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Autor Invitado: Olivier Barlet (Africultures)
Podría haber sido una película sobre el destino valeroso de una madre coraje. Tras ser avisada por teléfono, Félicité (la imponente Véro Tshanda Beya), que por las noches ess cantante en un bar, encuentra a su hijo Samo (Gaetan Claudia) gravemente ensangrentado en la cama de un hospital. Félicité se pone de inmediato a la búsqueda de dinero para su operación, desplegando una increíble energía en el efervescente caos de una Kinshasa desheredada. Nos habríamos identificado fácilmente con el programa clásico de una mujer que fuerza el destino si la película parase en esos argumentos.
Madre coraje, Félicité lo es más de lo que podemos imaginar, pero un suceso inesperado le impide seguir adelante. ¿Podrá superarlo? ¿Qué le hará falta para conseguirlo? Es ahí donde la película de Alain Gomis alcanza una dimensión completamente diferente, cuando Félicité escapa a la desesperación y al odio de sí mismos que comparten las víctimas y los verdugos. Lo que ella necesitará es tocar fondo para volver a la vida. Y eso solo será posible aceptando que la quieran, y sintiéndose digna por ello.
Dar este paso definitivo no va a ser fácil en una ciudad donde todos los elementos conspiran juntos para aplastar a la gente. Con una extraña luz azulada de fondo, una orquesta sinfónica de aficionados (1) interpreta Arvo Pärt. Puesta así en un primer y recurrente plano, la orquesta o el coro subrayan el drama que invade el día a día. No se puede esperar nada de las estructuras establecidas, ni siquiera el más mínimo apoyo. Al contrario, el fraude está presente en cada momento. Solo funciona «el artículo 15», el famoso ingenio, como una solución de fortuna. Félicité consigue dar la vuelta hábilmente a la corrupción de la policia o al miedo y el desprecio de los ricos, no sin correr terribles riesgos. No sirve de nada reivindicar, solo valen las agallas y la resistencia activa. El camino hasta la serenidad es largo, incluso cuando los celos pueden cavar la propia tumba. Lo que no quiere decir que no sea necesario agruparse para luchar. Tabu (el poderoso Papi Mpaka), amante de Félicité, fomenta la rabia y el valor de Samo. Hoy mismo, como colectivos, como pueblo, víctimas, los jóvenes congoleños amenazan a los poderes y cambian las cosas. Para ello es necesaria una determinación sólida que solo se adquiere en la práctica cotidiana de la renovación.
¿Dónde encontrará Félicité la fuerza para lograr que su hijo a renazca en la vida? Tendrá que caminar sobre las aguas, atravesar la invisible frontera de la renuncia, resucitar del limbo, sacar las espinas de su corazón, acoger lo imprevisible y creer en el peso de lo efímero, reírse del ingenio, volver a cantar, encontrarse con un animal mitológico, extraer la energía de la vida de la música de los Kasaï Allstars, que alían fuentes tradicionales y trance electrónico.
Empapada por la música, esta película se alimenta de varios registros para establecer una poética, la de un blues, la melopeya colectiva de una cultura de resistencia anclada en lo real. La cámara se cuela en el caos urbanos y casa con el ritmo. Se aproxima a los cuerpos para vibrar al unísono. Acompaña los sudores y los silencios para magnificar la belleza de aquellos que no se lanzan a la fuga.
Es un homenaje intenso y emotivo que Alain Gomis rinde a los que dejan de verse como víctimas para apechugar con el día a día y reconciliarse con sí mismos. Félicité tiene la dignidad de los que no se detienen en la fealdad del mundo sino que, al contrario, hacen de ella la base de lo posible. No es necesaria ninguna traducción para entender lo que acaba cantando a capela, arrastrando con ella a su auditorio. ¿Acaso no nos está diciendo que en África, actualmente, sucede el gran escándalo del mundo pero también, si queremos mirarla bien sin reducirla y escuchando el canto de cada uno, como en el plano final, están presentes las vías de la renovación?
- La Orquesta Sinfónica de Kinshasa, descubierta con el documentario Kinshasa Symphony (Martin Baer y Claus Wischmann, 2010).
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