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El autorretrato le sirve como punto de partida para su última colección de fotos, Diaspora. Málaga fue el lugar que le brindó la oportunidad de enfrentarse durante cuatro meses de residencia a un concepto tan sugerente y necesario como la “otredad”. Ese Otro con mayúscula que tanto se empeñan algunos en subrayar. Un Otro que se contempla hacia abajo con cargadas dosis de soberbia o paternalismo, según convenga. Ante tal desafío, Omar Victor Diop optó por una mirada frontal con amplia perspectiva sobre la historia y el presente de la comunión entre Europa y África. Una reflexión artística donde no cabe la otredad, sino la alteridad entre los seres humanos a lo largo y ancho de cinco siglos marcados principalmente por la esclavitud. Con su particular estética colorida y estilizada, Diop también recurre al fútbol para demostrar que la presencia de estrellas como Samuel Eto’o, Didier Drogba o Nwankwo Kanu en los campeonatos europeos no es más que una prolongación contemporánea de una sucesión de relaciones históricas entre ambos territorios.
La colonización europea hizo lo posible por borrar las huellas de la Historia de África, no sólo en el propio suelo africano sino también en la diáspora. Los tiempos de la esclavitud se caracterizaron por un vaivén de personas venidas del continente africano que llegaron a sumar un 15% aproximado de la población de Sevilla en el siglo XVI, por ejemplo. Al contrario de lo que se piensa, no todos se embarcaron a América ni se esfumaron súbitamente en el aire. La mezcla con esclavos nos ha llegado hasta nuestros días, incluso en pueblos de Huelva como Palos de la Frontera aún viven algunos “morenos”, descendientes directos de los últimos africanos que no pudieron llegar a Cuba por el fin de la guerra. Se sabe que Alejandro Dumas, autor de Los Tres Mosqueteros o El Conde de Montecristo, era mestizo. Y no se trata ni mucho menos de casos aislados. Es un fenómeno arrancado intencionadamente de los manuales de Historia y de la memoria colectiva de Europa. En los primeros instantes de las independencias, escritores como Cheikh Anta Diop o Chinua Achebe aportaron numerosos focos de luz al negacionismo europeo sobre una historia propia o la posibilidad de que existiera una historia en común.
Diop recorre cinco siglos de pintura europea para reivindicar a su manera el protagonismo de personajes africanos en Europa. Una de las pinturas más célebres de Diego Velázquez es un retrato de su esclavo Juan de Pareja, que procedía de Antequera (Málaga) y obtuvo su libertad a cambio de evitar cualquier acto delictivo. La “buena conducta” del siervo del pintor lo condujo a introducirse en las artes plásticas siguiendo las maneras estéticas velazqueñas. Llegó incluso a componer un retrato de sí mismo en el que se representaba con una tez más clara y con rasgos más perfilados que en el cuadro original de Velázquez. En contrapartida, Omar Victor Diop desafía la obra mirando de frente a la cámara, se inclina menos hacia la izquierda que Juan de Pareja, no siente ningún tipo de pudor epidérmico. El color del fondo es de un verde intenso, al contrario que en el cuadro de Velázquez, donde predomina un verde agrisado más apagado. La luminosidad y la variedad cromática de Diop ennoblece la figura de un Juan de Pareja actualizado y al mismo tiempo dépaysé, no sólo por la obvia reinterpretación de la obra sino por los guantes de portero de fútbol que añade.
Otra de las revisiones más interesantes es el retrato inspirado en Jean-Baptiste Belley (1746 – 1805), esclavo nacido en la Isla de Gorée (Senegal) y trasladado con tan sólo dos años a Santo Domingo. Después de comprar su libertad con sus propios ahorros, se convirtió en capitán de infantería en las colonias de ultramar durante la Revolución Francesa. Fue el primer negro en formar parte de la Convención Nacional desde donde defendió firmemente la abolición de la esclavitud, que fue aprobada en este mismo organismo en 1794. Tres años más tarde, el pintor francés Anne-Louis Girodet lo inmortalizó en un retrato en el que se insinúa con una postura que mimetiza el comportamiento de la aristocracia francesa, ataviado con el uniforme de la Convención y con un paisaje tropical como telón de fondo. En principio la obra podría interpretarse como un gesto anodino que enaltece el espíritu de racionalidad e igualdad entre los ciudadanos de la época. Sin embargo, si nos fijamos con detalle en la obra de Gidoret observaremos que el autor acentúa exageradamente la protuberancia sexual del Belley, con lo que consigue amplificar más aún la representación histórica de los negros como seres salvajes y bárbaros de sexo desmesurado. Por su parte, Omar Victor Diop prescinde del decorado tropical, retira el busto clásico en el que se apoya Belley y amputa toda exageración relativa a la sexualidad.
Juan Tapiró (1836-1913) era un pintor catalán especialmente conocido por sus retratos de los habitantes de Tánger, ciudad en la que falleció y donde coincidió con su amigo Marià Fortuny. Era la época en la que la representación de Oriente estaba en boga en Europa, el orientalismo de artistas occidentales que tanto gustaba a pintores como Eugène Delacroix. Se trataba de una construcción estereotipada de las culturas arabo-musulmanas para satisfacer el placer hedonista de unos artistas sedientos de lugares lejanos plagados de leyendas exóticas. Tánger para Tapiró era un escenario real que alcanzaba formas de simulacro ilusorio al trasladarse al lienzo, las escenas retratadas se limitaban en gran medida a plasmar la intimidad folklórica local. Omar Victor Diop reformula el cuadro El moro instalando una tela estampada colorida en lugar de un arco dorado de estilo árabe, y sustituye los ropajes del protagonista de Tapiró por el mismo tejido del fondo. Este era un recurso bastante habitual dentro de la fotografía de Malick Sidibé o Seydou Keita, donde en ocasiones la ropa se confundía con los colores de la pared, quebrando con el habitual contraste entre fondo y figura. De esta forma, Diop establece la estética de la fotografía africana de los años 60 para romper con el diálogo distante entre el pintor y el figurante que desprende el cuadro de Tapiró. Tampoco falta el elemento futbolístico, un balón debajo del brazo del artista, en una postura que recuerda a las fotografías de grupo que los equipos suelen hacer al comienzo de cada campeonato.
Estos son los cuadros que hemos querido resaltar, no obstante la obra del senegalés merece ser analizada con detenimiento, detrás de cada autorretrato se esconde la historia de personalidades de obligado conocimiento. Es la única forma de ir asentando cimientos que de una vez reconozcan la presencia de africanos y afrodescendientes en la vida política, social y cultural de Occidente. Que no sigan sorprendiéndonos que hubo afrodescendientes en países como España o Portugal, sobre todo en ciudades portuarias miraban más las capitales de los territorios de utramar que hacia ciudades nacionales más cercanas.
El fútbol en África a través de la mirada de 10 artistas | afribuku.com
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