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Con apenas cuatro novelas publicadas: Les soleils des indépendances (1968); Monnè, outrages et défis (1990); En attendant le vote des bêtes sauvages (1998); y Allah n’est pas obligé (2000), Ahmadou Kourouma se elevó al rango de clásico de la literatura africana y se convirtió en un referente ineludible de los estudios francófonos[1]. De origen malinké, nació en 1927 en una región perteneciente al África Occidental Francesa, hoy Costa de Marfil. Si en 1930 alguien le hubiera dicho a un francés medianamente ilustrado, acaso administrador de alguna posesión colonial, que ese niño sería galardonado con algunos de los premios literarios más prestigiosos de Francia[2] y que sería entrevistado en foros de televisión de fines de siglo como un hombre libre, jovial y ejemplar; ese hombre hubiera reventado a carcajadas. La generación de Kourouma vivió algunas de las transformaciones más profundas del continente difícilmente concebibles para una mentalidad inscrita aún en el racismo y el colonialismo más pedestres.
Desde cualquier apreciación posible —histórica, política, religiosa, lingüística, estética; en última instancia, ontológica— su posición de vida resulta extraordinaria. Negro, africano, hijo de una tierra esclava, miembro de la élite de su etnia, malinké, francófono, soldado del imperio francés en Indochina, estudiante de matemáticas y actuaría en Lyon, ciudadano, opositor, écrivain engagé, exiliado, testigo de brutalidades coloniales y poscoloniales; el azar histórico, o quién sabe qué entelequia gozosa y despiadada, lo colocó en un lugar de enunciación propicio para desarrollar un lenguaje de destellos únicos y universales, un lenguaje moderno y tradicional al mismo tiempo, un lenguaje fraguado con una voluntad de irrupción vital como pocos en nuestro tiempo; y él transformó ese lugar de posibilidad en el espejo translúcido donde un continente ve su drama reflejado.
Esperando el voto de las fieras (En attendant le vote des bêtes sauvages[3]) es una de las obras más estudiadas del autor; se la ha abordado principalmente desde dos perspectivas: la primera enfocada a la relación realidad-ficción que explora las fuentes políticas y sociológicas de la obra. Este enfoque hace especial hincapié en la novela como una denuncia de las barbaries imperialistas, y posteriormente, de las crueldades de las dictaduras poscoloniales. Desde este punto vista, la crítica ha establecido la equivalencia entre los personajes ficticios y los jefes de estado reales cuyas acciones y efigies sirvieron a Kourouma para caracterizar su mundo, tan desafortunadamente cercano a la realidad. La segunda perspectiva apunta a desentrañar los arcanos lingüísticos, poéticos y estilísticos del lenguaje del escritor marfileño. Así, se analiza la hibridación de la obra en varios aspectos: la lengua, Kourouma combina su lengua materna, el malinké, con la lengua del colonizador, el francés; el género, Kourouma fusiona dos horizontes literarios contrastantes, la novela occidental y el donsomana oral subsahariano. Estas hibridaciones, por lo demás ellas mismas de una complejidad considerable en el horizonte hermenéutico de la obra, no pasan de largo sin plasmar sus huellas en el corpus de la novela, de tal suerte que las aproximaciones narratológicas ponen el acento en la combinación de diversos niveles narrativos a lo largo del relato. La conclusión común es que Esperando el voto de las fieras concentra en sí una cantidad considerable de peculiaridades literarias y denuncias sociales.
El punto de inflexión entre ambas perspectivas es la dimensión antropológica de todas las problemáticas citadas: el contacto violento de hombres de distintas culturas, donde una cultura somete a la otra, tiene los efectos de una verdadera crisis civilizatoria. El colonialismo dejó consecuencias imborrables en la cultura de los pueblos sometidos. Cómo sea posible la resolución futura de estas fisuras profundas es la interrogante mayúscula del humanismo del siglo XXI, en caso de que el presente siglo pueda ser testigo de un humanismo auténticamente universal y plural. La obra de Kourouma deja constancia de esta condición inquietantemente trágica de la modernidad y revitaliza un debate muy en boga a mediados del siglo pasado: la disyuntiva del escritor entre su libertad artística y su compromiso social.
Imaginemos un círculo de hombres, no son hombres comunes, son los cazadores más feroces de cierto país africano que podría ser Costa de Marfil o Togo, pero que haríamos mejor en situar como la imaginaria República del Golfo. Vienen vestidos con sus trajes tradicionales. Están listos para llevar a cabo un ritual. Entre ellos está presente uno de los más grandes cazadores de la humanidad, su nombre es Koyaga y su tótem el halcón. Koyaga está sentado en un sillón en el centro del círculo. Es el otrora tirador del ejército francés en Indochina, combatiente de los afanes libertadores de los vietnamitas; es el hombre más educado de los paleos, de los hombres desnudos, los indomables, los sin habla; es el prócer de la patria: presidente y dictador. Todos están allí reunidos para acompañarlo en un ritual de purificación. Está con él Macledio, su ministro de Orientación, hombre nacido con un ñoro funesto, una maldición. Además de ser la mano derecha de la dictadura de Koyaga, es el hombre más viajero de África; ha recorrido desiertos y selvas, perdido mujeres e hijos, e incluso dejado inconclusa su tesis en la universidad, todo por encontrar a su hombre del destino. Desdichado, Macledio creyó constantemente haber encontrado a su hombre, pero se equivocó múltiples veces en su búsqueda. Anduvo errante hasta que halló, en el hijo de Nayuma y Tchao —Koyaga el cruel dictador— a su verdadero hombre del destino.
Todos están reunidos para ser testigos de un donsomana[4] catártico. La narración estará en la voz de Bingo, el sora. Un sora es el encargado de alabar las hazañas de los grandes cazadores, canta y toca la cora; la cora es un instrumento africano de veintiún cuerdas. Al sora lo asiste su aprendiz, su respondón, que hace las veces de bufón y flautista; su nombre es Tiecura. Él es un cordua, un respondón, y como tal, “hace de bufón, de payaso, de loco. Se lo permite todo y no hay nada que no se le perdone.”[5] El donsomana catártico[6] se ha puesto en marcha con la finalidad de realizar un retrato “vívido, tridimensional y purificatorio, que responde a una necesidad de catarsis: una ejecución con miras a restaurar la autoridad política del destinatario, Koyaga, cuyo régimen está amenazado.”[7] El relato será contado en seis veladas. Después de treinta años como dictador de la República del Golfo, Koyaga ha extraviado los talismanes cuyos secretos han sido el arcano principal para perpetuar su dictadura: un meteorito y un Corán sagrado. Para permanecer en el poder, debe acceder a ser el escucha principal de su propio relato de vida. No sólo escuchará la narración de sus aventuras, sino también la de aquellos que lo han rodeado en el transcurso de las décadas: su padre, el primer hombre paleo en romper el tabú de la desnudez y matar a varios alemanes en la guerra; su madre, una de las mujeres más prominentes entre los paleos y posesora de la meteorita; su marabut, quien resguarda El Corán sagrado; y Macledio, mano derecha y aun cerebro de la dictadura.
En cada una de las veladas el sora entonará proverbios a manera de intermedio porque, “a veces el tambor se detiene para pedir un calabacino de agua”[8], o “incluso el río que inexorablemente desciende hacia el mar, descansa cuando llega a una llanura”.[9] De esta guisa, los proverbios y las tradiciones del África subsahariana cobran una importancia crucial. Cada una de las seis veladas tiene su tema particular y al inicio, intermedio y final de cada una de ellas se mientan dichos, refranes y proverbios.[10] Los proverbios forman parte de la estructura de la novela: emulan la oralidad del ritual catártico y brindan unidad temática a cada uno de los capítulos y veladas. “¡El proverbio es el caballo de la palabra, Tiecura!, cuando la palabra se pierde, gracias al proverbio se la recupera”[11], exclama el aedo. Es por demás novedoso admirar la riqueza y profundidad de estas frases; porque, a la vez que nos resultan familiares y entrevemos su significado más general, nos sumergirnos en la particularidad del pensamiento tradicional de una región de África. Nos sorprendemos, tanto por la acción concreta que sirve de base metafórica al refrán, como por los objetos y vocablos que en ocasiones nos son enteramente desconocidos. A continuación menciono cada uno de los temas de las veladas y transcribo uno de los refranes que se mientan en el transcurso de cada una de ellas. 1) La veneración de las tradiciones: “Es en el extremo de la vieja cuerda donde se teje la nueva”.[12] 2) La muerte: “Son quienes tienen pocas lágrimas los que lloran en seguida al difunto”.[13] 3) La predestinación: “El ojo no ve aquello que lo revienta”.[14] 4) El poder: “El grito de angustia de un solo gobernado no consigue golpear el parche del tambor”.[15] 5) La traición: “Aquel a quien has curado la impotencia es el que toma a tu mujer”.[16] 6) Todo tiene su fin: “El día lejano existe, pero no existe el día que nunca ha de llegar”.[17]
Lo que resulta sugestivo acerca del uso de los proverbios y del relato purificatorio, el donsomana, que se pone en marcha al inicio de la narración, es el hecho de que el habla y la escritura se combinan sistemáticamente a lo largo del texto: la obra es narración pero no narración en su forma escrita propiamente dicha, no es la típica prosa de la novela, es un discurso en que la forma escrita cede su lugar a la expresión oral. Porque son el sora, Bingo, y su respondón, Tiecura, los que a lo largo de las seis veladas narran el ascenso, apoteosis y crisis de Koyaga. No es la historia del dictador puesta en primer plano bajo la forma de una prosa novelística, sino que el narrador nos coloca en medio de la ceremonia para que, no él, sino un rapsoda africano y su aprendiz nos cuenten el relato purificador.[18] De esta manera, el recurso que Kourouma explota es el de la constante reproducción del habla tradicional de los griots africanos; con ello logra adaptar el ritmo y temperamento de su lengua natal como estilo de escritura impuesta sobre la lengua francesa.
El resultado de la tensión de la literatura tradicional, inserta a través del género del donsomana, y la escritura del francés, inscrita en la lengua y el género de la novela; esto es, el uso de un estilo literario obtenido de un hibridismo lingüístico, es la exaltación de la tradición cultural del malinké para un público universal. Ya no es posible hablar entonces de una novela o un canto tradicional, sino de la cópula de ambos géneros, cuya finalidad es enriquecer la expresión y ampliar el espectro de posibles lectores: si es necesario interpelar a hombres de varias culturas simultáneamente, es preciso cambiar el lenguaje. Madeleine Borgomano lo señala muy puntualmente: “Mediante la combinación de la novela (género importado, escrito y moderno) y esta forma africana [el donsomana], oral y tradicional, el escritor subvierte los dos ‘géneros’: la novela, contaminada por la oralidad, ya no es realmente novela. Y la oralidad —mimetizada, pero de cualquier modo escrita, se convierte en comunicación diferida, ‘cruce de ausencias’— ya no es oralidad”.[19] Es precisamente en este punto donde puede hablarse de una actitud revolucionaria, exaltada, de la palabra: Kourouma resquebraja géneros, aproxima lenguas y culturas. Denuncia el racismo, el imperialismo y el totalitarismo satíricamente. Se ríe de la mentalidad de los blancos frente a los negros, se burla de la posición aparentemente idiota de los negros ante los blancos. Muestra que el hombre es capaz de acciones tan soeces, de majaderías tan injuriosas, que la mejor manera de censurarlas es la risa. En fin, Kourouma apuntala lenguaje y literatura y los coloca en la que, acaso, sea su condición más actual, más vanguardista.
Si el pueblo francés, grande “por su cultura e historia”[20], como dice el propio sora, fue capaz de llevar su imperialismo por el mundo: comerció con negros, los llevó fuera de sus tierras y cometió injusticia con los pueblos aborígenes; si en suma, el imperio francés se atrevió a violar las costumbres de otros hombres y mancilló otras tradiciones, formas de vida y lenguas, mandó a sus etnólogos a estudiar a sus conquistados para “evangelizarlos, cristianizarlos, civilizarlos. Volverlos colonizables, administrables, explotables”[21], dice Bingo; entonces parece coherente y razonable que, al renacer una tradición cultural negada, con una literatura escrita apenas existente, porque la tradición oral es la de mayor importancia y aún perdura en los griots, despierte subversiva y se levante con las armas del lenguaje.[22] Kourouma, griot y hombre libre su pueblo —guerrero es la etimología de su nombre—, reclama libertad y autonomía para los pueblos marfileños y africanos. Y no se conforma con ello, quiere además esparcir la buena nueva por el mundo. Si el francés pisoteó el malinké —a la generación del escritor marfileño se le enseñaba el francés en las escuelas y se le prohibía hablar su lengua materna—, ahora el malinké, dotado del poder de la pluma de Kourouma, violenta la lengua francesa, la hace suya, la subvierte y la usa según su leal entendimiento. Kourouma transforma ambas lenguas[23], ya no es francés ni malinké, ya no es la lengua ni del señor ni del esclavo, es la novedad desgarrando al mundo con la imagen honesta, sanguinaria y furtiva, de su existencia. Es la aportación novedosa de ese Otro que ha permanecido en el silencio por los siglos y ahora comienza a levantarse.
Esperando el voto de las fieras no es una obra con los cánones de la novela moderna: un pensamiento cartesiano que disecciona la psicología de sus personajes, un personaje en conflicto con la ciudad, que vive y se aleja de los hombres, una sociedad que lo cerca y pretende embrutecerlo con el yugo de su movimiento, un héroe cuya vida apunta a un vaciamiento; no, Esperando el voto de las fieras pertenece a otro desarrollo histórico y a otra necesidad expresiva, es algo que quizás jamás exista en occidente, porque esta narración logra un sincretismo jadeante entre épica y novela. Las proezas de caza de Koyaga evocan más la imagen de un Gilgamesh que la de un tal señor K., pero un Gilgamesh bronceado de napalm e instruido en las metrallas, una especie de Rambo nègre noir.[24] Y en lo que tiene de epopeya, la obra de Kourouma es siniestra, cruel y castradora. Occidente ha ocultado esta dimensión sanguinaria y atroz del hombre bajo la forma estilizada de la novela. El héroe moderno ya no hipoteca su acción a la voluntad de un dios y ya no apuesta al restablecimiento del cosmos; aliena sus decisiones a fantasmas que “racionalmente” él mismo ha creado, le resta violencia a su existencia pero se vuelve doblemente culpable: no sólo no tiene el entendimiento y valor suficientes para salir de la minoría de edad, sino que cree tenerlos y en cantidades más que generosas. En cambio, el héroe de Kourouma emerge directamente del “corazón de las tinieblas”, de la profundidad de la selva, y queda a merced de la guerra fría y ante la imagen aterradora de la total destrucción; su suerte es fruto de su habilidad para emascular y su fervor para ofrendar copiosas libaciones. Su ser mismo es el ser de la violencia, porque la violencia es lo único que ha visto y lo único que le ha sido impuesto: es el alarido de una tiniebla en un mundo nublado.
Al fundir ambos géneros, vale la pena señalarlo, Esperando el voto de las fieras adolece de algunas virtudes de la novela europea de los siglos XIX y XX; tales como la ya mencionada inspección psicológica, el flujo de conciencia y las repetitivas dudas de los personajes indecisos, cambiantes. Tanto Koyaga, no héroe sino antihéroe, como Macledio, son personajes redondos que actúan siempre determinadamente: no se pueden esperar cambios sorpresivos en su proceder. Esta circunstancia de los personajes, aunada al ritmo de la épica: constante repetición de la enunciación del sujeto y remembranza de estribillos aquí y allá, da la impresión de que la historia se mueve hacia lo predecible. Las veladas a lo largo de la novela funcionan, si se las aprecia independientemente, como cuentos de carácter folclórico. No convergen en ellos profundos conflictos argumentales, ni hay grandes contrastes o revelaciones singulares en sus historias. En el horizonte simbólico, los sentidos y significados de la obra se ensanchan por la acumulación de hechos: no existen pausas descriptivas pormenorizadas, ni pasajes reflexivos extensos como es común en la novela. Valga decir que su apremio por exaltar la oralidad, tiene como efecto una disminución en el uso de recursos técnicos y estéticos de la novela moderna; prima en la obra un interés testimonial sociohistórico.
En Esperando el voto de las fieras Kourouma no sólo se rebela contra el imperio francés y su lengua, sino que además afirma una crítica contra el poder político fundado tras la independencia de las naciones africanas. Koyaga es el hombre paleo, desnudo, que se forjó como el más certero de los cazadores de su pueblo, el mejor combatiente, hombre de disciplina imperial y puntería eficaz a la hora de asesinar rebeldes. Es también el conspirador contra el orden del presidente Fricassa Santos y asesino de sus rivales políticos, enemigos a muerte. Ya convertido en dictador, es incasable persecutor de opositores y fiel aprendiz de los más funestos dictadores de todo el continente. Para occidente es el bastión demoledor en la lucha contra el comunismo internacional, orden político y social que Koyaga entiende solamente como la ausencia de patrocinio económico capitalista. Koyaga es el arquetipo de jefe de estado poscolonial caracterizado por concentrar todo el poder, entendido como violencia y lucha de entidades sobrenaturales, para imponerse sobre sus rivales como una forma de prestigio personal. Y esta clase de líderes, asegura Kourouma, realmente existe en el África poscolonial. “Los dictadores africanos se comportan en la realidad como en mi novela. Numerosos hechos y acontecimientos que cuento son verdaderos. Pero resultan tan difíciles de imaginar, que los lectores los toman por invenciones novelísticas. ¡Es terrible!” [25]
En este contexto el poder político va de la mano, invariablemente, con el poder de la magia y los saberes de la cacería. “La política es como la caza —dice Bingo, el sora—. Entramos en política como entramos en la asociación de los cazadores. La gran jungla donde opera el cazador es vasta, inhumana y despiadada, igual que el espacio, el mundo político”.[26] La estrategia política es cuestión de superstición y de recomendaciones mágicas. Las garantías de conservación del orden no están basadas en el establecimiento de un código jurídico. La legitimidad del poder político se invoca a través de un rito purificatorio, como si dicho rito fuera un acto de expiación de los abusos del poder, una especie de Comisión de la Verdad y Reconciliación, a la manera de otros países que han pasado por periodos de dictadura.[27] Koyaga no se rodea de correligionarios encargados de un ministerio cada uno; él tiene sólo a su madre Nayuma y a su marabut, un mago. Los artilugios del poder de Koyaga son un ejemplar muy especial de El Corán y un meteorito. El poder lo es todo y es magia. Koyaga es el poder. “Es en esta paradoja de todo y de nada, de conductor y destructor de pueblos, de cazador de hombres y de guía en que se sitúa Koyaga —el personaje más real de la obra de Kourouma—, en que la crítica no ha dudado en asimilar a Eyádema, el expresidente de Togo, con el dictador de la República del Golfo”, afirma Sélom Gbanu.[28]
En una sociedad “animista”, como señala el propio autor, el influjo de ideas religiosas y creencias mágicas tiene su efecto en las estructuras del poder político: ante la ausencia de una visión secularizada de la política y en medio de la violencia fratricida que asola la nación, la práctica gubernamental es un vestigio esotérico. También en este aspecto el sora y su respondón juegan un papel esencial. El sora asume un papel solemne, su labor es purificar al dictador con su relato. En cambio su respondón, Tiecura, guarda una posición antagónica y burlona frente a Koyaga, posición que puede permitirse porque al aprendiz se le perdona todo. Tiecura no deja de ser irónico, hace comentarios mordaces, grita y baila exaltadamente, le hace saber sus verdades al maestro cazador. Desde un principio advierte: “Diremos la verdad. […] Toda la verdad sobre las cochinadas suyas, sobres sus gilipolleces, denunciaremos sus mentiras, sus numerosos crímenes y asesinatos”.[29] La voz del narrador, compartida entre el sora y su aprendiz, es al mismo tiempo ditirámbica y satírica.
Kourouma hace de la disyunción entre el escritor comprometido y el escritor alejado de la plaza pública algo baladí, él asume los dos papeles. Kourouma, matemático de profesión y escéptico de la magia, es un escritor alquimista porque ejerce una violencia transgresora en el lenguaje, amplía sus fronteras, visita la nada y caza nada que trae al corazón de otra lengua, de otra concepción del mundo; transforma la nada en reclamo ontológico, revelando por medio de una epifanía que esa nada, el malinké, lo es todo y tiene derecho a existir. En entrevista con Catherine Argand el escritor marfileño afirmó: “Escribir, para mí, es vaciar una cólera, responder a un desafío”.[30] En el dilema entre el engagement sartreano, la responsabilidad de la forma a la Roland Barthes y el arte como gasto improductivo de Georges Bataille, Kourouma no se ciñe completamente a ninguna de estas concepciones; por el contrario, más que ajustarse a una tipología, pareciera alimentarse y responder a la necesidad de varias manifestaciones del compromiso; el suyo es un compromiso proteico, multiforme.
Por un lado, su literatura es bufona de su tiempo, conserva una causa moral y social, busca poner en evidencia las contradicciones de la humanidad, la bêtise inherente a los hombres (aunque él de pronto quiera negarlo)[31]; pero también atraviesa otras facetas de la creación artística, de tal manera que Esperando el voto de la Fieras no se consagra solamente como una obra comprometida exclusivamente por su contenido político, sino también por su “política de escritura”.[32] Kourouma pone en trance de revolución las formas tradicionales de la literatura y coloca el problema del lenguaje y la palabra como eje fundamental de su obra, con lo que la obra queda sellada como juego y como juicio, como simulacro y como acto, como vaciamiento y como superación. ¿No es posible ser un místico comprometido? ¿No se puede jugar a ser bufón de decadencias y rapsoda de mitos sublimes? Kourouma responde colocándose en la cópula subversiva de esta paradoja; así, su obra adquiere el cariz de la hagiografía de un energúmeno.
La velada final es un paisaje apocalíptico. Todo el caos y la destrucción emergen. El fuego pone en fuga a hombres y animales. Hombres y bestias parten hacia el éxodo. Cazadores, campesinos y animales se dan muerte en las llanuras. Los habitantes de la República del Golfo, los hombres que han sido subyugados durante treinta años, los íntimos del presidente Koyaga, los enviados de los dictadores de los cuatro rincones de África, los interventores de occidente; todos, cruzan las manos y esperan la resolución de las bestias. El futuro es incierto y aquello que parecía indestructible e imperecedero empieza a tambalearse. La confusión se apodera de propios y extraños. El suspenso suspende los suspiros, los pulmones y los pechos se contienen en su aliento. A punto del regocijo y la fiesta, las gentes claudican al silencio. El pueblo pretende sacudirse la dictadura, la dictadura se ilusiona tramando otra artimaña. Pero la suerte está echada, la magia del tiempo es la que más poderes convoca porque, “la noche dura mucho tiempo, pero el día acaba por llegar”[33] y el voto de las fieras es el último recurso de los dictadores perdidos, dice Ahmadou Kourouma, le guerrier africain.
Referencias:
Kourouma, Ahmadou. Esperando el voto de las fieras. El Aleph Editores. España, 2002.
- Akrobou, Ezechiel. De la traducción de la oralidad y la cultura a través de la escritura narrativa de Kourouma, en Hieronymus Complutensis Núm. 12, 2005-2006, pp. 93-97. http://cvc.cervantes.es/lengua/hieronymus/pdf/12/12_093.pdf
- Animan, Clément. Tradition orale et instance narratrice dans Enattendant le vote des bêtes sauvages de Ahmadou Kourouma. Cahiers de Narratologie. Analyse et théorie narratives, 10.1, 2001, pp. 89-101. https://narratologie.revues.org/6919
- Ehora, Effoh. La “parole recopiée” dans En attendant le vote des bêtes sauvages: une autre manière d’écrire le conte oral africain, en Synergies France Núm. 7-2010 pp. 21-29.
—Jeux de déconstruction dans le roman négro-africain, Université de Bouaké, Côte d’Ivoire, pp. 1-15, https://es.scribd.com/doc/93111359/Effoh-Clement-Ehora-Jeux-de-deconstruction
- https://gerflint.fr/Base/France7/effoh.pdf
- Gbanu, Sélom. En attendant le vote des bêtes sauvages ou le roman d’un “diseur de vérité”, Études françaises No. 423, 2006, pp. 51-75. https://www.erudit.org/fr/revues/etudfr/2006-v42-n3-etudfr1618/015790ar/
- Lemoine, Geneviève. Hybridité et polyphonie comme redéfinition du genre romanesque. En attendant le vote des bêtes sauvages d’Ahmadou Kourouma, en Postures, Dossier “Littérature québécoise”, n°6, pp. 140-156. http://revuepostures.com/sites/postures-dev.aegirnt2.uqam.ca/files/lemoine-06.pdf
- Thibault Le Renard et Comi Toulabor, “Entretien avec Ahmadou Kourouma”, en Politique africaine, Núm., 75, octubre 1999, pp. 178-183. http://www.politique-africaine.com/numeros/pdf/075178.pdf
En Cahier spécial Ahmadou Kourouma: l’héritage, Notre Librairie. Revue des littératures du Sud. Núm. 155-156. Identités littéraires, juillet-décembre, 2004.
- Borgomano, Madeleine. En attendant le vote de bêtes sauvages: à l’école des dictatures, pp. 22-26.
Mongo-Mboussa, Boniface. Ahmadou Kourouma: engagement et distanciation, pp. 44-49. http://fitheatre.free.fr/gens/KouroumaAhmadou/dos.AhmadouKourouma.pdf
[1] Lemoine, Geneviève. Hybridité et polyphonie comme redéfinition du genre romanesque. En attendant le vote des bêtes sauvages d’Ahmadou Kourouma, en Postures Dossier “Littérature Québécoise”, Núm. 6, p. 140.
[2] En 1999 recibió el Prix du Livre Inter y en el 2000 el Prix Renaudot. En el 2004, un año después de su muerte, el Salón africano del libro estableció el Prix Ahmadou Kourouma, para reconocer obras con su mismo sentido de independencia, lucidez y clarividencia.
[3] En adelante me refiero a la obra por su traducción al español.
[4] Según Selon Thoyer, el donsomana constituye uno de los géneros mayores de la literatura oral “bamana-maninka”. De acuerdo a su definición, el donsomana es un largo poema iniciático plagado de hechos maravillosos y consagrado a la historia de los héroes cazadores. El narrador del poema es un aedo local acompañado de un intérprete musical. Estos cantos tienen lugar en el seno de cofradías y asociaciones de cazadores de todos los orígenes sociales. Citado en Ehora, Effoh. La “parole recopiée” dans En attendant le vote des bêtes sauvages: une autre manière d’écrire le conte oral africain”, en Synergies France Núm. 7–2010, p. 22 (me he permitido traducir y parafrasear el texto citado).
[5] Kourouma, Ahmadou. Esperando el voto de las fieras. El Aleph Editores. España, 2002, p. 12.
[6] La noción de la novela como una obra constituida de hibridismos se revela también en la expresión donsomana catártico, ya que, en estricto sentido, el donsomana se restringe a narrar las acciones de lucha de los cazadores; en cambio, Kourouma trastoca el objetivo de este tipo de relato insertando una noción purificatoria como motivación principal.
[7] Ehora, Effoh, op. cit., p. 22 (la traducción es nuestra).
[8] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 224.
[9] Ibíd., p. 252.
[10] Effoh Ehora señala 160 proverbios a lo largo de la novela. Jeux de déconstruction dans le roman négro-africain, Université de Bouaké, Côte d’Ivoire, p. 4.
[11] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 40.
[12] Ibíd., p. 22.
[13] Ibíd., p. 91.
[14] Ibíd., p. 129.
[15] Ibíd., p. 159.
[16] Ibíd., p. 252.
[17] Ibíd., p. 315.
[18] Al respecto, es de importancia observar los diversos niveles narrativos mezclados en el relato. Effoh Ehora señala tres tipos de narradores: un narrador extraheterodiegético y anónimo que él llama “narrateur premier”, encargado de describir el entorno de las veladas y de señalar quién tiene la palabra en cada momento, él es “l’organisateur suprême du texte”; dos narradores extrahomodiegéticos o narradores-personajes, Bingo y Tiecura, quienes tienen la función del cuentista que da parte de la sucesión principal de los acontecimientos; y finalmente, otros dos personajes intrahomodiegéticos o personajes-narradores que, por momentos, narran sus propias peripecias inmiscuyéndose en el relato de los aedos: Koyaga y Macledio. La “parole recopiée” dans En attendant le vote des bêtes sauvages: une autre manière d’écrire le conte oral africain”, en Synergies France Núm. 7–2010, p. 25.
[19] Borgomano, Madeleine. En attendant le vote de bêtes sauvages: à l’école des dictatures, en Cahier spécial Ahmadou Kourouma: l’héritage, Notre Librairie. Revue des littératures du Sud. Núm. 155-156. Identités littéraires, julio-diciembre 2004, p. 23 (la traducción es nuestra).
[20] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 32.
[21] Ibíd, p. 14.
[22] Ezechiel Akrobou hace referencia a cuatro etapas de la literatura africana influenciadas por el acaecer histórico: 1) 1930-1960: inicio de la literatura africana, poesía y novela colonial; 2) 1961-1966: periodo de la independencia, la literatura deja de depender de la metrópoli y se esparcen ideas de libertad de expresión y orientación política; 3) 1967-1970: la producción literaria adquiere una preocupación de carácter económico, político y cultural, esta visión pone como foco de atención la crisis de las naciones nacientes y su entorno político; 4) 1971-1990: comienza un periodo de introspección de las culturas africanas, las obras hacen referencia al uso de los dialectos como forma de expresión: “La transmisión oral (literatura tradicional) y la escritura (literatura moderna) coexisten en un mismo espacio literario. De ahí, la aparición de un nuevo impulso lingüístico: la palabra”. De la traducción de la oralidad y la cultura a través de la escritura narrativa de Kourouma, en Hieronymus Complutensis Núm. 12, 2005-2006, p. 93.
[23] Para un examen de los procedimientos lingüísticos (gramáticos, sintácticos, léxicos) de Kourouma, véase el trabajo de Ezechiel Akrobou arriba citado. En este aspecto, me limito a reproducir la opinión de los especialistas. No ha llegado a mis manos la obra en su lengua original.
[24] La equiparación con el “héroe hollywoodense” de la guerra fría no debe mover a la trivialidad. Sélom Gbanou (En attendant le vote des bêtes sauvages ou le roman d’un “diseur de vérité”, Études françaises Núm. 423, 2006) profundiza en las influencias de Kourouma para crear a su protagonista. Este análisis denota que el escritor usó, como fuente de información primordial, une bande dessinée basada en la vida del dictador Eyadéma publicada por el gobierno de Togo y que se distribuía gratuitamente en los servicios administrativos públicos y privados, así como en centros escolares. Una historieta en que el dictador fungía como héroe de héroes, padre, origen y destino de la nación, era lectura obligada. En ambos casos, el cine y las tiras cómicas, apreciamos la función propagandística de las industrias culturales en una sociedad en guerra. Véase también el análisis de la figura de Superman en Apocalípticos e Integrados de Umberto Eco.
[25] Thibault Le Renard et Comi M. Toulabor. Entretien avec Ahmadou Kourouma en Politique africaine Núm. 75, octubre 1999, p. 179 (la traducción es nuestra).
[26] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 161.
[27] Sélom Gbanu señala que la estrategia narrativa de Kourouma apunta también a la emulación de un acto político puesto en funciones en la última década del siglo pasado en Togo: las Conferencias Nacionales. “En el acto de purificación del donsomana, no como género sino como estrategia de reorganización del poder político, hay un recurso general cuyo funcionamiento jurisdiccional evoca las Conferencias Nacionales”, op. cit., p. 71. Se trata por tanto, de mostrar las Conferencias Nacionales como posibilidad de un renacimiento ético, político y social (la traducción es nuestra).
[28]Ibíd., p. 55 (la traducción es nuestra).
[29] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 12.
[30] “Écrire pour moi, c’est vider une colère, répondre à un défi”. Propos recueillis par Catherine Argand, Lire, septiembre 2000, p. 52. Citado en Borgomano, Madeleine “Écrire, c’est répondre à un défi”, en Cahier spécial Ahmadou Kourouma: l’héritage, Notre Librairie. Revue des littératures du Sud. Núm. 155-156. Identités littéraires, julio-diciembre 2004, p. 23.
[31] En entrevista con Thibault Le Renard et Comi M. Toulabor declaró: “No estoy comprometido. Yo escribo las cosas que son reales. No escribo para apoyar una teoría, una ideología política, una revolución, etc. Yo escribo las verdades, como las siento, sin tomar partido. Escribo las cosas como son”. Entretien avec Ahmadou Kourouma en Politique africaine Núm. 75, octubre 1999, p. 178 (la traducción es nuestra).
[32] A propósito de esta posición estética atípica de Kourouma, véase Ahmadou Kourouma: engagement et distanciation, de Boniface Mongo-Mboussa, en Cahier spécial Ahmadou Kourouma: l’héritage, Notre Librairie. Revue des littératures du Sud. Núm. 155-156. Identités littéraires, julio-diciembre 2004, pp. 44-49.
[33] Kourouma, Ahmadou, op. cit., p. 334.
*Alejandro Sal. P. Aguilar (Ciudad de México, 1990) estudió Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Obtuvo dos menciones honoríficas en el concurso de Punto de Partida, en la edición 44º y en la 45º. Segundo lugar en el 15º Concurso Universitario de Cuento «Letras Muertas», de la UNAM. Actualmente trabaja en el comité ejecutivo de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Es editor de Cuadrivio.