El pasado 6 de octubre, la televisión francesa presentaba un doble documental titulado «Descolonizaciones, sangre y lágrimas», dirigido por Pascal Blanchard y David Korn-Brzoza, seguido de un debate televisivo con personalidades como el historiador Benjamin Stora, la filósofa Nadia Yala Kisukidi y las autoras Leïla Slimani y Léonora Miano. Una discusión ampliamente comentada en Francia y en los territorios francófonos de las ex-colonias, y que refleja las principales preocupaciones y urgencias del debate en torno a la colonización, empezando por la representatividad, la apropiación de la narración y la utilización de la historia para la construcción del futuro.
En este texto público que reproducimos aquí, la escritora camerunesa Léonora Miano desarrolla las implicaciones de este tipo de documentos visuales y de las reacciones a las críticas.
Autora invitada: Léonora Miano
El señor Pascal Blanchard explota de rabia. Me he atrevido a expresar algunas reservas respecto a su trabajo, como decir que estaría bien que otros se expresaran sobre la cuestión de la colonización y que ofrecieran una mirada diferente. Para realizar esta tarea no es necesario disponer de un pito. ¿No habrá llegado el momento de que se financie a mujeres para una labor así y que, además, al igual que su doméstica, estas mujeres tengan lazos subsaharianos consistentes? Con los mismos medios, defiendo que yo misma produciría obras más justas, más profundas, más útiles para la educación del fecundo mañana. Pero volvamos al sujeto enojado. Es aparecer una voz disonante en medio un concierto de alabanzas, y el amigo de los oprimidos toma al mundo por testigo de la afrenta. ¿Será por el simple hecho de que la crítica procede de entre las filas de ese público supuestamente cautivo, que debería hacer reverencias y dar las gracias? ¿No sería mejor tomarse el tiempo de reflexionar sobre el hecho de que, precisamente, la disonancia viene justo de esas filas?
No, no me han gustado los documentales titulados «Décolonisations – Du sang et des larmes». Los he visto e incluso los he vuelto a ver, pues France 2 se los volvió a poner a los invitados participantes en el debate, tras su difusión. Una vez en el estudio, descubrimos que no sería posible hablar de las películas como habíamos pensado, que se limitarían a responder a las cuestiones previstas para cada uno de los invitados. Sin embargo, había cosas que decir, interrogantes serios por poner sobre la mesa.
“Una vez más hemos tenido que vernos a través de la mirada del otro, hemos tenido que escuchar nuestras supuestas palabras con una con una voz extranjera”.
El simple hecho de meter a unos y a otros en un mismo cajón de sastre titulado “Descolonizaciones” es problemático de por sí. Pues anuncia los atajos que nunca faltan en obras de esta calaña y promueve la negación de las singularidades en lo que respecta a las diferentes trayectorias históricas, además de incidir en las historias francesas de los pueblos afectados. Tal vez los telespectadores de la Francia metropolitana no tengan nada que objetar. No obstante, France 2 también se difunde en África subsahariana, y estas películas se han visto en países que no disponen de archivos que permitan realizar producciones como estas. Esas imágenes de otros tiempos deberían además formar parte del patrimonio aún por restituir a los excolonizados, aunque sean copias y pertenezcan al ámbito de lo público, con el fin de que nadie saque provecho de las fotografías o de las películas realizadas en un contexto de dominación. Sea como fuere, estos archivos se encuentran por el momento fuera de nuestro alcance, por lo tanto, una vez más hemos tenido que vernos a través de la mirada del otro, hemos tenido que escuchar nuestras supuestas palabras con una con una voz extranjera.
A este respecto: ¿quién hablaba, a quién, desde qué lugar y con qué objetivo? Sin duda es útil mostrar lo mal que se empleó la fuerza, decir que se hizo derramar sangre, que se humilló, que se expolió, que se hizo todo lo posible por no perder el imperio. Pero ¿esto para quién novedoso? Además, la fórmula del tiro en grupo fracasa frente a ausencias tan numerosas. A menudo son los mismos que no se ven, no se mencionan. Y los discursos lisonjeros reconducen un silencio que habría sin embargo que cuestionar. ¿Por qué no se dice una sola palabra sobre los pueblos autóctonos de la Guayana francesa? Al principio de la intrusión europea en su territorio, se contabilizaba una treintena de tribus. A día de hoy, no quedan más que seis y Francia sigue sin abandonar el lugar. ¿Cuál es el sentido de la «descolonización» en este caso? ¿Cómo silenciar la historia de los kanaks cuyo país fue un asentamiento de los colonizadores, que constituyen el 40% de la población, aunque haría falta un milagro para que los independentistas vencieran? ¿Por qué no escuchamos nada sobre Comoras, Chad, República Centroafricana, Gabón, Mauritania y otros países? Nos gustaría saber quién decide la validez de estos relatos, de los participantes, y si eso se hace según criterios, entre otros, como su potencial espectacular.
«Debemos trabajar sobre esta cuestión con las nuevas generaciones, y así evitar que puedan sentirse abrumados por la ira o por la vergüenza».
Porque a lo que nos invita a menudo Pascal Blanchard, es al espectáculo de la degradación de los colonizados. Es con esto con lo que comercia, pornografía aguerrida de la deshumanización. El discurso que propaga desde hace bastantes años ocupa un lugar tal que contribuye a construir ontologías victimarias y a lo contrario de estas, siendo un arma de doble filo la forma en la que a veces se atribuyen las dos posturas. Parte de la izquierda podría ser objeto de este reproche, el de haberse agenciado una clientela de perdedores siempre obligada a recurrir a ella para defenderse y hacerse oír, los eternos hermanos pequeños que nunca llegarán alcanzar la edad de la emancipación, de la responsabilidad. Hace falta una asombrosa dosis de deshonestidad para pretender darle sentido a la elección de Francia por parte de los excolonizados, después de haber visto estas películas. En este sentido, la palabra hábilmente reconstruida de los intervinientes apenas deja entrever dos posibilidades: el síndrome de Estocolmo de la víctima seducida por su verdugo o la necedad de quien creyó poder ganarse la vida decentemente enrolándose en el ejército de quienes lo habían reducido al mismo nivel de sus cerdos. Las minorías francesas procedentes de la historia colonial pertenecen por lo tanto a estirpes de alienados. Esto es lo que dicen estas películas sobre un tema crucial en la Francia actual.
De nuevo hay que plantearse quién habla, a quién y con qué intención. Pues es difícil abrazar al prójimo, reconocer a quien tenemos delante como nuestro semejante, después de haber visto estas películas. Sobre todo cuando se es procedente de África subsahariana, el único territorio donde la descolonización está inacabada, al contrario de lo que anuncia el título de estos documentales. Se han derramado la sangre y las lágrimas de todos, pero las de la victoria, las de la libertad recobrada, aún están por llegar en el África subsahariana francófona. Y no será este tipo de relato de su historia lo que les ayudará a alcanzar este objetivo, pues los aprisiona en la derrota. Al condensar la complejidad de su experiencia en un cajón de sastre llamado “Descolonizaciones”, el director construye una ficción que, en caso de aprobarla, se equivocarían. Quien escribe la historia, quien lo hace en los términos elegidos por uno mismo –incluidos los testimonios que aparecen–, diseña t ambién las sendas del futuro.
«De estas películas, y de otras, solo podremos destacar un único valor humano: que ninguna preocupación ética ha prevalecido en su realización».
Y así es, a pesar de que la cuestión del futuro no aparezca en estas películas. Esta elección ha sido realizada muy virilmente, deteniéndose únicamente en la sangre y en las lágrimas. Estas fueron absorbidas por unos y otros hasta vomitar. Son los ingredientes perfectos para alimentar el odio. Estas películas, en caso de ignorancia total, permiten aprender un par de cosas, quizás. Pero no cuentan cómo se vive con esto, cómo vivir con serenidad en un país como Francia, cómo no aniquilar a cualquier francés cuando se procede de África subsahariana. Con todo, debemos trabajar sobre esta cuestión con las nuevas generaciones, y así evitar que puedan sentirse abrumados por la ira o por la vergüenza. Esta tarea deberían llevarla a cabo personas capaces de hacer algo más que una parodia histórica, personas dominadas por otros principios diferentes de los resultados de caja, para hablar de lo que ocurrió y restablecer toda la complejidad y todos los aspectos sensibles.
¿Cómo contar décadas de historia sin hablar de cultura, arte, espiritualidad, y todas las cosas que permitieron mantenerse en pie, reinventarse a pesar de las heridas, sonreír detrás de las lágrimas, deshacerse del odio? ¿Cómo se puede narrar esta historia en el año 2020, infravalorando las vivencias de las mujeres, la participación concreta de las subsaharianas en las luchas de todos los países afectados? De nuevo volvemos al problema del tiro de grupo, del apilamiento de los relatos, de los cuerpos, de la elección de quiénes tendrían la palabra para representar a todos los colonizados. Una vez más, esa construcción sosegada de jerarquías y con esa indiferenciación que vivimos cuando se trata de los negreros.
La manera de decir las cosas puede resultar ‘cosificante’, no se tiene suficiente cuidado con esto. Las prácticas discursivas construyen a menudo asignaciones. Por ello, es urgente que la palabra y los medios financieros sean ofrecidos a otros, que la historia no siempre esté firmada con la punta del pito, que los discursos provengan del Sur más a menudo.
Para los subsaharianos y los afrodescendientes, “Décolonisations – Du sang et des larmes” presenta claramente el fracaso, y sin necesidad mostrarlo. A cualquiera de nosostros nos basta con ver estas películas y, a continuación, observar la realidad política, económica, de nuestros países. Basta con que rememoremos el asesinato de alguien como Thomas Sankara, un día cualquiera de octubre de 1987, justo después de las supuestas «descolonizaciones». Nos retiramos ante este examen y a lo que nos obliga.
Nos complacemos en nuestro dolor, nos parece que está bien, por una vez, que esos franceses reconocen los horrores cometidos en nuestros países. Tenemos ganas de escuchar lo que viene después: que lo digan, y con el tono que sea, no cambia nada. El acto de contrición no surte efecto alguno sobre la realidad geopolítica en concreto. Y pongo un solo ejemplo: estas películas no acelerarán la devolución por parte de Francia de las islas esparcidas alrededor de Madagascar, la cuestión ni siquiera se plantea. Los subsaharianos deberían preguntarse a quién beneficia la condición victimaria en la cual algunos se restriegan con deleite. Esta no puede favorecer a quienes, con las fuerzas reducidas al silencio, permanecerán como la clientela cautiva de los comerciantes para quienes la Historia es un espectáculo por supuesto sangriento, pero también muy lucrativo.
Pascal Blanchard es un hombre enfadado. Una descendiente de colonizados se ha atrevido a hacer algunas observaciones negativas sobre su trabajo, cuando más bien debería haberse resquebrajado con un “Gracias, Bwana, qué haríamos sin ti”, emocionarse con la confesión de los crímenes de la colonización en un horario de máxima audiencia. Su protesta en Twitter, firmada como sus películas, con la punta del órgano viril, me ataca de manera demasiado poco elegante como para que sea aquí citada. Pero voy a responder en pocas palabras: son ya numerosas las estrellas que decoran mi escudo, y se sumarán otras más. De estas películas, y de otras, solo podremos destacar un único valor humano: que ninguna preocupación ética ha prevalecido en su realización. Sin embargo, los subsaharianos y los afrodescendientes que en estos documentales reconocen apenas la derrota, tienen lecciones que aprender. No solo hay que apropiarse de la narración, sino que conviene terminar con la colonialidad en todas sus formas.
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*Traducción: Alejandro De los Santos