* (Serie lecturas) Esta es la historia ganadora del Concurso 2018 AFREADA x Africa Writes
No hemos visto a Nana, no desde el fuego. Le dije a algunos amigos en el colegio que había sido una fogata, pero mentí, como siempre. Fue simplemente un fuego, que se extendió rápida y homogéneamente por nuestra cocina. Inhalamos humo y al día siguiente no pudimos comer el desayuno. Nada de copos de maíz o crispies de arroz, ni tan siquiera los Weetabix que yo odiaba. No quedaban más que formas negras encima de una mesa negra con suelos negros y techos negros.
El negro es bello. Nunca lo olvides.
Nana me dijo esto una vez, cuando me pilló restregándome la piel hasta desollarme, en el baño, en mitad de la noche. Solo ella y yo estábamos despiertas, cuando me tiró violentamente la esponja de la mano.
¿Por qué estás haciendo eso?
Sus ojos siempre hacían preguntas cuando su boca callaba. Le conté lo de las chicas en la escuela, sobre cómo eran los chicos y la palabra «sucia» que alguien me había murmurado durante la clase de educación física.
¿Soy sucia, Nana?
Besó sus labios y me dijo que no fuera tonta. Me llevó después hasta mi cama y me reveló algo que nunca he olvidado.
Y entonces, empezó a olvidar. Había sido una mujer que recordaba todos los cumpleaños de los niños, de cada uno de sus once nietos. Te solía cocinar un pastelito y a las 11:58 de la noche pedías un deseo que habías estado esperando todo el día para pedir.
Es ahora cuando tiene más poder. Cuando el día se ha acabado y estamos deseando soñar.
No me di cuenta de que no era algo que se hacía en todas las familias hasta que tuve diez años, cuando le hablaba de ello a una amiga, emocionada. Su ceño fruncido fue la lección que aprendí aquel día.
Pero Nana paró de dar lecciones. En vez de eso, empezó a dejar en el sitio equivocado sus llaves, su chaqueta, sus zapatos y, con el tiempo, toda su ropa. La sorprendíamos desnuda, algún sábado por la tarde, su piel como las pasas Sun-Maid que nos solía deslizar durante las largas misas. Te daba un dulce, con su desnuda sonrisa, y continuaba así sin preocuparse hasta que alguien la vestía.
Cuando se dejó encendido el fogón, preparando para freír pollo, estábamos todos en nuestras habitaciones. Caminó hasta el jardín, con el cuello arqueado y su cara hacia el cielo. Eran las ocho de la tarde y yo tendría que haber estado tomando un baño. Pero en vez de eso, la observé desde la ventana fascinada. Y entonces vino el humo, rodeándola como a un artista en el escenario que estuviera a punto de hacer una gran revelación. Su acto final.
Debió haber vuelto a la cocina en ese momento y yo grité su nombre a través de la ventana aunque no podía ya verla.
Después de eso, el aire sabía a cenizas y a aceite y mi madre lloró en el escalón de la entrada. Los médicos fueron rápidos pero inútiles. Al día siguiente, desde la ventana de mi habitación, clavé los ojos hacia el último lugar donde había estado; Nana, cautivada por el cielo negro en toda su belleza.
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Maame Blue es una escritora, bloguera, poeta, co-presentadora del podcast Headscarves and Carry-ons, y antigua residente de Melbourne. Se la puede encontrar blogueando (véase, despotricando) en www.maamebluewrites.com y siendo peligrosamente honesta con historias de su propia vida en medium.com/@maamebluewrites. Le parecen graciosas las lamas y no le agrada el cilantro.
Esta historia fue publicada tras ganar la edición 2018 el concurso organizado por la revista literaria AFREADA en colaboración con Africa Writes. Los escritores debían presentar una respuesta escrita de 500 palabras al la primera frase del poema de Warsan Shire, que decía: «Mi madre dice que hay habitaciones cerradas a llave dentro de todas las mujeres«. La ganadora fue seleccionada por la propia Warsan Shire y anunciada en el encuentro Africa Writes 2018.
Traducción: Ángela Rodríguez Perea.