afribuku

cultura africana contemporánea

El resplandor de la geografía, o el nuevo grito de Munch

Autor: Alfonso Armada

Prólogo del libro “África: cambio climático y resiliencia” de Johari Gautier Carmona.

Nunca he sabido muy bien qué hizo que África se convirtiera para mí en un imán irresistible. Si sintonizo Radio Proust en medio de la noche escucho unas ondas que son las de la memoria: la fe infantil en un Dios bondadoso y mi deseo de convertirme en misionero (que cuando perdí la fe trasvasé a una suerte de sacerdocio laico: el periodismo), la lectura apasionada de las colecciones de Julio Verne y de Edgar Rice Burroughs (Tarzán está en mi imaginario desde muy temprano, pese a su mala fama como representante del colonialismo en taparrabos), los sellos de correos (que sigo coleccionando), los atlas (con los países africanos coloreados minuciosamente con lápices Alpino), Joseph Conrad y su (tan mal entendido) corazón de las tinieblas, Guinea Ecuatorial y el Sahara Occidental (y los amigos nacidos en esas antiguas provincias españolas, que me hicieron pensar en África de otra manera), la revista Mundo Negro (de la que soy suscriptor desde hace media vida) y, por supuesto, mi primer viaje al continente: Ruanda, abril, 1994.

África fue para mí, muy pronto, algo más que en un destino periodístico. Lo que he vivido en el continente me ha convertido en lo que soy. No sé si mejor persona, pero sí más consciente de que la historia africana está indisolublemente ligada a la de toda la especie humana y a las aberraciones y bondades de la historia, aunque en el caso del continente negro hemos causado tanto dolor que no acabamos de despejar la mala conciencia, pese a que, como reiteran mis amigos guineanos, hace tiempo que los africanos deben asumir su responsabilidad política y moral, y dejar de culpar a otros de su destino.

Del mismo modo que debemos rendirnos ante el genio de Darwin y admirar la teoría de la evolución y nuestro indudable e indeleble parentesco con los primates, va siendo hora de que desterremos de nuestra mente y de nuestra boca la palabra raza. Porque si nos referimos a los bípedos implumes solo existe una: la raza humana. Nature recogía recientemente evidencias de uno de los episodios más fascinantes de nuestra evolución: Durante los últimos 400.000 años ha habido al menos cinco grandes migraciones de antepasados que, partiendo de África, acabaron esparciéndose por todos los rincones de la tierra, y ese éxodo se produjo (y ahí enlaza con este esclarecedor ensayo de mi querido Johari Gautier Carmona), a través de la península arábiga, que en el pasado fue de forma intermitente un vergel maravilloso donde lagos y ríos permitían una vida menos ardua y bajo un sol menos implacable que el que ahora, con la ayuda del wahabismo, fríe los sesos de los dirigentes saudíes y sojuzga a sus ciudadanos y a los inmigrantes que les sirven. Junto a investigaciones que han dado cuenta de un Sahara que en nada se parece al desierto tan deslumbrante como inhóspito que conocemos, sino que el agua abundaba, estos hallazgos nos invitan a pensar que acaso el pasado puede ofrecernos claves para un porvenir que es perturbador presente. En La huida hacia Europa. La joven África en marcha hacia el Viejo Continente, el africanista estadounidense Stephen Smith recuerda que Europa envejece y se despuebla. Según Smith, dentro de unos treinta años habrá al norte de la gran fosa común actual del Mediterráneo entre 150 y 200 millones de vecinos africanos.

Carla Fibla y José Naranjo, dos enamorados de África, firmaban en septiembre del 2021 una página en El País en la que hablaban de “elefantes que mueren de sed en Zimbabue, inusuales enjambres de langostas en Etiopía y Somalia que devastan los cultivos, ñúes y cebras que ven alteradas sus migraciones entre Kenia y Tanzania, tortugas marinas que solo tienen crías de un mismo sexo, ballenas jorobadas que se desplazan en grandes grupos en aguas de Sudáfrica en busca del alimento que ya no encuentran en la Antártida o cocodrilos practicando el canibalismo en las escasas charcas disponibles en Benín”. Son sólo algunos inquietantes ejemplos de cómo la subida de temperaturas provocadas por el cambio climático ya está “provocando modificaciones en los patrones de conducta de los animales”. Los animales están lanzando un grito parecido al de Edvard Munch. ¿Vamos a seguir ciegos y sordos cuando la deriva sea irreversible?

En África: cambio climático y resiliencia, Johari Gautier Carmona, a quien conozco y admiro desde que hace una década empezara a publicar en la revista fronterad originales y valiosos reportajes (entre ellos perfiles de escritores africanos imprescindibles, como el nigeriano Ben Okri y el ecuatoguineano Donato Ndongo-Bidgoyo), hace lo que todo buen periodista: recoger, comprobar y publicar con esmerada escritura y claridad información de primera mano que nos permite conocer el mundo para que los dirigentes obren en consecuencia y los ciudadanos cumplamos con nuestra parte democrática, que no debe ni puede limitarse a votar cuando toque.

Si las guerras, la pobreza y el deseo de una vida mejor han sido motores de incesantes migraciones, el cambio climático que ya está aquí (pese a tantos negacionistas, empeñados en ponerse una venda en los ojos para no tener que enfrentarse a la realidad) va a ser una hélice de dimensiones colosales. Si volviera el escritor Ernest Hemingway al Kilimanjaro, en Tanzania, muy difícilmente resaltaría en sus cuentos las nieves eternas que caracterizaban a ese maravilloso macizo montañoso, el más elevado de África, pues se estima que se redujeron en más de un ochenta y cinco por ciento en los últimos cincuenta años”, se lee en el arranque de África: cambio climático y resiliencia. Gautier Carmona avanza con datos e imágenes, con método, haciendo hincapié en la soledad africana en su lucha contra una realidad que empieza a tener un coste abrumador, las “tormentosas” relaciones entre China y el continente más joven, la gran interrogante del agua, los retos de la agricultura, la presión demográfica y la sangría de la emigración, la muralla verde del Sahel y las energías renovables, y lo que la pandemia está suponiendo para esta geografía política y humana de la que en gran medida depende el futuro de la humanidad.

No soy amigo de vaticinios ni de predicciones, porque se suelen dar de bruces con el periodismo, pero sí me gustaría formular un deseo: que la energía panafricana que ahora mismo impregna a tantos movimientos jóvenes y democráticos que desbordan las absurdas fronteras trazadas en Berlín hace 136 años sea un vivero de nuevas ideas. Espero que de esa efervescencia crítica surja la inteligencia y la imaginación que permita cambiar el estado de las cosas sin recurrir a viejas ideologías que para mejorar la humanidad partían del asesinato y de encarcelar la libertad. Todo gran desafío encierra inmensas oportunidades para una auténtica Unión Africana que recoja lo mejor de la Unión Europea, con derechos humanos efectivos, y un desarrollo que reduzca las desigualdades y fomente un comercio más justo, que cambie de raíz la dinámica perversa en la que está inmerso el mundo.

Dice Johari Gautier Carmona que, si Chinua Achebe “tuviera que reescribir algunas de sus novelas, posiblemente haría que su protagonista estrella –Okonkwo en Todo se desmorona– regrese de su destierro y se dé de bruces con la desolación que impone el dolor de la desertificación y la hambruna, pero también la falta de respuesta, o la incapacidad de responder, a un problema tan complejo y transversal como el cambio climático”. Y que quizá también Donato Ndongo haría lo mismo con su famosa obra El metro, al ubicar a Obama Ondo –un héroe sin otros propósitos que vivir bien y en paz–, en una tierra inhóspita e imprevisible, cruel por su inestabilidad y furia natural, que ha perdido sus cimientos ecológicos, culturales y filosóficos, y le obliga a buscarse el pan de cada día en una urbe tan lejana como Madrid”.

Escribe Johari Gautier Carmona que “nuevamente, África se encuentra sola a la espera de un gesto. Sola a pesar de todo. A pesar de la historia y de su papel casi-inexistente en la deriva de un sistema destructor y codicioso”. África no puede ser el continente más castigado por un consumo y un desarrollo de los que no ha disfrutado y de una contaminación que no ha provocado. Tras la sangría de la esclavitud, el colonialismo y la explotación de las riquezas, parece como si dioses demasiado humanos quisieran volver a convertirla en chivo expiatorio. Es no solo un acto de justicia, sino de necesidad universal impedirlo. Leer con atención África: cambio climático y resiliencia es una forma de gratitud y un paso en la dirección correcta. Pero no basta. Por nuestro propio interés. El resplandor, la incandescencia de esta geografía, es un recordatorio de lo que está en juego.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Alfonso Armada

Periodista. Presidente de Reporteros sin fronteras, sección española.

Puedes adquirir la obra aquí

1 Comentario

  • Cesar

    Excelente articulo bastante rico en saberes sobre el cambio climatico del cual los lideres o gobernantes de los paises capitalistas no les interesa,pero si algun dia deciden hacerlo ya sera demasiado tarde…¿Por que esperar tanto?…Nuestro hermoso Planeta Azul no puede esperar decisiones tardias…

    Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

slim thick thong mom hot xxx video video porno lesbienne gratuite muth marne video fotos de chicas semi desnudas xxx in sarees descargar videos xxx en hd novinhas f scopata con sborrata dentro hot ebony teen ass stretch pants hd hot xxx video