La cineasta mítica Sarah Maldoror ha fallecido como consecuencia del Covid-19. Reconocida a nivel mundial como la directora negra pionera en realizar un largometraje en África, la familia ha enviado este comunicado que repasa una trayectoria artística única, con dotes de lucha incansable y un humanismo ejemplar.
Autoras: Annoucha de Andrade y Henda Ducados
La voz de los perseguidos y de los insumisos, la cineasta Sarah Maldoror, pionera del cine panafricano, se ha apagado el 13 de abril de 2020 como consecuencia del coronavirus. Su obra cinematográfica luminosa con más de 40 películas es el reflejo de una valiente luchadora, curiosa por todo, generosa, irreverente, preocupada por el otro, y que llevó gloriosamente lo poético más allá de toda frontera.
Nacida el 18 de julio de 1929, de padre de Guadalupe (Marie Galante) y de madre del sudeste de Francia (Gers), eligió el nombre artístico de Maldoror como homenaje al poeta surrealista Lautréamont. Toda su vida, sus actos, sus elecciones serán un eco de ese primer gesto.
Después de sus inicios en el teatro, fundó en 1956, Les griots, primera compañía compuesta por actores africanos y afrocaribeños, “para acabar con los roles de criadas”, decía ella y “dar a conocer a los artistas y a los escritores negros”. El cartel de su primera puesta en escena Huis clos fue firmado por el artista cubano Wilfredo Lam. A esta obra le seguirían otras obras de Aimé Césaire, La tragedia del Rey Christophe, y de Jean Genet, Los negros, dirigida por Roger Blain. Esa dimensión teatral y su deseo de transmitir otras culturas, se situarán en el centro de su concepción de la creación.
En 1961 Sarah Maldoror se dirigió a Moscú para estudiar cine, bajo la dirección de Mark Donskoi. Allí aprendió la concepción del encuadre, el trabajo en equipo y la disponibilidad constante para lo imprevisto: “Estar siempre preparado a captar lo que quizá se encuentre detrás de la nube”, decía.
Después de esa estancia soviética se unió a los líderes de la lucha de los movimientos de liberación de África, en países como Guinea Conakri, Argelia y Guinea Bissau, al lado de su compañero Mário de Andrade, poeta y político angoleño, que fue el fundador del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA) y el primer presidente del país. De esa unión nacieron sus dos hijas: Annouchka en Moscú y Henda en Rabat.
Esa dimensión política ocupó un lugar central en su obra. Le gustaba sostener que “para muchos de los cineastas africanos, el cine es una herramienta de la revolución, de la educación política para transformar las consciencias. Se inscribían en la emergencia de un cine del Tercer Mundo tratando de descolonizar el pensamiento para favorecer cambios radicales en la sociedad”.
Hizo su debut cinematográfico en Argel, junto a Gilo Pontecorvo en La batalla de Argel (1965), y después al lado de William Klein en el Festival panafricano de Argel (1965). Su primera película Monangambee (1969), adaptación del relato de Luandino Vieira Le complet de Mateus, trata sobre la incomprensión entre el colonizador y el colonizado. Sublimado por la música de Chicago Art Ensemble, esta hazaña fue galardonada con numerosos premios, entre ellos el de Mejor dirección en el Festival de Cartago.
En Sambizanga (1972), con guión de Maurice Pons y Mário de Andrade, Maldoror traza a través de la trayectoria política de una mujer, cuyo marido muere torturado en la cárcel, la lucha del movimiento de liberación angoleño. Esta película, ampliamente reconocida, es una de las obras mayores del cine africano y asienta su reputación internacional como artista comprometida.
Radicada en París, priorizó el formato documental que le permitía definir a través de retratos de artistas (Ana Mercedes Hoyos), de poetas (Aimé Césaire, Léon G. Damas), de precursores (Todo Bissainthe), el horizonte necesario para la rehabilitación de la historia negra y de sus figuras más notables pero no solo, Esos retratos de Miró, Louis Aragon o Emmanuel Ungaro, testimonian su brillante eclecticismo.
Fréderic Mitterand dijo “que ella habrá contribuido marcadamente a rellenar el déficit de imágenes de mujeres africanas frente y tras la cámara”.
Sarah Maldoror puso la agudeza de su mirada al servicio de la lucha contra la intolerancia y los estigmas de toda suerte. (Un dessert pour Constance, según el relato de Daniel Boulanger) y concedió una importancia fundamental a la solidaridad entre los oprimidos, a la represión política y a la cultura como única forma de elevación de una sociedad. Durante su última intervención pública en el Museo Reina Sofía (Madrid, mayo 2019) que le rendía homenaje, hizo hincapié en la importancia de que los niños vayan al cine, lean poesía desde muy temprana edad, para construir un mundo más justo.
Rebelde con franqueza, humanista determinada, Sarah Maldoror celebró el compromiso del artista y del arte como acto de libertad.
Su amigo poeta Aimé Césaire le escribió estas palabras:
“Oh Sara Maldo… quien, cámara empuñada, combate la opresión, la alienación y desafía la estupidez humana”.
Siempre quedaremos atentos a la nube, ¡lo prometemos!