Que los festivales de artes escénicas de África estén gravemente afectados por la falta de recursos económicos no es nada nuevo. Y aquí no podemos incluir los eventos de música, puesto suelen atraer a grandes masas de público y por extensión a empresas privadas de bebidas alcohólicas o de telefonía móvil. Pero el teatro, la danza contemporánea o la literatura son artes minoritarias, cuyo acceso está prácticamente de la mano de una élite letrada reducida. Al sector privado suele importarle más bien poco los desvaríos intelectuales, también a algunos gobiernos que ven cierta amenaza en el contenido de las obras. Con todo, personas valerosas como Eric-Hector Hounkpe, director actual del FITHEB, Festival Internacional de Teatro de Benín, ha querido defender la importancia de no solo llevar adelante un festival internacional de teatro con pocos medios, sino además descentralizarlo de la capital del país, Cotonou. Heredero del antiguo director Alougbine Dine, Hounkpe ha mantenido el espíritu itinerante y durante durante 10 días han pasado por los escenarios de las ciudades de las ciudades de Abomey, Lokossa, Parakou y Natitingou nueve compañías locales y ocho procedentes de países como Madagascar, Costa de Marfil, Camerún, Togo, Gabón, Francia y Suiza Porto-Novo. Una ventana límpida hacia la producción más actual del teatro africano francófono.
La edición de este año ha apuntado directamente hacia un tema que preocupa a casi todos los creadores del continente: el teatro, compromiso civil y social para el desarrollo sostenible en Benín, en África y en el mundo. En definitiva, se trataba de colocar sobre la mesa de qué forma perciben los propios dramaturgos la necesidad de guardar un compromiso frente a los problemas que vivimos en la sociedad contemporánea. Y para ello el FITHEB abrió el debate sobre la cuestión y dejar el micrófono abierto para que el público y los invitados expusieran su punto de vista sobre el teatro más comprometido. Algunos de las personalidades congregadas insistieron en que el teatro, al igual que cualquier forma artística, difícilmente pueda cambiar nada de la noche a la mañana y que a los artistas de teatro se les debería quitar de encima de una ver por todas el peso de una responsabilidad que es de la sociedad en general y no mérito individual de nadie. Y también se cuestionó de nuevo el concepto de desarrollo sostenible, una cruz clavada sobre el continente, que se repite en cada agenda política, en cada acuerdo bilateral entre dos países, en tantas iniciativas artísticas. Con toda la terminología machacona de la cooperación internacional y de los planes de los gobierno acaba ocurriendo lo que describió el escritor Mia Couto en la Bienal del Libro de Brasilia en 2014, “cuando una palabra llama tantas veces a mi puerta, llega un momento en que deja de interesarme”.
Otras de las mayores preocupaciones de los autores fue la formación del público en la era de youtubers e instagramers. Ante un panorama de desinterés extensivo hacia el teatro, ¿cómo atraer a más público a las salas? Si hay alguien que podamos citar de ejemplo en este sentido es el maestro Jean Pierre Guingané, fundador la compañía Théâtre de la Fraternité en 1975, y del Festival Internacional de Teatro y de la Marioneta de Uagadugú (FITMO) en los 80. La compañía recorrió durante tres décadas toda la geografía de Burkina Faso con una propuesta teatral de intervención que nació en pleno auge del gobierno de Thomas Sankara. Tras el fallecimiento de Jean Pierre Guingané en 2011, su hijo Kira Claude Guingané decidió mantener bien alto el cucharón que heredó de su padre y aboga por la necesidad de un teatro que interpele a la población, tanto lingüísticamente como temáticamente, puesto que según él no existe otra forma de llenar las salas de teatro. Aunque sin negar lo anterior, el autor beninés Ousmane Alédji defendió ante todo la libertad del creador y la honestidad de este consigo mismo. El dramaturgo no puede alinearse perennemente en las formas narrativas evidentes del teatro comunitario por el simple hecho de haber nacido en un país donde la mayoría de la población no sabe leer. Y recalcó el hecho de que se tiende a subestimar capacidad de comprensión y el criterio de quienes viven en comunidades alejadas de los centros urbanos.
Esta declaración de intenciones de los profesionales del Cuarto Arte daba el pistoletazo de salida a la 14ª edición de unos de los festivales de teatro de referencia de África. Una edición cuyo tema iba a hacer justicia a las diatribas y los argumentos de los creadores, puesto que desde sus primeros compases se percibían las carencias existentes para la organización del evento. Y no se trata para nada de falta de capacidades. Sino de medios. A pesar de que el Ministro de Cultura inauguró el festival con un discurso muy comprometido y enfático frente a las cámaras de las principales televisiones nacionales, el FITHEB no percibió la financiación prometida por el gobierno. No obstante, el equipo comandado por Hounkpe salvó muy dignamente una edición con un esfuerzo humano descomunal.
Los 7 mil millones de vecinos de la escuela de Alougbine Dine
El primer espectáculo que pudimos ver fue 7 milliards de voisins del joven director de escena Carlos Zinsou, escrito por el joven dramaturgo Giovanni Houansou, que este año ha sido la atención de los medios internacionales por haberse hecho con el premio a mejor obra de teatro que otorga RFI (Radio Francia Internacional). La obra se representaba en el EITB (Escuela Internacional de Teatro de Benín), un sueño hecho realidad por parte de Alougbine Dine, director de escena, soñador y emprendedor cultural, que un día decidió crear desde cero y escalonadamente un espacio donde los estudiantes de teatro pudieran aprender, crear y convivir. Un lugar único, emplazado a las afueras de Cotonou, entre cocoteros y cabañas de pescadores, frente a la inmensa playa de la ciudad. Dentro del edificio, encontramos una pequeña sala, donde vimos una obra que nos muestra la dificultad de la convivencia de los estudiantes en un mismo habitáculo. El giro en la narración sucede cuando una joven aparece en el cuarto y les narra algunos episodios más infernales de la guerra en la República Democrática del Congo y la relación tan paradójica que los dos personajes entablan con ella. El texto destaca principalmente por la originalidad de su escritura, pues parte de la contienda cotidiana transita por uno de los conflictos más sanguinarios de los tiempos actuales y desemboca en el egoísmo y la codicia de los propios protagonistas ante la desgracia ajena. La puesta en escena es modesta, pero resulta eficaz, al igual que las actuaciones de los tres actores, que tras la representación se embarcaban en una furgoneta para presentarla en otras ciudades del país y en otro festival en Niamey.
La tragedia de un rey llamado Aimé Césaire
Si nos podemos permitir destacar una obra entre todas las presentadas en este FITHEB desde luego fue lo nuevo del consagrado autor Ousmame Alédji, que tras varios años de silencio mientras se dedicaba a construir desde cero su propio espacio cultural, el Artistik Africa, volvía a aparecer en el FITHEB con La tragedia del rey Césaire, una adaptación libre de la obra La tragedia del rey Christophe del escritor martiniqués Aimé Césaire. Al acceder a la sala lo primero que nos saltaba a los ojos era una escenografía cuidada al milímetro: un decorado blanco inmaculado, rodeado de red mosquitera por el fondo y los laterales. A la derecha del escenario, una cama de grandes dimensiones cubierta de mosquitera en forma de pirámide. El decorado nos remitía súbitamente a la estética de la época colonial en África o en América Latina. En el escenario, Nicolas de Dravo, el actor principal, se mantenía quieto, con una vela y un candelabro en la mano, mientras el público ocupaba el patio de butacas. Desde el primer momento, nos atrapa el monólogo del actor Nicolas De Dravo, cuya capacidad de interpretar a uno de los personajes más celebrados de Aimé Césaire es absolutamente conmovedora. Es también una responsabilidad adaptar un texto que Ousmane Alédji intercala sagazmente con el memorable y arrebatador Cuaderno de un retorno al país natal. Alédji absorbe en una sola obra dos facetas del autor bajo un mismo personaje, el dramaturgo y el poeta. “Pues un hombre que ríe no es un oso bailando”, decía en el desenlace de la misma el rey Césaire, en el momento en que se da la muerte al ver cómo su propio pueblo se revuelve hacia él, mostrando la cicatriz del pasado en los territorios colonizados.
Las voces satíricas de la sociedad malgache
En el espacio Mayton, regentado por el emprendedor cultural Tony Yambodé, asistimos a otro de los platos fuertes de este FITHEB. Nada menos que desde Madagascar viajaba la compañía histórica Miangaly Théâtre con la obra Les voix de…de la directora de escena Christiane Ramanantsoa. A pesar de que la compañía existe hace más de tres décadas, era la segunda ocasión en la que pisaba el suelo continental. La sala estaba a rebosar y el público se mostraba impaciente por escuchar las voces de unos artistas carcomidos por los impedimentos administrativos y financieros para presentarse fuera de la gran isla. Sobre las tablas del escenario veíamos colgadas varias planchas recubiertas de papel de periódico sujetas por alambres. La transparencia del material permitía que la luz proyectara la sombra de los actores cuando se situaban por detrás. Las limitaciones del espacio no permitieron entender con nitidez la propuesta escénica ideada por Ramanantsoa. Sin embargo, el mensaje quedó muy claro para los asistentes: una sátira sin concesiones hacia los políticos y la sociedad malgaches. Unas relatos cotidianos que fueron recogidos por la propia dramaturga de boca de diversas personas y que se extrapolan a tantas otras realidades africanas. “Están hablando de Costa de Marfil”, me decía al oído con ironía Werewere Liking, dama y figura inestimable del teatro africano francófono. Una sucesión de escenas que garabateaban las innumerables penurias a las que se enfrentan los ciudadanos en su día a día, la altivez de los agentes de seguridad, el estado infame de los desagües, el cinismo y la falsedad de los discursos políticos, y un sinfín de problemáticas escenificadas impecablemente por los tres actores.
La pobreza y el escritor público
Los pobres era el tema central de la obra L’écrivain public del autor franco-argelino Mohamed Guellati. Un monólogo original y buen conducido por el propio Guellati, en el que a través de las derivas de un escribano público en Francia nos cuenta sus propias miserias así como las de las personas que acuden a sus servicios para ser aspirar un día a alcanzar el estatus de ciudadanos en el Estado francés. Los momentos de improvisación y de “salida de guion”, así como las interpelaciones al público tan propias del teatro contemporáneo, son sin sombra de dudas el punto fuerte de la obra. La propuesta despertó un debate entre los periodistas invitados al FITHEB procedentes de otros países del África occidental, que se cuestionaban si la pobreza a la que se refiere el autor son equiparables a las realidades que viven los africanos. Y por otra parte, algunos reflexionaban sobre la relatividad del concepto de “pobreza”. La periodista togolesa Nadia Edodji comentaba que el pobre se siente pobre desde el momento que otros le dicen que es pobre. Y denunciaba el constante malestar y la falta de autoestima de los africanos, a quienes otros pueblos llevaban tachado de desheredadas y de rezagados del mundo desde la noche de los tiempos.
Ajustar cuentas un 25 de diciembre
Desde luego una de las sorpresas más agradables del FITHEB 2018 ha sido la obra 25 décembre del joven dramaturgo beninés Didier Sèdoha Nasségande. En las tablas dos actrices estupendas, Florisse Adjanohouny Nathalie Hounvo Yèkpê. La primera encarna el personaje de Mathilde, quien logran tambalear al gobierno a través de sus destrezas artísticas y es detenida. Un 25 de diciembre, día de Navidad y de tantas buenas intenciones, recibe la visita de una vieja amiga que ahora trabaja para el gobierno, Elizabeth. Esta tratará de tirarle de la lengua para sacarle información sobre su supuesta actividad subversiva. Ambas mantienen una larga conversación y ajustan viejas cuentas personales, desde los amoríos de juventud hasta las posiciones políticas de cada una y la disputa por un mismo hombre. El director de escena utiliza con gran inteligencia los elementos escénicos, una especie de marcos de puertas, que van girando sobre el escenario y con los que juega constantemente mientras las actrices van intercambiando viejas y nuevas visiones sobre el mundo y sobre sí mismas. “Me encanta además que los actores canten en el escenario”, me dice muy satisfecho Claude Guingané, director del FITMO de Burkina Faso.
Fueron 10 días de teatro marcados por la precariedad presupuestaria y por la falta de condiciones técnicas de casi todas las salas de Cotonou y de las cinco otras ciudades por donde se expande el festival. Hay quienes dicen que el FITHEB ya tuvo tiempos mejores. Otros por el contrario sostienen que Éric-Hector Hounkpé ha seguido la estela de Alougbine Dine de descentralizar las representaciones teatrales. Nada es del gusto de todo el mundo. En todo caso, en la verdad artística de algunas de las obras ha residido fundamentalmente el valor de esta edición. Y esperemos que las más destacadas no mueran tras el festival. La red de teatro del África occidental existe y para ello allí estaban algunos de los actores culturales más destacados de países como Togo, Costa de Marfil, Burkina Faso o Níger. Esa suerte tienen al menos. Otros no tanto. En todo caso, haremos lo posible por evitarlo y esperamos que con este artículo hayamos contribuido humildemente a combatir su olvido.
Guillermo Luis Horta Betancourt
Genial