Autor:
En esta nueva película sobre Sudán del Sur, presa de la avidez de las grandes potencias, estrenada en Francia el 16 de septiembre de 2015 [y programada en la próxima edición del festival L’alternativa de Barcelona][1], Hubert Sauper confirma su método de hacer cine.
Diez años después de la muy controvertida La pesadilla de Darwin, el director austriaco Hubert Sauper vuelve con una película ya multipremiada, rodada en Sudán del Sur, lugar donde aterriza con una pequeña aeronave hecha en casa, que no pesa más de 250 kg con unas alas de tela. ¿Cómo no pensar en el estreno ese mismo día de Human, película del exitoso fotógrafo Yann-Arthus Bertrand, que abandona los paisajes vistos desde el cielo para encontrarse con la gente que filmaba desde arriba, como si la hubiese elegido en un gran hormiguero? De hecho, Llegamos como amigos empieza a ras del suelo con un fondo musical imponente, con imágenes de miles de hormigas, después sigue con el plano de un niño caminando solo en una pista mientras se va alzando la voz de un anciano y aparecen imágenes de un fuego, como las de una velada; la voz cuenta que los blancos han llegado para dividir las tierras africanas en países que llaman “naciones libres” después de colonizarlas, y que incluso han llegado a colonizar la luna: “¿Sabíais que la luna pertenece a los blancos?”.
Se podría pensar que este simbolismo y este aterrizaje son coherentes, que las bellas vistas aéreas y los efectos “aeronáuticos” del prólogo dan a la película una elevación que amplía su propósito, mientras que el descenso la ancla en la dura realidad de los círculos de interés y de la guerra. Las entrevistas sucesivas a los virtuosos depredadores de ese nuevo país llamado Sudán del Sur – chinos atraídos por el petróleo, misionarios texanos, emprendedores occidentales e incluso las Naciones Unidas – en oposición a los testimonios desesperados de la población local, podrían invitar a reflexionar sobre la eterna repetición del colonialismo dominante e inhumano, a “comprender” como dice Sauper, “lo que sabemos en el fondo desde hace mucho”. Para ello, haría falta que el aterrizaje no estuviese condicionado por la duplicidad de su método.
El aventurero Sauper toma riesgos increíbles. Es su manera de investigar. Disfrazado de comandante de a bordo con cuatro galones en los hombros de su camisa blanca, se planta en lugares inaccesibles o prohibidos, desafía la perplejidad de sus interlocutores haciéndose amigo de todos ellos, explicándoles las peripecias de sus vuelos y la necesidad de aterrizar allí. Haciéndose pasar por un explorador un poco loco, capta con su cámara lo que el montaje plasma como una serie de shocks, la realidad supera con creces a la ficción. La yuxtaposición de planos opuestos (el discurso de unos y la realidades de otros) transmite una realidad unívoca: habla de sí misma, basta con captarla ensuciándose las manos.
De esa manera las películas de Sauper colocan al espectador en una situación muy incómoda: pretendiendo ser reveladoras de lo escondido, de lo invisible, lo que muestran es feo. Sauper empuja al espectador hacia el desconcierto, hacia el pavor, hacia la pesadilla de la realidad, combinados en un puzle de significantes que se desarrollan con giros que alimentan la tensión. La música y los primeros planos de rostros son molestos y sustentan esta misma visión. Su preocupación no es la de argumentar. No trata de entrevistar sino de discutir, crear vínculos, confianza, para buscar lo que quiere demostrar. El tono burlón va compensando la consternación, pero al final domina el terror, la inhibición frente al caos de un mundo que el espectador no consigue abarcar en su complejidad, frente a un sistema global amoral y sin piedad.
Estamos muy lejos de la película Beats of the Antonov en la que el sursudanés Hajooj Kuka documenta, en situación de guerra, la vitalidad de la resistencia cultural de su pueblo. Excepto en las escenas aéreas, la belleza está ausente en Llegamos como amigos. ¿Qué es lo que retiene la atención de un espectador? ¿El shock y el disgusto o la belleza y la resistencia? Esa es la ambigüedad de fondo, y como telón de fondo surge otra pregunta: ¿Cuál es la imagen mediática, la que vende? Al gustarle demasiado el padre Ubu[2], Sauper cultiva lo espectacular, desviándonos del análisis.
[1] Nota del traductor
[2] Ubú Rey, obra teatral de Alfred Jary. NdT
Traducción: Marion Berger, programadora del Festival de Cine Africano de Córdoba (FCAT)