Autor
Han pasado menos de cuatro meses desde que lamentásemos la muerte de Sammy Olagbaju, menos de dos desde que falleciera Rasheed Gbadamosi y, ahora, tenemos que enfrentarnos con la noticia del desaparecimiento de Ben Osaghae. A Rasheed lo conocía bien, pero Sammy y Ben eran amigos próximos. En 2012, con ayuda de Sammy, publiqué un libro: “Nigerian Contemporary Art in Lagos Private Collections” [Arte Nigeriano Contemporáneo en las Colecciones Privadas de Lagos]. Hace apenas un par de años, Akinyemi Adetunji y yo escribimos: “Ben Osaghae. Visual Chronicles of a society in flux” [Ben Oaghae. Crónicas Visuales de una sociedad en cambio constante], una monografía sobre el trabajo de Ben.
Mientras trabajaba en estos libros, pasé incontables horas con los dos. Disfruté de su compañía, aprendí de ellos y me dieron acceso a sus obras. Fue un privilegio el poder oír de Sammy la historia de cuándo, dónde y cómo había adquirido algunas de esas obras de arte. También fue una inmensa suerte poder escuchar a Ben explicar el por qué y el cómo de la creación de sus obras, con todo lujo de detalles, como solía hablar cuando se sentía cómodo. Era una persona ingeniosa y sus conversaciones estaban siempre rociadas de proverbios, palabras en pidgin y expresiones populares. Aunque a veces tendía a ser pesado y filosófico, también llegaba a ser poético y ligero. Charlar con él nunca resultaba aburrido.

Osaghae era probablemente el dibujante con más talento que Nigeria ha tenido en los últimos tiempos pero, por encima de todo, era un contador de historias. Era el artista-vidente y el artista-profeta de su sociedad. Normalmente había una «narrativa» en sus obras, pero una narrativa que no era en absoluto lineal, unequívoca o directa. En sus trabajos siempre existía una ambigüedad de significado que desafiaba al espectador a interpretar metáforas y a descubrir referencias sutiles. No se trataba del tipo de artista que trabaja intensamente en los detalles para poder transmitir sus mensaje; él prefería sugerir simplemente. Algunas personas hacían la lectura de su obra como perezosa o incluso incompleta, pero en este caso era una cualidad que se extendía en múltiples interpretaciones.
Ben Osaghae era, sin ninguna duda, una de las figuras más prominentes de una generación de artistas nigerianos nacidos en los años de las independencias, en la década de los 60. Durante tres intensas décadas, Osaghae hizo la crónica de las aventuras y desaventuras de su tierra y su gente; él, como pocos de sus compañeros y contemporáneos, continuó prestando atención al desarrollo social y cultural de su ambiente. Para los expresionistas abstractos de mitades del siglo pasado, existía la obra de arte y el público. Mark Rothko hace referencia a “la experiencia consumida entre imagen y espectador. Nada debería interponerse entre mi pintura y el público”. Para Osaghae había otro elemento: la realidad social. Y la pintura era una técnica que conectaba al espectador con esa realidad. A través de sus trabajos, el artista comunicaba; hacía comentarios acerca de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Se ubicaba en la fina división entre el artista como creador de objetos autorreferenciales y el artista como comunicador.

Siempre estaba alerta cuando se trataba de las miserias y alegrías individuales y sociales, con plena conciencia de las limitaciones y debilidades de la naturaleza humana. Osaghae llegó a capturarlas a veces con el frío desapego de un historiador y, otras veces, con el fuego de un reformador social. Recuerdo bien cómo, cuando me estaba mostrando en su estudio una pintura sobre NEPA, exclamó con su acostumbrada contundencia: “¿Cómo puede uno seguir pintando paisajes cuando aquí nos llevamos días sin electricidad?«. Las obras de Osaghae están inextricableblemente conectadas con la sociedad dentro de la que fueron creadas. Son “políticas”, no porque propongan soluciones específicas y partisanas a la organización y el gobierno de la sociedad, sino porque siempre hacían referencia a la “polis”.
Sammy y Ben fueron un coleccionista y un artista especiales. Sammy se preocupaba por el arte y por los artistas, de una manera sincera. No juntó una maravillosa colección de arte para investir o como un vehículo para proclamar su estatus y alimentar su ego. Ben se preocupaba por el arte y por sus conciudadanos. Pocos artistas nigerianos contemporáneos se han mantenido tan independientes de los dictados del mercado del arte. Lo que lo motivaba no era agradar al mercado. A veces era un cronista, nos contaba una historia; otras veces era un voyeur. Sus pinturas, la mayor parte de las veces, eran un instrumento de crítica social. Pintaba con una perspectiva fotográfica. No describía al detalle, le bastaba con sugerir. Había una gran empatía en la manera en la que miraba a la gente representada en su obra, documentando sus luchas y ofreciendo un comentario social. En su serie sobre los animales, por ejemplo, ofrece una sátira de los políticos corruptos que utilizan su posición para el enriquecimiento personal. Sus figuras siempre están, de alguna manera, cerca del espectador, como instantáneas a corta distancia. Ben presta gran atención a las expresiones, sentimientos y gestos dramáticos, dando la inspiración de los acontecimientos del día a día. A menudo sus figuras están en movimiento, observa una y otra vez a los niños jugando.

Cuando maduró artísticamente -especialmente en su mejor periodo, entre 2000 y 2010- sus figuras humanas fueron ganando cada vez más emotividad. Al intentar sacar un significado del cúmulo de formas, líneas y manchas de color en el lienzo, me sentía tentado a inclinar la pintura, voltearla, rotarla o, al menos, ladear la cabeza y el ángulo de visión. Una preocupación por la condición humana impregna sus obras. Durante años, en ellas siempre se veía a grupos de personas. Fue solo más tarde cuando apareció la figura humana solitaria.
En las obras de Ben Osaghae, la «distancia psicológica» entre el espectador y la escena se colapsa., el espectador se encuentra a sí mismo inmerso dentro de ella. Osaghae me contó muchas veces cómo solía pintar de memoria. Era capaz de hacerlo porque era un dibujante excelente, con un sorprendente don para retratar la figura humana en las posturas más retorcidas y desde los ángulos más inusuales. Después de sus años iniciales de formación, Ben nunca volvió a pintar un paisaje ni un autorretrato. Tampoco pintaba al aire libre. Prefería trabajar en sus estudio, para esbozar algunas ideas de memoria y desarrollarlas en el lienzo. Sus trabajos a veces eran cómicos, He preferred to work in his studio, to sketch some ideas from memory and develop them on the canvas. His works sometimes are humorous, bromistas y desenfadados, pero nunca triviales. La personalidad intensa y apasionada de Osaghae no deja mucho espacio para obras de arte frívolas, reducidas a mera decoración. Con cada pintura que hacía quería decir algo; quería forzar al espectador a enfrentar la situación y posicionarse respecto a la misma. No había espacio para la neutralidad. Es por ello por lo que un análisis formal de sus pinturas nunca es suficiente para comprenderlas y apreciarlas plenamente.

En sus trabajos no existe el horror vacui ? el miedo al vacío ? que parece fascinar a tantos artistas nigerianos contemporáneos con inclinaciones más «decorativas». A él no le da miedo dejar grandes áreas del lienzo cubiertas con un único color de fondo. Por ello, a menudo sus figuras humanas parecen estar «flotando» en un contexto indeterminado, no adosados al contexto físico que los rodea. El color juega un papel central en todas sus piezas, pero el dibujo es el ancla que los mantiene en el sitio. Sus líneas se vuelven contorno, signo, esbozo, acotamiento, texto, graffiti o frontera. En sus mejores obras, la línea se mantiene clara bajo los bordes irregulares de masas de color. Debido a los fondos planos, los caracteres de sus pinturas son llevados al primer plano. Solía pintar con pinceladas extensas y con gran intensidad de gesto. Sin duda alguna, esta manera de pintar lo ayudaba a transmitri la intesidad emocional de los sujetos.
Los historiadores de artes necesitarán algún tiempo hasta poder escribir sobre el legado de Osaghae, su lugar en el arte contemporáneo nigeriano, su influencia en otros artistas y su contribución al discurso artístico de Nigeria. Pero, incontestablemente, durante sus tres décadas de producción artística, Osaghae dejó marca. Ningún otro artista nigeriano fue capaz de retratar de manera tan viva la vitalidad, la complejidad y el dinamismo de la vida de Lagos. A veces esto se conseguía con una pequeña «viñeta» con uno o dos caracteres; otras veces con un cuadro completo de los habitantes de la ciudad. Pero siempre con la confianza y seguridad del cronista visual que resultaba también ser un extraordinario dibujante.
Lo visité con una pareja de amigos unos días antes de Navidad. Aunque era claro que no estaba perfectamente bien de salud, seguía siendo el cascarrabias y discutidor que conocía desde 2004, cuando organicé en LBS una exposición titulada “Without Borders” [Sin Fronteras] con cuatro artistas que por entonces no eran tan conocidos como lo son hoy: Ben Osaghae, Kainebi Osahenye, Rom Isichei y Wole Lagunju.
Nigeria ha perdido a un buen hombre y un excelente artista. Lo echaremos de menos. He perdido a un amigo. Lo echaré de menos.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
* Jess Castellote es un arquitecto y amateur de arte contemporáneo instalado en Lagos, Nigeria. Castelotte ha publicado varios informes y libros acerca del arte contemporáneo en Nigeria. Es también director del Virtual Museum of Modern Nigerian art y de la Foundation for Contemporary and Modern Visual Arts (FCMVA)
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Jess Castellote, «A view from my corner».
Traducción: Ángela Rodríguez Perea.