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Coproducido entre Portugal, Mozambique, Francia, Sudáfrica y Brasil, el último largometraje de Licínio Azevedo da testimonio de una cultura completa en la que las creencias se inmiscuyen en lo cotidiano, incluso -y especialmente- en las circunstancias dramáticas de una guerra civil. Larga y difícil de producir, es la adaptación de un libro que había escrito después de una profunda investigación en el terreno en 1992. Estrenada mundialmente y premiada en el festival de Locarno en agosto de 2016, ha sido la primera vez en la que una película galardonada en la selección de proyectos Open doors ha sido proyectado en la Piazza Grande. En Mozambique, ha llenado hasta la bandera las salas de cine durante cuatro semanas. Su estreno en Brasil, Estados Unidos y en Europa está previsto para 2018.
1989. Un tren sale de Nampula para llegar a Malawi. Numerosas mujeres transportan sacos de sal que cambiarán por azúcar, muy codiciada y cara en Mozambique. Este pequeño comercio es el único medio que encuentran para alimentar a sus familias. El país está devastado, en plena guerra civil…
El tren sale de las estaciones sin previo aviso: el comandante no quiere tener ninguna radio, “pues los espíritus la escuchan”. Protegido por el ejército, el tren, rechinando y pedorreando, más tangible que lo que le rodea, avanza en medio de los maleficios. Comboio de sal e de açúcar es un western donde lo fantástico se enfrenta a lo maravilloso.
Sin embargo, lo real está bien presente: los rebeldes atacan el tren, hacen saltar las vías, despliegan una terrible violencia… Mientras, los militares del convoy quieren apropiarse de las mercancías y de las mujeres. “Después de haber combatido durante diez años, ¡tenemos derecho a tener mujeres!”. El sargento Salomão se apropia de una joven madre para satisfacerse y para que le prepare la comida. Su nombre resuena como el Salomón de la Biblia, que tenía 700 mujeres y 300 concubinas (1 Reyes 11.3) pero del que Dios terminó por desvincularse (1 Reyes 11.9 al 13). Es su destino, pero parece inalcanzable. “Los soldados son niños violentos”,, dice una mujer.
Pero ahí donde domina la crueldad, lo maravilloso infunde, lo maravilloso hace que todo sea posible. El comandante Sete Maneiras (siete maneras), del que nadie conoce su verdadero nombre, quema las balas con su cazamoscas y conoce las intenciones del enemigo. Su cara, profundamente escarificada, dice todo lo que ha visto. Tiene la presciencia del perro viejo, la sabiduría del combatiente al cual los ancestros no le reprochan nada, incluso cuando hace saltar una mina antipersona.
Pero las evidencias no son algo de este mundo. Lo fantástico atropella a lo maravilloso: la duda se instala frente a lo sobrenatural, lo imposible se disputa con lo posible, lo lógico con lo ilógico. En ese tren que sufre y que rumia cada día, la guerra se recuerda en el relato. Ante el comandante Xipoko, del que se dice que se transforma en un mono para atacar, funciona el lema “bienvenido al infierno”. Aunque veremos, en un montaje paralelo, al estilo Eisenstein, un ataque de los rebeldes, la respuesta del comandante y el nacimiento de un niño. Pues “lo más importante es nacer, poco importa el lugar o el momento”. Vida y muerte se entrecruzan y entrechocan y el amor no se aleja, se aproxima con la enfermera Rosa y el lugarteniente Taïar para aportar a la película lo trágico, que evolucionará como un canto de esperanza y de duda sobre las pasiones humanas. Es la locura de Aguirre la que se va perfilando, la cólera de Dios frente a esos hombres que se matan entre ellos y atan al enemigo abatido en la locomotora para que los niños les tiren piedras.
“A veces, los que nos defienden son peores que los que nos atacan”: El Dorado es una ilusión, pero el tren avanza como la balsa de Aguirre. Incluso se inventa paradójicamente un barco, pues es la única forma de llegar a los lagos de Malawi. La poesía es posible pero la guerra es peor que antes, no se salva nadie. Esta película no glorifica a los combatientes del socialismo, aunque el lugarteniente Taïar hace el papel del virtuoso frente a las derivas machistas. Es más bien un recuerdo de los tartamudeos de la Historia, en un momento actual en que en Mozambique aún sigue habiendo ataques esporádicos.
Un tren conducido por un chamán hacia un viaje mágico: Licínio Azevedo, el periodista brasileño que se instaló en Mozambique para participar en la revolución socialista, ya ha vivido demasiadas cosas como para querer retomar la cantinela de un futuro mejor (su masterclass en el Festival Ile Courts 2017 de Mauricio, article n°14313). Prefiere explorar lo que moviliza al hombre y centrarse en la posible belleza. Su cultura sudamericana y su experiencia en países de magias lo han convencido de que la realizada supera a la ficción y de que las creencias son necesarias para los seres humanos.
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Artículo publicado originalmente en Africultures.
Traducción del francés : Alejandro de los Santos.