Autora: Hélène Ferrarini (Africultures)
Autor de siete libros, entre los cuales Le jour du roi, que recibió el premio de Flore en 2010, Abdellah Taïa adapó al cine en 2014, L’Armée du Salut, título de su libro epónimo publicado en 2006, cumpliendo así su sueño de ponerse detrás de la cámara. Abdellah Taïa creció en Marruecos, en Salé, en una familia de 9 hijos. Vive en Francia desde hace veinte años. Es uno de los primeros escritores marroquíes en reconocer públicamente su homosexualidad. Africultures se ha encontrado con él en junio de 2017 en el Marathon des mots, festival internacional de literatura de Toulouse, donde presentaba su último libro Celui qui est digne d’être aimé.
Sus obras son muy autobiográficas. ¿Es algo indispensable en su escritura?
Pongo mucho de mí mismo en todos mis libros. Tengo la impresión de que la escritura como imaginario inventado, totalmente ajeno a mi persona, no sea algo que me convenga. Pienso que siempre estaré inmerso en una escritura que hable de mi propia relación con el mundo y mi propia visión del mundo. Quizá con el tiempo adquiera el talento de desarrollar algunos detalles ficcionales, pero no es lo que más me interesa de la escritura. Lo que más me interesa es decir lo esencial de la verdad. No tengo la necesidad de exponer mi vida a los demás. Por el contrario, he adquirido con el tiempo la capacidad y la necesidad de transformar una verdad muy íntima en texto literario. Esta técnica define mi escritura. Como sólo estaba centrado en la técnica, no me planteé la cuestión de la censura y de la autocensura. En mi caso, no hay impedimentos en la relación con la verdad autobiográfica porque se da de forma natural. Siempre me anima el tipo de relación específica con la vida. No tengo ningún espíritu teórico y, en esto, soy muy poco francés, pues en Francia domina la teoría. Poner al servicio de esta verdad elementos totalmente autobiográficos y asumirlos tal y como son no me incomodan y seguramente no me incomodarán nunca.
¿Cómo llegó usted a la escritura? ¿Por qué escribe?
Es extraño porque de entrada no tuve ningún deseo de escribir, no soñaba con hacerme escritor. Mi sueño siempre fue hacer cine, convertirme en director y hacer que mis hermanas fueran las estrellas de mis películas, por decir las cosas de forma naif. La escritura llegó porque me matriculé en el departamento de literatura francesa en la Universidad de Rabat. Descubrí que mi nivel era muy bajo. O seguía con mis estudios o los abandonaba. Decidí continuar y desde ese momento, me puse a inventar palabras más o menos correctas en francés para narrar la vida que me rodeaba. Empecé con un diario muy íntimo, que con el tiempo se fue transformando en escritura, después en libro. Esta técnica me llevó a convertirme en escritor. Y esa técnica surgió porque tenía que dominar una cosa que se llama “la lengua francesa”, que no estaba destinada a alguien como yo.
¿Qué relación mantiene hoy en día con la lengua francesa?
Es muy difícil porque no llego a recordar las motivaciones que me empujaron a embarcarme en esta aventura. No es fácil tener un buen dominio de la lengua francesa, tampoco escribir, y menos aún en francés. Para mí la lengua francesa es la lengua de la potencia, de la riqueza. Es una lengua que discrimina a Marruecos, una lengua que separa a los que tienen el poder de los demás y no consigo acordarme de las motivaciones que me empujaron a pasar de la pobreza al sueño de aprender la lengua francesa, a irme a París y hacerme director de cine. Todo me eso me vuelve a aparecer hoy con la edad que tengo – 43 años -, fue algo bastante hercúleo.
¿Hercúleo?
Sí, hercúleo. Tenía que ser Hércules para adquirir la técnica, para atravesar los extractos sociales, para sobrepasar el desprecio, para superar todos las miradas que me mataban y que querían impedirme avanzar. Hércules para cruzar la identidad que se nos impone desde arriba por el poder y para sobrevivir como homosexual al lado de gente que quería pero que no me podían proteger. A día de hoy todo ello me parece homérico, algo del orden de la odisea. No sé dónde encontré la fuerza y la energía para llegar a algo así, si no es en la inocencia y en el sueño.
¿Se refiere al sueño de convertirse en director de cine? ¿Qué lugar ocupa el cine en su vida?
En mi familia éramos pobres, no teníamos libros. Los libros eran para los burgueses. Además, ni siquiera era algo que nos planteáramos, leer o no, era algo que simplemente no tenía que ver con nosotros. En un tiempo mi madre, que había visto que los vecinos se habían comprado una televisión, ahorró para hacer lo mismo. No sé cómo hizo para comprarla, pero siempre se lo agradeceré. Nos permitió tener un poco más de entretenimiento y de cultura. Entonces descubrí las imágenes de las películas árabes y egipcias y encontré una libertad extraordinaria. En las historias de amor, de familia, en las comedias musicales, en las escenas con baile… donde el amor se contaba en árabe. El hecho de ver a una chica que amaba, tropezarse con obstáculos y por último ver que el amor triunfaba y que todo ello se decía en árabe en medio de nuestra casa, con mi madre y mis hermanas. Es la cultura que me llegó y que cambió, inundó e influyó mi cerebro. Determinó mi visión de la vida. No tengo ganas de añadir influencias ficticias. Lo que más me influyó hasta hoy en día fueron esas películas.
¿De qué forma le influyeron esas películas egipcias?
Por una parte, esas películas egipcias me ayudaron. Permitieron salvar al homosexual que soy porque no había nada a mi alrededor, sólo violaciones, insultos de otros hombres del barrio… Esas películas árabes que podía ver una vez por semana me ofrecían un refugio y me protegían. Me permitían respirar y me ofrecían un horizonte. No tenía elementos que vinieran de occidente para valorar la transgresión y la construcción de una identidad. En aquella época no tenía la menor idea de la existencia de una identidad homosexual. Sólo tenía esas películas y me aferraba a ellas. Por otra parte, creo que me convertí en escritor por esa capacidad de ver aquellas películas, esperarlas y repasarlas en mi cabeza. Eso me dio la capacidad de mirar lo que ocurre más allá de lo que se dice. A fin y al cabo, la escritura es eso: decir lo que no se dice y que a pesar de todo ocurre delante de nosotros. Hay poca gente que valore esas películas en occidente y en el mundo árabe. No se trata del folklore que occidente imagina con escenas con danza del vientre y té a la menta. Es una estética real, una historia, una forma de representar la realidad y sus problemas en imágenes, por escrito.

¿Cómo fue la experiencia de adoptar su libro L’Armée du salut al cine?
La experiencia de mi primer largometraje fue el período de mayor éxtasis y el más espiritual de mi vida. Para hacer películas, hay que creer en la fuerza de algo invisible para poder investirlo de su propia verdad. Comprendí que no podría conseguirlo si no me implicaba del todo para lograr la verdad que se imprime en la película. No se trataba de hacer ninguna coquetería. Todo proviene de una especie de milagro. Hacer esta película me permitió llegar a más personas. Se exhibió en el festival de cine marroquí en febrero de 2014. He escrito dos guiones más, necesitaría encontrar dinero para que se conviertan en películas.
¿Cuál es la difusión de sus obras en Marruecos? ¿Es importante para usted?
Soy un poco conocido en Marruecos, los periodistas me defienden por todo el mundo (1). La sociedad marroquí ha evolucionado en cuanto a la cuestión de la homosexualidad. Quizá todavía no esté aceptada por la mayoría de la sociedad, pero no es una razón para acallar a la minoría que ha evolucionado en este sentido. Por el contrario, lo que no ha evolucionado es la ley marroquí, heredada del colonialismo francés, que siempre prohibió la homosexualidad. Creo que si mis libros están autorizados a circular en Marruecos es porque una parte de la sociedad se ha movido y también porque están escritos en lengua francesa. Me siento extremamente feliz de que puedan existir y de que sean leídos por algunas personas en Marruecos. Pero lo que más me emociona es que alguien como yo, quizá pueda de una manera o de otra ayudar a un homosexual marroquí, a una lesbiana marroquí, a un transexual marroquí, a decirse a sí mismo que puede ser aceptado. Que esa persona haya leído o no mis libros me importa poco. La existencia de mí mismo como elemento social que pudiera ayudar a una persona, me parece de una importancia capital, mucho más que el escritor que soy.
Y en Francia, ¿qué acogida reciben sus obras? Usted hace referencia a menudo al cuerpo colonizado…
La gente no espera que un homosexual, que además es árabe y musulmán, como yo tenga una visión política tan precisa y determinada. La gente se espera que les diga que he encontrado la libertad en Francia y que la lengua francesa me salvó. He tenido la impresión de que tengo que estar en el constante agradecimiento para ser aceptado. Sin embargo, no puedo quedarme en la inocencia política y en esta simplificación de la historia. La escritura para mí es ir hacia el otro a partir de una verdad autobiográfica y ayudarlo a ver lo que vive y cómo podría escaparse, pero no se trata de imponer criterios occidentales para definir la libertad. No he construido mi espíritu crítico leyendo a Marcel Proust y a Jean-Paul Sartre para tener que escuchar sin inmutarme hoy en día las pseudoverdades existencialistas que se esparcen sobre el Islam, su rechazo a los homosexuales y la dominación a la mujer. Son los dictadores y dirigentes árabes los que mantienen a su población en una prisión política. La gente en el interior de su intimidad es capaz de transgredir y porque no sean capaces de apoyarse en referencias intelectuales no significa que esas transgresiones no tengan valor. Porque yo haya encontrado la libertad y haya podido obtenerla por mis esfuerzos en París, no voy a estimar que mis hermanas en Marruecos no conozcan la libertad. Eso sería para mí racismo y una nueva colonización por mi parte hacia ellas.
¿Cómo ir más allá de ese ensimismamiento que expresan las miradas postcoloniales?
Es muy difícil pero ya exiten pistas políticas en lo relativo al mundo árabe: lo que se conoce como la primavera árabe. Sean cuales fueren las consecuencias políticas, no hay que minimizar la fuerza de lo que ha pasado. Los jóvenes han sido capaces de evadirse de las miradas políticas dictatoriales que habían puesto sobre ellos los dirigentes y alejarse de la visión occidental que los veía a la vez como salvajes y como gente adormilada (2). Cierto es que las consecuencias políticas no son enteramente positivas, las instituciones políticas dictatoriales son más fuertes aún y no es posible darles un vuelco del día a la noche. Además, nuestros dictadores han hecho todo lo posible para matar a los partidos de izquierda, a los intelectuales y tampoco han ofrecido a los ciudadanos la educación que merecían. Y hoy nos sorprendemos con que los ciudadanos árabes y musulmanes se aferren a lo que conocen mejor, es decir, ¿al Islam? Los dirigentes quieren mantener a la población en la sumisión política, no en la sumisión religiosa, y para obtener esa sumisión utilizan elementos religiosos disponibles aquí y allá. Todo se ha hecho con la bendición de occidente, sobre todo por intereses económicos. Este doble discurso es lo que considero como una continuidad colonial y me choca. No intentamos pensar en todo ello desde una perspectiva histórica.
¿Cómo concibe usted su rol de escritor en Francia?
No puedo ser escritor y no sentirme interpelado por la confusión que se instala entre terrorismo e islam y no responder a la ignorancia que se intenta expandir sobre los musulmanes y los árabes, como si todavía estuviésemos colonizados por occidente. Hay que responder a este rebajamiento de nosotros mismos dándonos el derecho de responder y de rectificar. Hay un aumento del odio y del racismo en occidente, algo totalmente desacomplejado y simplificado. No hay que culpar a la gente que va a votar a Marine Le Pen, es la elite francesa, las clases tal y como existen en Francia, son las grandes escuelas las que los reproducen… Se da una forma de abandono total de las clases populares por parte de la elite en Francia. Todo esto me afecta tal vez porque procedo de un mundo pobre. No puedo despreciar a los demás porque mis libros se publiquen en la editorial du Seuil y que esto me proporcione una especie de autoridad altiva. Las clases sociales y el determinismo social tal y como los viví en Marruecos, también existen en Francia. Ahora tengo un conocimiento íntimo y físico que me autoriza a hablar y a no tener miedo a referirme a todo ello. Creo que mi rol de escritor no debe resumirse en contar una historia bonita de un homosexual que llegó a París para emanciparse. Repetir siempre la misma historia que consiste en decir cómo Francia me salvó no tiene ningún interés. ¿Por qué complacerme en la autocensura francesa, mientras yo soy capaz de reflexionar y de llegar a hacer más complejo mi pensamiento? Para mí la escritura es un cuestionamiento de todo. No se puede quedar en las fronteras de Marruecos o de Argelia, hay que llevarla hasta el corazón de occidente, hasta París.
(1) En 2007, Abdellah Taïa fue portada de la revista marroquí TelQuel con el título « Homosexuel, envers et contre tous ».
(2) En 2009, dirigió la obra colectiva Lettres à un jeune marocain, distribuida gratuitamente en Marruecos, en francés, y después traducida en árabe.
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Artículo publicado originalmente en Africultures.
Traducción: Alejandro de los Santos