Ganadora del Gran Premio del Jurado en la 72ª edición del Festival de Cannes, Atlantique es una magnífica película sobre cuánto pueden los muertos ayudar a los vivos a encontrar su libertad. Mati Diop se convierte con ella en la primera directora afrodescendiente en ganar un premio en la Croisette.
Autor: Olivier Barlet (Africultures)
El atardecer es el momento del día en el que circulan los espíritus. ¿Quieren los muertos restablecer un vínculo con los vivos? Esos jóvenes que habían decidido partir y que el Atlántico había engullido reclaman justicia y quieren volver a ver a aquellas que aman. Atlantique nos transporta por esta doble energía: jóvenes trabajadores engañados por un jefe insensible, mujeres que sufren por la partida de sus amantes, que fueron a buscar fortuna en otro lugar. Anclada en la dureza de la realidad, la película aborda lo fantástico para transmitir el sentimiento que viven las mujeres. Antes que perderse en lo trágico o lo lacrimógeno, Mati Diop sigue un camino radical de representación.
Una obra en una ciudad nueva acomodada de la periferia de Dakar, Diamniadio. En algunos planos, el viento, el ruido, el trabajo. Algunos bueyes pasan no muy lejos, discreta referencia a la película Touki Bouki. Después, la cólera de unos hombres a los que no les pagan desde hace tres meses. Más tarde, su canto de valentía y de solidaridad encima del remolque de los vehículos que cruzan el mar para devolverlos a la ciudad. Y mientras que la cámara se concentra en Souleiman, se perfila a lo lejos la torre en la que trabajan; una torre de lujo, absurdo proyecto de Wade y de Gadafi que afortunadamente nunca llegó a ver la luz, una suerte de Babilonia anacrónica que el movimiento de los Y’en a marre barrió en las calles.
Esta torre, reproducida en 3D, la veremos durante la película, y nos recuerda el capitalismo salvaje, el sacrificio de los hombres y del interés general en pos del beneficio. Ese sacrificio no se trata solo de explotación: se convierte en el de aquellos que, desesperados, subían a las pateras para buscar fortuna en España.
Entre otros nombres, Mary Jimenez había realizado en 2012 un magnífico documental sobre estos “héroes sin rostro”. En la tragedia, el héroe es aquel que se sacrifica por la comunidad. ¿No eran esos jóvenes desaparecidos , muy a su pesar, quienes hacían saltar la alarma sobre el estado de un país que no ofrece ninguna esperanza a la juventud? Mati Diop les había puesto rostro a todos ellos en 2009 gracias al personaje de Serigne, con quien se había encontrado una noche alrededor del fuego en una playa de Dakar que había intentado cruzar y sobre la cual fabulaba para poder volver a empezar: “Cuando decides partir, ya sabes que estás muerto”, decía.
Y ahí está la muerte. Está en ese mar a la vez fascinante y peligroso. Está en el matrimonio forzado de Ada con el rico Omar aunque ella ame a Souleiman. Su presencia se impone poco a poco mientras el océano se la lleva. Es en ese preciso momento cuando Ada comprende que Souleiman ha vuelto y que puede convertirse en una mujer; cuando comprende,
en definitiva, que su muerte la invita a seguir su propio camino, al igual que le ocurre a las amigas que frecuenta.
De esta forma, los espíritus circulan durante el atardecer. No dudan en nada ante la sed de justicia que sienten para llegar a su fin. Tampoco dudan en revelar su amor. Ya hemos visto a menudo en el cine la presencia romántica de los muertos. Spielberg lo había evocado en Always. Sam, víctima de un asesiante tratará te comunicarse con Molly (Whoopy Goldberg) en Ghost. El desconcierto está al orden del día, la muerte nos obsesiona tanto. Sin abandonar su registro, claramente diferente al de los productos hollywoodianos, Mati Diop encuentra también, con una economía de medios que refuerza la emoción, las imágenes y las palabras
Su registro, es estar a la vez dentro y fuera, en una coreografía renovada sin cesar. Dentro pues su cámara se infiltra en la acción, capta por encima del hombro la cólera de los hombres, recurre a la gestualidad de los cuerpos para expresar lo que sienten las mujeres, acompañadas por la música sensual e híbrida de Fatima Al-Qadiri, incluso cuando entra en disonancia. Fuera porque privilegia la imagen con respecto al texto, pues las miradas pesan más que las palabras, que las luces que pasan por encima de Ada iluminando su interior, que los movimientos del mar revelan los del alma, que el imaginario de las mujeres da cuerpo a los fantasmas. Esa distancia tan radical como sutil del exterior puede desconcertar, sin embargo, es la trama a través de la cual Mati Diop, con una impresionante pertinencia y una intensidad poco común, llega a transcribir su sentir. Si aceptamos esa turbación, nos abrimos a la emoción.
Relato tan sobrenatural como policíaco, que cuenta con una extraordinaria interpretación de actores conocidos, en su mayoría, en encuentros fortuitos, resultado de una sinergia de producción en la que Senegal ha invertido en gran medida (a través de la financiación del Fopica pero también del saber hacer del productor Oumar Sall y de su sociedad Cinekap) y obra de una verdadera autora que sabe cómo seguir e imponer su intuición, Atlantique es una película que marca tanto por su maestría como por su impresionante belleza. Es el gesto de una mujer que se sabe heredera de una gran tradición, tanto familiar como cultural, y cuya visión y llamada a la autodeterminación nos ayudan a comprender mejor las necesidades de nuestro tiempo y nuestra presencia en el mundo.
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*Olivier Barlet es redactor de la revista Africultures y responsable de artículos de cine. Ha colaborado con medios como Africa international, Le Nouvel Afrique Asie, Afriscope, Continental, Planète Jeunes, L’Autre Afrique, La Croix, entre muchas otros. Es el autor de libros sobre el cine africano comoLes Cinémas d’Afrique noire : le regard en question (L’Harmattan, 1996) e Idrissa Ouedraogo, Carnet de la création (Editions de l’œil / Sankofa & Gurli, 2005). Ha participado en numerosos jurados, talleres y libros colectivos, además de haber traducido un sinnúmero de obras y artículos.
*Este artículo fue publicado en Africultures y ha sido reproducido con permiso del autor y los editores. Para leer el original en francés, clic aquí.
*Traducción: Alejandro de los Santos.