y tocar nuestra música por el mundo. Le cantamos a la naturaleza, al amor y a la belleza de nuestro entorno. Nuestras influencias son las músicas que desde pequeños escuchamos en casa (mi padre toca el oud y el debka), la cantante siria madre-tierra Asmahan, la libanesa Fairuz, el reggae de Marley y los poetas árabes clásicos, raíz de nuestra cultura, así como el rap norteamericano. Nos encantan las músicas del continente africano, sobre todo Imarhan y Tinariwen”.

Imarhan significa “aquellas personas que me gustan”. Tocaron en el escenario de la playa, un par de noches más tarde. Su concierto fue una experiencia musical herencia del pueblo Tuareg, eléctrica, meditativa y feliz, con todo el colorido del desierto del norte de África. Es música ligada a la tradición nómada que trae un mensaje, una enseñanza: no somos nada los unos sin los otros.
Por el Largo Poeta Bocage también pasaron los ingleses The Correspondents, que dejaron claro que siguen siendo los reyes del hip hop swing, con toques de pop y de soul, y mucho groove…No pararon de botar en todo el concierto. Y de Colombia vinieron el bogotano El Leopardo y Carmelo Torres y su Cumbia Sabanera, de los montes de María, en la sierra de Santa Marta del caribe colombiano, donde se le conoce como el Rey de la Cumbia. El primero es un músico de techno house y organizador de las raves más sonadas de la capital. Dj Daniel Broderick mezcla muy bien la electrónica con la percusión colombiana en vivo, especiamente con las maracas. Los cuatro miembros de Carmelo Torres y su Cumbia Sabanera aparecieron en nuestro encuentro ataviados con el típico sombrero volteado de caña flecha, don Carmelo abrazado a su acordeón, que es su vida. “La cumbia lo es todo para mi” nos cuenta. “La cumbia es apreciada en el mundo entero, es un orgullo. Continuamos con la tradición y se la enseñamos a los jóvenes, que entre otras cosas, les aparta de meterse en líos” cuenta don Carmelo. “Nuestra cumbia se basa en melodías de las gaitas colombianas adaptadas a la versatilidad del acordeón. Esa fue la gran aportación al género del maestro Landero a la cumbia, cuyo hijo es miembro de esta formación. La cumbia sabanera original no llevaba bajo, era puro acordeón y tambores. Y mucho ritmo. Amamos lo autóctono, el folclor, la alegría, y el colorido y de nuestra cultura. El nombre original de la cumbia es chuana o qüinchi, pero eso fue hace mucho tiempo…antes de la colonización”. Dieron un concierto sabroso, verdadera fiesta colombiana de felicidad y jolgorio. Tocaron sobre todo temas de los discos Me recordarán y Vivo Parrandeando en el que le cantan a su tierra, a San Jacinto, que “les dio una estirpe bien fina que en cumbia se respeta, esta es una tierra de poetas y es la cuna de hombres notables como son los gaiteros” como reza la canción. “¿Innovar? claro que sí”, nos cuentan: Hay que fusionar, hay que evolucionar. Nosotros exploramos nuevos caminos, es la manera, como el proyecto experimental que hemos hecho con el inglés Johny Flin, con guitarra eléctrica”. Nuevos horizontes para la cumbia colombiana en camino…
La posibilidad de fluir de escenario en escenario sin perderse ningún concierto, que nunca se solapan, es sin duda uno de los grandes placeres de este festival. La música empieza al atardecer, le ha dado a una tiempo para la contemplación, para el ritual del baño diario en el mar, para deleitarse viendo a la joven surfista Yolanda Hopkins entrenarse para el World Surf League, y para apreciar el trabajo que se ve en las calles de Sines, tomadas por artistas de toda clase: bailarinas, acróbatas, músicos, malabaristas, artesanos…

El auditorio del Centro de Artes es otro de los cuatro escenarios de este festival, diseñado con piedra Lioz por el arquitecto Aires Mateus, con poemas visuales repartidos por el espacio, del disidente y librepensador Al Berto, el cual pasó unos años de su vida en Sines. Para aquel que no pueda pagar los tres o cinco euros de la entrada que cuestan algunos conciertos (la mayoría son gratuítos), o le apetezca más estar al aire libre, puede sentarse tranquilamente en los callejones empedrados del pueblo donde se ponen unas pantallas con buen sonido por las que se pueden escuchar los conciertos del momento. Eso convierte a Sines en un pueblo tomado por la música. Por el Centro de Artes pasó la formación Sirom, para pintar los paisajes de Eslovénia usando el folk cuando se encuentra con el minimalismo y las músicas de la India, de Marruecos o de Grecia. Suenan misteriosos, contemporáneos y orientales. Para los amantes del violín, Lajkó Félix de Hungría dió un concierto de virtuoso que dejó al auditorio atónito. Le llaman el violisnista del diablo. Improvisó sobre melodías folcróricas serbias, cuarenta y cinco minutos de interpretación de un tirón. Y las chicas de Sutari llegaron desde Polonia con sus instrumentos poco convencionales y sus melodías polilfónicas, a cantar canciones folclóricas lituanas y polacas, en harmonía perfecta. El dúo Yüma dió un concierto delicado, intimista y emocional, de mis favoritos. Hacen música alternativa y folk independiente en su Túnez natal, y aquí presentaron su último trabajo llamado Fhbar Kjoum, una belleza. De Bahrein y UK llegó Yazz Ahmed, una creadora de jazz y buena trompetista que domina las melodías árabes y el jazz instrumental (donde las mujeres empiezan a estar presentes, léase Naissam Jalal). La músico y cantante portuguesa Susana Travassos también pasó por este auditorio. Presentó su último trabajo Pássaro Palavra, un disco muy femenino, con canciones de varias compositoras, Susana Marçal entre ellas. Bien compenetrada con los músicos que le acompañaron, dieron un concierto íntimo y cuidado donde el jazz estuvo muy presente, lleno de melodías y sonoridades del sur, que es su territorio. Fue un concierto elegante y honesto. “Vivo la música como espacio de diversidades. El arte no puede ser una prisión” nos explica Susana Travassos. “Mi trabajo es el resultado de lo que escucho: música griega, tango (herencia del gusto musical de mi abuelo paterno), jazz, música mexicana, fado…y muchas otras influencias. Con mi música reivindico el amor como acto revolucionario, y el mensaje que quiero dar con las canciones de mi último disco es el siguiente: ya basta de desigualdad, de codicia, de ir siempre buscando maximizar el beneficio… Y basta ya de violencia contra las mujeres”, tema por cierto al que le dedica la canción Nao Doeu. “¿Donde están las mujeres?”, pregunta la cantante. “Las mujeres hemos de encontrar nuestro lugar en el mundo. Un lugar destacado”. Me hizo recordar a Simone de Beauvoir y su “la mujer no nace, se hace”. Susana Travassos, al margen de la posibilidad de la experiencia procreadora, ha encontrado su lugar en el mundo en los escenarios, eso es evidente. Otra de las cualidades de esta música es su sensibilidad especial para las sonoridades brasileñas. Ha creado vínculos con Brasil donde ha vivido y tocado con instrumentistas de la talla de Tonino Horta o Chico César y le dedicó un disco a Elis Regina, con una de las mejores versiones de O que tinha que ser que yo haya escuchado.
Precisamente desde Brasil llegaron a Sines varias bandas: los buenísimos BaianaSystem, que denuncian rapeando la lucha diaria que es vivir en la jungla del asfalto, la especulación inmobiliaria en Salvador de Bahía, las desigualdades crecientes… y Cordel do Fogo Encantado, que vinieron a recordarnos cómo nos educan en el miedo: “Si somos libres, ¿Por qué vivimos acorralados por todos lados?”, se preguntan. Es una banda en busca de la libertad a través de los ritmos afro-indígenas de Pernambuco. Escriben canciones como El payaso del circo sin futuro o Libertad, la hija del viento. Su último trabajo, Viaje al Corazón del Sol, es un delirio necesario.
Me gustaría dedicarle una mención especial a las actividades paralelas que se organizaron en Sines durante el día, que son parte de la experiencia: se impartieron talleres con músicos que participan en el festival, workshops de percusión colombiana a cargo del Dúo Alibombo y educación musical para niños de mano de Milho por Peixe y Cuentos de Tantos Mundos. Y había una feria de discos y libros (ajenos al discurso hegemónico), discretamente ubicada en una capilla barroca decorada con el trabajo artístico del colectivo O Homem do Saco, el atelier de tipografia y ediciones que hace los affiches de los músicos que actúan en el festival, así como de otras intervenciones sonoras en Lisboa. Son fabulosos.
El siguiente escenario por el que pasaron gran parte de las bandas es el Castelo de Sines. Es el de mayor capacidad de los cuatro. El foso de este castillo medieval es un lugar privilegiado por su acústica: las murallas recogen el sonido, y se lo devuelven al público envolviéndolo.

Con la siguiente frase de Hugh Masekela colgada en una de las paredes, nos dan la bienvenida al recinto: “Whatever group of people who has faced injustice, they never forget. Even when they forgive, they never forget. Because if you forget, it can happen again”. Por el Castillo de Sines pasaron muchas bandas, como Timbila Muzimba, con quien pudimos hablar: “Le cantamos a la alegría, a lo bueno del matrimonio y a la felicidad de poder tener hijos, también le cantamos a nuestros ancestros, y a la magia africana”. Esta formación viene de Zabala, y toca la timbila del pueblo Vachopi de las provincias de Gaza e Inhambane, en Mozambique. Dieron un espectáculo vibrante, lleno de baile, sonrisas, color y ondas positivas. “La música que creamos reúne las tradiciones de varios pueblos mozambiqueños: los Makonde, Makúa, Chope, Shangana… En nuestras comunidades somos educados en la música y en los principios educativos que visionó Samora Machel en los años 70, que se basaba principalmente en desarrollar las capacidades y el conocimiento de nuestra cultura propia para emanciparnos. En la creación de la música de raíz que nosotros hacemos participan nuestas tías y nuestros abuelos, (la música en África es una experiencia colectiva antes que individual). ¿Qué queremos transmitir con nuestra música?. Es simple: ¿Por qué nuestros líderes no invierten en educación real en vez de en guerras absurdas? y ¿Por qué los líderes no se ponen de acuerdo en lo básico?”. Misterios sin resolver…
De la región de Tuva, en Rusia, llegaron Huun-Huur-Tu con sus voces guturales y nos transportaron a Siberia inmediatamente. También tuvimos una mezcla de mezoued y jazz árabe electrónico de la mano del argelino Sofiane Saidi & Mazaldade y Maravillas de Mali nos deleitó con su música charanguera, para bailar agarrados. Este último grupo reúne la tradición de los maestros de kora y la cultura griot mandinga de Bamako con el son y otros ritmos cubanos. El resultado es sabrosón, claro.
Uno de los mejores momentos vividos en el festival, fue el concierto de Sons of Kemet. Dieron una lección de jazz contemporáneo con una formación tan única (dos baterías, saxofón y tuba), como sorprendente. Fue un diálogo rítmico entre los cuatro músicos, que nos pasearon por Sun Ra, Charlie Parker, el bebop, el free jazz, el afrobeat y la improvisación. Y algo de calypso, por ser el líder de Barbados. Tocaron My Queen is Angela Davis de su último disco Your Queen is a Reptile, y temas con mucha substancia como Black Skin, Black Masks (en relación a la obra de Frantz Fanon). Miles Davis decía que “lo que hay que juzgar en cualquier artista de jazz es ¿dónde está el proyecto y dónde las ideas?”. Shabaka Hutchings, el saxofonista y líder de esta banda, tiene las dos cosas: a parte de Sons of Kemet, también lidera proyectos punteros como The comet is Coming, Melt yourself Down y Shabaka and The Ancestors. Y en cuanto a sus ideas, no hace mucho publicó We Need New Myths en The Chronic de Chimurenga donde comentaba: “Entiendo la música como arquitectura. Es una manera de construir una visión consolidada, poniendo orden en piezas que contienen información sónica”. Shabaka Hutchings cuestiona los límites de lo impuesto inspirado en el Who not know, go know de Fela Kuti, y en la reflexión “moving the center” , de Ngügï wa Thiong´o. Tiene alma de artista de jazz, sin duda.

Alsarah & The Nubatones trajeron pop groovy con aires nubios, sofisticados.Y Havana meets Kingston ofreció una fusión caribeña entre lo potente del roots reggae, el dub y el dancehall con salsa, son y rumba.
Tengo debilidad por Oliver Mtukudzi & The Black Spirits, le sigo la pista desde hace tiempo así que, para mí, su concierto marcó un momento especial en el festival, que fue la misma noche del eclipse lunar. Oliver Mtukudzi es una leyenda viva de la historia y las música zimbabuenses. Y un caballero apuesto y elegante. Hablar de las músicas de Zimbabue, eso son palabras mayores. Para quien quiera profundizar en el tema, está todo en el último número de Chimurenga Chronic llamado The invention of Zimbabwe, ver Poets with Guns: a conversation with Chirikure Chirikure y más concretamente el reportaje Sungura Stories de Ranga Mberi, que es revelador. Oliver Mtukutzi dió un concierto en su línea; tiene una identidad musical propia, única e inconfundible: es su versión del jiti, la percusión katekwe, y el rtimo sudafricano mbaqanga. Lo que sale de su guitarra, de su corazón y de su voz medio quebrada, es un bálsamo para el alma. Por eso es tan querido y respetado en su tierra. “Hay un mensaje presente en todas mis canciones: la importancia de la auto disciplina. Esta conversación es un ejemplo de ello; estamos aquí no por nuestras cualificaciones. Estamos aquí juntos porque somos lo suficientemente disciplinados para respetarnos mutuamente, y llevar a cabo esta entrevista”. En Harare se refieren a él como el padre de la ética del pueblo Shona, por los mensajes de sus canciones como, por ejemplo, Murimi Munhu (un campesino es una persona): “Si usted lo dice, no le voy a contradecir”, reponde: “No hay cultura inferior a otra. Todos hemos de estar orgullosos de nuestras raíces. No hemos venido a este mundo a competir, sino a complementarnos. Yo soy un músico, un artista, y soy el mismo Oliver que hace cincuenta años, cuando no había cantado ninguna canción todavía. Y seré el mismo después de la que cante mañana. Las personas suelen confundir la fama con el artista”.

Los dos únicos músicos que pasaron por este festival con actitud de estrellas, confundidos por la fama, suponemos, fueron Yasmine Hamdan y Chassol. Los dos son unos triunfadores en el París más snob, lo que inevitablemente exige un punto comercial en sus creaciones. La primera se presentó como la reina indiscutible del indie árabe que es, aunque el directo no sea su plaza. Y el segundo ofreció un show con audiovisuales bastante pretencioso, en el que destacó sobre todo el buen batería que acompañó al compositor y pianista. Ninguno de los dos pudo disimular preocupación por su imagen, un tanto rígida de tan pre-fabricada.
Como no podía ser de otra forma, las hermosas músicas de Cabo Verde estuvieron presentes en el escenario del castillo, en esta ocasión de la mano de Elida Almeida, Sara Tavares, Bulimundo y Scúru Fitchádu, que nos trajeron la alegría al festival. El último trabajo de Elida Almeida se llama Kebrada, es un derroche de fiesta con toques latinos, del qual cantó varios temas. La cantante cuando se despliega, llena el escenario. Tardó muy poco en meterse al público en el bolsillo, se mueve como pocos, es un volcán y un dulce de coco a la vez…puro corazón, lo dió todo. “Canto en criollo de la isla de Santiago. Nuestra lengua es un mix entre portugués y varias lenguas africanas. Tocamos rtimos de raíz caboverdianos como funaná, tabanka, batuque, y coladera”. Nos explica, “Canto canciones en tono festivo y optimista, que hablan sobre historias personales, sobre mi madre a la que adoro, y también hablo sobre cosas que ocurren en Cabo Verde, sobre bandas rivales de jóvenes que no ven futuro, sobre madres que pierden a sus hijas víctimas de la droga… Y también compongo mensajes más universales… en mis letras siempre hay una lección, para que no se vuelva a repetir esa situación”. ¿Qué les pasa a las mujeres de Cabo Verde, que en estos últimos treinta años, han pasado de ser invisibles a liderar?: “Todo empezó con la cantante madre-tierra Cesária Évora quien nos dió la fuerza, nos dijo si se puede, ella abrió el camino. Le siguió Lura, quien diera el primer paso en ese camino (el escenario es su casa, la admiro, es una gran artista y música). Desde entonces ha sido un no parar de cantantes caboverdianas fabulosas, dentro y fuera del archipiélago: Sara Tavares, Mayra Andrade, Assol Garcia, Maria de Barros, Nancy Vieira…”. La tradición y la educación musical caboverdianas siguen dando fruto. “Actualmente dominamos los escenarios. Ahora falta conquistar el terreno de la producción musical, en el que no estamos presentes. El dinero lo siguen manejando los hombres en esta industria. Tenemos las capacidades, es sólo una cuestión de tiempo. Personalmente me han marcado las música de Os Tubaroes, Angélique Kidjo, Miriam Makeba, Bulimundo (revolucionaron el funaná). Y Salif Keïta, a quien admiro profundamente (no es un ser de este mundo…)”, comenta la cantante.
Sara Tavares presentó su último disco, Fitxadu, que es magnífico, una gozada poética con colaboraciones como la de Paulo Flores. La artista metamorfosea las melodías de raíz caboverdiana, el semba y la kizomba con la electrónica, creando una nueva corriente sonora muy bella. Y Bulimundo tocó su funaná, referente del género desde hace cuarenta años. “Lo que queremos transmitir es lo que nosotros sentimos, un deseo de felicidad para repartir por el mundo. Que las cosas mejoren para todos, que haya paz, y que la música sea el vehículo para traer la paz a la tierra”, nos comentaron antes de salir al escenario.

El cuarto y último escenario estaba situado en el paseo junto al mar, en la Avenida llamada Vasco da Gama, quien nació en Sines y fuera pionero en abrir el camino al imperialismo global tan vigente todavía hoy en día. Gracias al saqueo y expolio en la India, la Amércia Latina y África, y debido al secuestro, esclavitud y exterminio al que fueron sometidos sus gentes, el aventurero Vasco da Gama trajo riqueza y progreso a las monarquías europeas y a sus arzobispos, por allá por el siglo XV. Sin la inestimable ayuda y financiación de la Santa Madre Iglesia, nada de eso hubiese sido posible. Hasta día de hoy, quien lideró tales proezas, preserva los privilegios adquiridos. Entendemos pues, que tan honorable señor merezca estatuas y avenidas con su nombre: esta de Sines es una de ellas. Quizás de todo aquello lo único importante fueran las historias y las canciones que las personas llevaron consigo en esos viajes, enriqueciéndonos todos con el encuentro de culturas, que es bastante en lo que consiste este festival de músicas.
Por el escenario de la playa pasó la banda barcelonesa Seward, con quien hablamos antes de su concierto: “Somos un colectivo de acción sonora. Nuestros directos son un encuentro entre nosotros los músicos, y con el oyente que participa de esta reunión”. Es un conjunto atípico en todos los sentidos, que hace música con substancia: “Desde el escernario apelamos a la intuición, a las tentaciones, a la libertad y a la interrogación. Nos gustaría despertar a la acción, al colectivo, a la opción de tomar parte”, nos cuentan en una disertación entre los cuatro integrantes del grupo. “Reivindicamos la música en directo. En ese espacio surge la libertad que genera el caos, y la opción a pertenecer, a generar preguntas en este encuentro sonoro”. Se nutren de Chavela Vargas, Lee Knoitz, Violeta Parra, Sister Rosetta, Carla Bley, y la poesía de Wislawa Szymborska, entre otras. Y de las enseñanzas de sus padres. Seward dió un concierto con pinceladas indie-rock lleno de metáforas y un poco galáctico, donde presentaron su último disco, We Prefer To: “La forma poco convencional que tiene Adriano Galante de cantar, donde juega con el contenido, y se diluye con la música, hace que la intensidad esté ahí siempre”, comenta Marcell.lí Bayer, saxofonista de la banda. Al estar ellos y yo basados actualmente en Barcelona, quise preguntarles por la violencia de Estado que vivimos en la ciudad el pasado Octubre: aquellos helicópteros sobrevolándonos la cabeza día y noche… Entonces recordamos a Karamchand Gandhi: “la violencia es el miedo a los ideales de los demás” y me respondieron con el siguiente párrafo de María Zambrano, que resume bien lo que vivimos aquellos días: “España es un enigma, una especie de esfinge en el desierto que atrae y hechiza a cientos de viajeros y ante la que muy pocos sienten el amor suficiente para acercarse a dialogar. ¿Quién se atreve a dialogar con una Esfinge? (…) De ahí que todos los españoles hablen deprisa y no se escuchen demasiado los unos a los otros, y supongan lo que va a decir el adversario, es decir, el interlocutor. De ahí también que se hable a gritos en España”. Si a eso le unimos la siguiente idea de la filósofa Marina Garcés desarrollada en su Nueva ilustración radical: “vivimos en tiempos de antiilustración y la antiilustración no es un estado, es una guerra”, el resultado es el que es.
Por este escenario también pasaron Guy One de Ghana, un artista del pueblo que toca el kologo con mucho arte. Nos visitó Derya Yildirim & Grup Simsek: una voz deliciosa y delicada intérprete de saz que nos entusiasmó con covers de los músicos más queridos de Turquía. Y Mark Ernestus´Ndagga Rhythm Force dieron un concierto innovardor de música electrónica en fusión con el mbalax de Senegal, donde el tambor sabar está presente. Por último pudimos hablar con Gili Yalo, que presentó su primer disco; ecléctico e interesante. Canta cosas como Everybody is busy making money (fue el leader de una banda de reggae de jovencito). Le ha salido un trabajo un poco pop piscodélico, un poco reggae y un poco etíope que vale la pena conocer. “Hace sólo cinco años que empecé a escuchar ethio-jazz y me encanta. Pronto voy a colaborar con Mahmoud Ahmed, será genial!”, el mismísimo, el mítico e inconfundible cantante de Addis Abbeba.
Gili Yalo se siente cómodo en el escenario, rebosa simpatía. Pertenece al pueblo llamado falashá (judeo-etíopes nacidos en Ethiopía y llevados a Israel cuando el cantante tenía cuatro años), por eso puede cantar en amhárico que es una lengua muy musical. En Israel, lo más interesante del panorama de músicas con raíz lo están haciendo las comunidades iranís, yemenitas, etíopes…, como demuestra el trabajo de músicos como Esther Rada, A-Wa, Quarter to Africa o Hagit Yaso. “¿Mi sueño?” concluye el cantante: “Un mundo sin fronteras, sin separaciones por razas, ni religiones ni clases sociales”.
Esta reflexión me hace pensar en algo que escuché decir no hace mucho al artista visual Frederic Amat: “la gran revolución ha de venir de la cultura”… ¿Será que este festival es una señal…?
El último concierto fue electrónica y techno cumbia, con caja de ritmos 808 incluída de la mano de Cero39 de Colombia, que cerró el festival mientras salía el sol. En ese momento oí a la periodista tunecina Roukaya Ben Fraj preguntar al aire: “Esto se acaba: ¿y ahora qué vamos a hacer?” … Pues no queda otra que esperar hasta el verano que viene para volver a Sines, y mientras tanto disfrutar de las músicas que aquí se han podido escuchar (clic aquí).
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*Sarah Ardite es selectora musical y eventual redactora de reflexiones sobre sonoridades que le inspiran. Explora identidades, investiga culturas y estudia movimientos sociales a través de la música. Realiza y presenta el programa Músicas Sospechosas para Contrabanda FM. Imparte el ciclo Àfrica és el ritme del món en el Centre Cultural Albareda de Barcelona. Es colaboradora ocasional de Pan African Space Station, Groovalización y Afribuku, entre otros medios.
Contacto: sarahdjconga@gmail.com
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