Fatou
Nos citamos con Fatou Diome para hablar de su trabajo y de sus inquietudes políticas, fielmente reflejadas en sus obras. Con una sonrisa infantil perenne y un discurso sólido, Diome transmite futuro. Su apertura de miras y su grado de profesionalidad enciende la mecha de la esperanza en la escena cultural africana. Fatou Diome nos habla sin complejos de su vida y de su visión del mundo. Una conversación sin desperdicio.
Su último trabajo “Impossible de grandir” está resultando un éxito de crítica y público, ¿a qué cree que se debe teniendo en cuenta el tema tan específico del que habla como es la imagen pública en Senegal?
Para mí es una extraña paradoja. Estoy muy sorprendida porque cuando escribí “En un lugar del Atlántico” hablaba de la vida de los inmigrantes en Francia y la incomprensión que existe con los familiares que se quedan en el país de origen; hubo inmigrantes que se quejaron de que mostraba una imagen negativa e hiriente de sus vidas. En Senegal la gente tenía la impresión de que escribía únicamente para los europeos, cuando realmente hablo de los dos lados. Por tanto pienso que había un sentimiento de victimismo desde el punto de vista proveniente de Europa. Como este tema en concreto de mi última novela lo he vivido personalmente, creo que ha ayudado a otros a poder alzar la voz y sentirse identificados en sus propios entornos familiares.
No se trata sólo pues de que mi libro o yo misma tenga buena recepción entre la crítica, es quizá la sociedad la que está cambiando junto a una juventud más libre que comienza a escribir lo que realmente vive y piensa.
“Impossible de grandir” habla pues de un tema autobiográfico y muy personal. ¿Por qué hablar de este tema ahora concretamente?
Porque era demasiado joven. Como el tema era difícil y partía de un recuerdo de la infancia, no quería dar la impresión de ser una niña con una pataleta, podría haber sido muy injusto a la hora de juzgar mi discurso si así hubiera sido. Quería tener la libertad de hablar de mi vida desde un punto de vista más maduro y decir: Vale, soy una mujer y soy capaz de enamorarme, ¿qué es lo que ocurre cuando me enamoro de alguien y la familia no está de acuerdo? Si pienso en mi madre, le ocurría exactamente lo mismo. Para poder hablar de este tema necesitaba madurar y salir de la juventud frágil que me hacía siempre preguntarme por qué no había crecido con mi padre y sí con mis abuelos. He necesitado crecer para darme cuenta de la suerte que tuve de tener unos abuelos que me adoraban. Existen muchos casos como el mío pero que no han tenido la suerte de tener los abuelos tan formidables que yo he tenido. Y para hablar de esto necesitaba darle prioridad a mis abuelos, por eso este libro es un homenaje a su figura. No he querido juzgar a mis padres, el tipo de educación que me inculcaron o las decisiones que tomaron, eso sólo les incumbe a ellos, pero sí quiero hablar de los niños que son torturados por algo de lo que no son responsables.
También quería explorar cómo la religión embrutece a la gente. Porque una religión que admite el matrimonio bajo los ojos de Dios y su código pero que luego les permite hacer lo que quieran en sus habitaciones es algo dictatorial, ¿no? (risas)
Encuentro que la libertad del amor se encuentra en la entrega, no en el condicionamiento. Y para hablar de todo esto he tenido que estudiarlo profundamente y analizar puntos de vista distintos como el occidental y los Derechos Humanos, para poder escribir de todo esto sin sentirme una inmigrante acomplejada.
Sus obras giran alrededor de temas familiares. ¿Cree que estos valores tradicionales van a continuar teniendo en el futuro la importancia social que han tenido y tienen ahora?
La familia es el primer vínculo de seguridad, pero también de tortura. Es el primer terreno de aprendizaje de valores pero también el primero de aprendizaje de la hipocresía. En ocasiones nos llenamos la boca criticando al vecino cuando tenemos en nuestra propia familia asuntos mucho más podridos que escondemos del resto.
Yo no he tenido una familia tradicional, nunca me he sentado con mis padres a comer. No sé qué es llamar alguien “papá” (ríe). En mi caso a ese señor no puedo llamarle “papá” porque esa palabra no significa nada para mí. La familia es un concepto abstracto en mi caso. Me siento mal criticando algo que conozco desde su versión más autoritaria porque no conozco lo que es una familia unida que se apoya entre sus miembros. Mi familia son mis abuelos. Mis medio hermanos, los otros hijos de mi madre, son casi hermanos políticos.
Escribe normalmente sus novelas en un entorno geográfico muy preciso: el delta Saloum en Senegal. ¿Por qué?
Porque cuando pienso en Europa, pienso en Estrasburgo, primera ciudad donde viví por primera vez en este continente. Y cuando pienso en África me pasa lo mismo, pienso en el pueblo en donde crecí con mis abuelos hasta que tuve 13 años, cuando me sentía protegida. Una vez salí de mi pueblo toda esa seguridad desapareció y encontré la dificultad, la angustia, el desamparo… Por eso, cada vez que vuelvo a mi pueblo y veo la sonrisa de mi abuela es como si mis problemas desaparecieran instantáneamente.
Los valores sociales están muy marcados en sus personajes rurales, como una maldición pero también como una marca de identidad. ¿Cree que esos valores podrán evolucionar sin perder su identidad?
Sí, creo que pueden mejorar. La solidaridad familiar tiene aspectos muy positivos. Antes de que existiera la independencia de Senegal, era esta solidaridad la que protegía a los miembros de la sociedad. Este valor es muy bueno, si lo compatiblizamos con la idea de democracias y de los valores individuales. Ahora, si hablamos de los valores arcaicos en los que el clan puede decidir con quién y cuándo te casas, eso podría denominarse tiranía familiar, no solidaridad.
Deberíamos guardar lo mejor de nuestros valores y mirar más allá de nosotros mismos para aprender del resto de las sociedades del mundo. Senghor proponía el “dar y recibir”. Dar lo mejor de mí para recibir lo mejor del resto. Y al igual que entrego lo mejor de mis valores, dejar a un lado lo que considero peor de mi sociedad, tener la libertad de elegir entre lo mejor de los valores ajenos y no asimilar lo que pienso que es negativo.
Llegar a ser moderno no es copiar el modelo occidental, es quizá ser modesto para aceptar que mi cultura no puede ser buena en todos sus aspectos. Pero si aprendo del resto no estoy obligada a copiar todo integralmente. Aprender con inteligencia, es eso.
Y en Senegal, esa guerra entre la tradición y la modernidad ¿cómo cree que se está desarrollando?
No creo que haya una guerra. Como sabes, en muchas partes de África tradicionalmente el poder se basaba en la gerontocracia. Eso quiere decir que los ancianos son los jefes, pero si un anciano es estúpido no llegará a ser jefe ¿no es cierto? El proverbio dice que “en África un anciano que muere es una biblioteca que se quema”, pero si en esa biblioteca está el Mein Kampf de Hitler, prefiero que esa biblioteca se queme (risas). Todo el modelo antiguo no tiene porque ser forzosamente mejor. Guardemos lo válido de este sistema y desechemos lo arcaico. La modernidad no es una planta rara que crece sólo en Europa, la modernidad es fruto de la inteligencia. Con o sin la colonización, África hubiera cambiado como lo está haciendo ahora. Para mí es imposible vivir de la misma manera que mi abuela, independientemente de si hubiera habido colonización o no. La realidad de mi época me pide otra manera de ser.
Hay que quitarse de encima ese complejo de África frente a Europa. La modernidad no es sólo el aire acondicionado o un congelador, la modernidad es una evolución intelectual en la manera de enfrentarse a la vida y a presentarse al resto del mundo. La modernidad se encuentra cuando lucho por las mujeres en Senegal o que una lectora española pueda entender mi lucha a través de mis libros. Si en Tokio una mujer se ve obligada a casarse forzosamente en contra de su voluntad, yo también tengo la obligación de luchar por esa mujer japonesa, como si fuera de mi propio pueblo en Senegal. Eso es la modernidad, entender el mundo como un todo. África necesita salir de su complejo colonial. Siempre que cualquier país africano tiene un problema, culpa a Occidente. África es sólo un barrio del mundo, y Europa y Occidente, otro. Tenemos que poder hablar dejando de lado nuestros complejos.
En sus obras el tema de la inmigración es muy recurrente. Plantea esta problemática desde un punto de vista más desde el origen que desde el destino. ¿Cree usted que las dos partes tienen intención de dialogar y conocer la globalidad del problema?
Es que los europeos están atrasados (risas). Los europeos son los únicos en el mundo que creen que aún son una potencia mundial. Un senegalés antes quería ir a París a estudiar desesperadamente, ahora sólo lo hace si le han rechazado en Estados Unidos y en Canadá. ¿Dónde está la modestia? La globalización nos está haciendo aprender a darnos cuenta de qué somos como nación en un espacio terrestre limitado. Esto relativiza todo el tema de la inmigración. Los europeos llegáis tarde porque no os dais cuenta de que en poco tiempo sois vosotros los que tendréis que emigrar a África.
Ahora tenemos portugueses que están emigrando a Angola y Mozambique, por las mismas razones que los africanos emigran a Europa: mejorar sus condiciones de vida. Y vistos los resultados electorales este último año en diferentes países europeos como Hungría o Francia, parece que Europa está estreñida. ¡Habrá que darle un poco de sopa caliente! (risas). Europa se está cerrando, está muy preocupada por su identidad. De lo que no se da cuenta es que su identidad ya ha cambiado. Europa tiene entre sus ciudadanos una gran cantidad de árabes, africanos, asiáticos. Las personas que tengan en su sangre diversos orígenes no van a tener ningún problema para aceptar la diferencia. Y esto es irreversible.
E incluso si hablamos en términos evolutivos, los mestizos son más resistentes a las enfermedades. Este hecho ya se sabía en el siglo XVIII ¿por qué hay gente que aún no lo comprende? La genética mejora con la mezcla de razas, y encima son más guapos (risas). El racismo es simplemente absurdo.
Europa va a ir viendo decrecer su influencia como potencia mundial y es en ese momento cuando tendrá que replantearse su posición en el mundo y su apertura al resto de culturas. Los países africanos crecen entre el 5% y el 7% de media. África es un poco caótica, la organización no es perfecta, pero crecemos. Imagínate si a este crecimiento añadimos un 20% suplementario en importación y otro tanto en exportación. Ahí Europa pierde el aliento. Europa va a tener que espabilar, la colonización se ha terminado.
El racismo en Europa en cambio va a explotar, va ser muy violento. Los europeos sienten amenazada su supremacía en el mundo y esto va a crear problemas, pero la única solución va a ser un baño de realidad. Nadie es superior a nadie en estos momentos. Europa va a tener que encontrar su espacio en el mundo. Yo no aceptaré lo que mis abuelos aceptaron de mano de los colonizadores, eso está claro. Es la educación la que abrirá la puerta a los europeos a conocer qué es lo que está pasando en el mundo y la que atajará la discriminación entre culturas.
Volviendo a su actividad literaria. Parece que sufre una especie de hiperactividad en los últimos años, ¿tiene previsto publicar algo próximamente?
Escribo sin parar, todas las noches. Pero espero cada dos años para publicar. Existe una gran diferencia entre una hamburguesa y la buena gastronomía, hay que saber esperar para poder cocinar bien. Me gusta disfrutar mientras escribo, tomarme mi tiempo. Necesito pensar qué técnica utilizar, qué punto de vista, con qué música escribir… Todo esto lleva tiempo. Estoy segura de que Bach no hizo su «Suite para Violonchelo» con prisas. ¡Hay que respirar! Así que normalmente publico cada dos años. En ese tiempo doy conferencias en universidades o hablo con mis lectores. Necesito tiempo para desaparecer y aparecer para las cosas que considero importantes en mi carrera, pero con relajación.
Para terminar, ¿cómo ve usted el futuro de la literatura senegalesa y africana? Es difícil publicar en África y encontrar lectores que puedan costearse un libro.
Me gustaría que los hombres de negocios vieran la cultura como un elemento de desarrollo en el que invertir. El actual Ministro de Cultura de Senegal ha contactado con los empresarios para promocionar la cultura y la riqueza que genera. Si no promocionamos nuestra literatura será invisible, por tanto no habrá distribución. Para eso necesitamos que las editoriales se dinamicen y piensen en términos económicos modernos.
El desarrollo no sólo se genera con la construcción de hoteles para los turistas. La cultura es necesaria para completar los estadios de desarrollo de los países del sur. La cultura acompaña al desarrollo. Doy un ejemplo: si seguimos con el modelo de alimentación de Occidente, todo el mundo acabará siendo diabético e hipertenso. La literatura sigue la misma dinámica. Es decir, existe el sector “exótico”, como pueden ser el turismo, la playa o el sol, pero olvidamos a los investigadores que necesitan de esa infraestructura literaria que no existe. Los intelectuales no pueden transmitir su mensaje al mundo puesto que no hay modo de distribuirlo. Los libros publicados en Europa son demasiado caros para el mercado africano y eso de momento no puede cambiarse hasta que no haya socios africanos y europeos que piensen en ambos mercados y su propia idiosincrasia. ¿por qué? Mi libro cuesta 21€ en Francia, pero si lo editamos inmediatamente en versión de bolsillo en Senegal por un precio reducido, los europeos que vengan a Senegal, que son los más interesados, lo compraran a precio local y eso es algo que la editora no puede asumir. Hace falta pues un sistema comercial que ponga a los editores de ambos lados de acuerdo para que se pueda distribuir el libro sin tener pérdidas.
Mi libro cuesta lo mismo que un saco de 50 kg de arroz en Senegal. La decisión es fácil y rápida, ¿no? Pero al mismo tiempo los africanos necesitamos aumentar nuestro estándar de calidad hasta alcanzar el nivel internacional en lo que respecta a nuestra producción artística. No podemos hacer literatura sólo para nosotros y, si queremos compartirla, tendremos que adaptarnos a los niveles de calidad internacionales. Es realmente complicado…
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